Oskar Fernandez Garcia
Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

La inmutable ideología del Estado español

El discurso del Rey, del Estado español Felipe VI, realizado y dado a conocer con motivo de la llamada navidad, no puede ser más desolador, increíble, simple, ramplón, superficial y tedioso.

Nueve breves páginas son la extensión que ocupa una serie de ideas reiterativas, anodinas, que de una u otra manera, aquel cruel, asesino y brutal dictador de tiempos pretéritos no dejaba de repetir cuando le ponían un micrófono o cámara a su alcance: la unión indisoluble de un Estado nacional ultra católico -basado en la familia heteropatriarcal y el sacrifico en el trabajo- que se había forjado y alzado sobre cientos de miles de cadáveres tras un brutal y sangriento golpe de estado contra la legítima, deseada, querida y, ahora, terriblemente añorada II República.

El discurso de la máxima autoridad del mencionado Estado, y mando supremo de las fuerzas armadas, tiene muchas connotaciones, ideas, forma y estilo que remiten a unos tiempos que es absolutamente imposible de olvidar ni superar, debido a la llamada transición, de la década de los setenta del pasado siglo, donde prácticamente nada cambió. La inmensa mayoría de las fuerzas políticas, sindicales y sociales de izquierda claudicaron bochornosamente de sus ideales y aspiraciones para que todo continuase igual, pero bajo la sombra del cetro y la corona.

Un análisis mínimamente objetivo, por ejemplo, desde el punto de vista de la reiteración de vocablos, revela inmediatamente los sintagmas que más se han repetido a lo largo de las mencionadas páginas, mostrando de esta forma cuales son las ideas prevalentes y qué es lo que se intenta fundamentalmente transmitir.

El adjetivo posesivo «nuestro» declinado tanto en singular como en plural y en sus posibilidades de género, se repite, ni más ni menos, que 48 veces; el sustantivo «país», nombrado de diferentes formas se menciona en 13 ocasiones. Siguiendo esta cadena de análisis se llega finalmente hasta las palabras «sacrificio», «esperanza» y «juntos» escritas en 4 ocasiones. Entre ellas, y siguiendo un orden decreciente aparecen los siguientes vocablos: «convivencia» y «respeto», 8 veces, «familia» y «futuro», 6 veces, y «español», 5 veces. Unidos todos estos sintagmas -comenzando de izquierda a derecha, en base a su frecuencia de repetición, por lo tanto la oración debiera de comenzar con el adjetivo posesivo mencionado y acabar con juntos- darían lugar a la siguiente frase: «Nuestro país se basa en la convivencia y respeto, en la familia, en un futuro que ha de ser español, en la esperanza y en el sacrificio realizados juntos.»

El discurso adolece de un sesgo religioso inaguantable, en una sociedad laica; de un anacronismo inadmisible en torno a esa idea cristiana y heteropatriarcal de la familia; de una idea posesiva, increíble y banal de hacer creer que la ciudadania es dueña y soberana de lo que acontece en ese país, y que además también es dueña de los recursos materiales e inmateriales; el tono, la forma, el estilo, la construcción sintáctica del texto es de una simpleza sonrojante, dibuja una realidad virtual, inexistente, soñada o deseada; carece del más mínimo rigor de análisis y crítica social, política, laboral, cultural, educativa; recrea una sociedad inexistente, una arcadia cuasi feliz, en la que no existiese una corrupción sistémica, endogámica y de proporciones increíbles; no existe ni la más mínima mención a la desolación en la que subsisten millones de personas desempleadas, desahuciadas, expulsadas del sistema y sin futuro; ninguna mención a las grandes corporaciones, a las multinacionales, a las sobredimensionadas industrias, a las inmensas superficies comerciales, a las grandes finanzas, al sistema capitalista depredador e inhumano que cada vez abre una brecha más inmensa e insondable en la pirámide social; ni una palabra de condolencia o aliento para las miles y miles de mujeres que soportan, sufren y padecen la brutal, asesina y despiadada violencia de género. Un problema, que hace mucho tiempo debiera de haber sido enfocado, analizado y tomado como un problema estructural de estado, profundo, gravísimo y de proporciones dantescas, que requiere de todo tipo de leyes, recursos humanos, materiales y educativos. Pero esto al igual que todos los problemas de calado hondo y acuciantes parecen ser irrelevantes para el monarca mencionado; la degradación medioambiental, las inhabitables y caóticas urbes, insostenibles en su desarrollismo salvaje; las fuentes de energía basadas en hidrocarburos -inadmisiblemente contaminantes o en centrales nucleares absolutamente obsoletas y de un riesgo inminente, tampoco son objeto de ningún tipo de análisis; la mitad de las personas jóvenes de ese país, gran parte de ellas formadas académicamente, cultivadas y dispuestas a entrar en el mundo laboral no tienen ni la más mínima posibilidad de acceder a él, y según parece este problema social o no existe o es intranscendental; la miseria de los subsidios y ayudas sociales, las pensiones de la pobreza y la ignominia; la evasión de capitales o la ingeniería financiera para evitar los impuestos a las haciendas públicas, la acumulación avara, enfermiza, despiadada y brutal de la riqueza, en detrimento de la inmensa mayoría de la población, tampoco es merecedora ni del más mínimo comentario.

En tres ocasiones el regio texto se refiere de manera velada y subrepticiamente a esa sacrosanta unidad del Estado español, enviando un mensaje -tan claro y contundente como intransigente, intolerante e inadmisible- a la nación catalana; única dueña y soberana de sus deseos y aspiraciones, y a quien compete exclusivamente decidir lo que desee, tanto en el presente como en el próximo futuro, al igual que lo hizo Escocia, por ejemplo.

El segundo párrafo de la primera página se convierte en un crisol cabalístico en el que se vierte un silogismo imposible: la llamada navidad genera determinados sentimientos y éstos «…nos recuerdan el gran patrimonio común que compartimos». Un patrimonio que hay que cuidar, proteger porque es «lo mejor que tenemos y somos; …lo mejor… que nos une».

En la página sexta -por si no hubiese quedado meridianamente claro- en los dos primeros párrafos sigue insistiendo en esa indivisible y divina unidad del Estado. Pero a pesar de todo y finalizando el mensaje, vuelve repetitivamente a incidir en el mismo sacro y regio tema, en el último párrafo de la página octava, que se convierte en el anteúltimo del texto: no son tiempos «…para fracturas, para divisiones internas…» Y según queda perfectamente reflejado tampoco es la ocasión propicia para impulsar y cumplir la Ley de Memoria Histórica del 2007 debido a que «…son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas». Vamos, que resulta completamente intranscendental que el Estado español sea el segundo país del mundo, tras Camboya, con el mayor número de desaparecidos.

Una Ley de Memoria Histórica prácticamente incumplida y revocada de hecho, que «…no da satisfacción a los tres elementos que conforman los programas de justicia de transición de las dictaduras a las democracias. La negativa a que se investiguen los hechos constitutivos de graves violaciones a los derechos humanos durante la represión franquista impide que pueda cumplirse el requisito de la verdad. Se vulnera así el derecho de las víctimas a saber, tanto en lo relativo al derecho de acceso a la información como el derecho a conocer el paradero de las personas desaparecidas. Visto lo anterior, no resulta extraño que hoy en España todavía no exista un relato compartido ni una historia oficial de los crímenes de la dictadura».

El contenido del mensaje navideño no podría haber sido más directo, pero si más sucinto, intercalando entre el saludo y la despedida una simple y escueta frase: El reino «…se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles»

No es una arenga de los Habsburgo a los tercios de Flandes, ni tampoco el encabezamiento de la Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958 del régimen franquista, es el articulo 2 de la Constitución española de 1978, en donde en lugar de «El reino» aparece «La Constitución».

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