La fiesta en paz
Todos los veranos, las fiestas de nuestros pueblos se vuelven un encarnizado campo de batalla entre la civilización y la barbarie. De un lado, la Ertzaintza y sus caudillos representan la civilización, el orden, la entrega abnegada al deber y la administración de la convivencia. Dura lex, sed lex. Al otro lado, del lado de la barbarie, hay un puré de inadaptados que solo entienden el lenguaje de la mano dura: activistas de pacotilla, ebrios kalimotxeros, frecuentadores de gaztetxes, fumetas, navajeros y otra purria antisocial. En fin, una peli de indios y vaqueros. Cuestionar estas categorías, ya se sabe, nos coloca sin remisión en el lado de la barbarie.
Los discursos oficiales se sostienen sobre viejos arquetipos y caricaturas. Así, cada vez que se registra una refriega en nuestra tierra, portavoces de toda índole sacan el dedo acusador y evocan tiempos antiguos, como si este país viviera instalado en un revival permanente de cócteles molotov y años de plomo. Esa es la hipótesis que sostiene Manuel Montero en una columna de “El Correo” bajo el argumento de que la cabra siempre tira al monte. En el texto, sin embargo, hay pocas cabras y muchas churras y merinas. Amén de confundir Hernani con Errenteria, Montero detecta poco menos que una matriz de izquierda abertzale en los linchamientos de Torre Pacheco. Cosas veredes.
En un editorial de esta semana, “El Correo” hace una acrobática alusión a ETA para terminar sugiriendo que EH Bildu promueve o tolera las agresiones en los municipios que gobierna. Se refiere a Hernani, Ordizia y Azpeitia, eje del mal, Triángulo de las Bermudas. Por algún misterioso motivo, no menciona las reyertas de Donostia, Getxo y Portugalete, o la pelea multitudinaria de la madrugada del domingo en Barakaldo. Después, la Ertzaintza iba a liarse a trompazos contra los jóvenes acampados en Gasteiz. Que la tangana prolifere en los municipios gobernados por PNV y PSE es un incómodo contratiempo que desmiente de un plumazo todo un verano de insidias.
El otro día, Bingen Zupiria compareció en Radio Euskadi para reprobar la violencia de las localidades regentadas por EH Bildu. El consejero hizo algunas observaciones valiosas y deslizó también algunas mentiras. Es valioso, por ejemplo, escuchar que la idea de seguridad va más allá de la lucha contra la delincuencia. No es una cuestión trivial. Seguridad es, entre otras cosas, llegar a fin de mes, disponer de una vivienda o no tener que agonizar en una lista de espera. Lo que ocurre es que Iñigo Urkullu rebautizó la cartera de Interior como Consejería de Seguridad. Es decir, que el Gobierno Vasco ha maleado el concepto para gestionarlo en términos puramente policiales.
Bastará decir aquí que la agenda securitaria es un pilar discursivo de las derechas extremas y obedece a una pulsión vital del capitalismo. La inflación de los ejércitos, las policías y los tribunales suele acompañar a la represión de los movimientos sociales y sindicales, así como al desmantelamiento de los servicios públicos. Véase Argentina. La utopía neoliberal sueña con un Estado donde la clase trabajadora se limite a producir plusvalía y a pagar con sus impuestos una estructura coercitiva que será empleada en su contra. Los colectivos movilizados no solo terminan molidos a palos, sino que además son condecorados con el sambenito de violentos.
Tiene razón Zupiria cuando dice que la seguridad puede ser más una sensación que un puñado de estadísticas. El problema es que hay tantas subjetividades como personas. Hay quienes temen un callejón oscuro y hay quienes temen que una intervención policial pueda acabar con sangre inocente por los suelos. A Iñigo le reventaron el cráneo con una pelota de goma. A Anne le rompieron la mandíbula y le aplicaron la ley mordaza. A Silvia la recibieron a puñetazos en la comisaría de Getxo. A Iker le arrancaron un testículo. A Amaia la enviaron a la UCI con una bala de foam y una patada de propina.
Dice Zupiria que el follón de Azpeitia comenzó cuando la Ertzaintza sancionó a una persona que escribía en un contenedor «Todos los policías son unos hijos de puta». Cuando uno acude a las fuentes, en cambio, reconoce de inmediato las viejas siglas inglesas «ACAB»: «All Cops Are Bastards». Es una pena que todo un exconsejero de Cultura se invente una traducción y esquive la palabra castellana «bastardo», que según la RAE quiere decir «persona que actúa con mala fe». Cuenta el lexicógrafo Eric Partridge que el lema «ACAB» surgió hace alrededor de un siglo como expresión de resentimiento hacia los guardianes de la ley. Y hasta hoy.
En el Estado español, la fórmula «ACAB» regresó a la moda después de que el Gobierno de Rajoy promulgara la ley mordaza y diera carta blanca a las arbitrariedades policiales. En 2016, en Madrid, la Policía española multó a una chavala que llevaba un bolso con el mensaje «All Cats Are Beautiful». «Todos los gatos son bonitos». Un mes después, con el debate sobre los derechos civiles a flor de piel, el Parlamento vasco decidió que la ley mordaza no se aplicaría en la CAV. Solo el PP se opuso. Desde entonces, nuestros agentes imponen dieciséis sanciones al día. Si la Ertzaintza es la policía del pueblo, ¿por qué desobedece el mandato popular expresado en las urnas?
Preguntado por los delitos de odio, Zupiria estima que escribir «ACAB» en Azpeitia es equiparable a pegar carteles morófobos en Gasteiz. Uno empieza inventándose las traducciones y termina inventándose las leyes. Ya lo probó Erkoreka contra Ernai en 2021. La Fiscalía de Araba tiró la querella a la papelera. Es la misma jugarreta que Rusia le hizo a Savva Terentyev por unos mensajes ofensivos contra la policía de Putin. Estrasburgo estableció entonces la jurisprudencia que Zupiria y Erkoreka insisten en ignorar: «la policía difícilmente puede describirse como una minoría o grupo no protegido que tenga un historial de opresión y discriminación». Leed la sentencia entera y tengamos la fiesta en paz.