Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

La izquierda no es putera, ¿no?

El diputado de Esquerra, Gabriel Rufián, interpelaba en el Congreso a Pedro Sánchez argumentando que la izquierda no es corrupta. Totalmente de acuerdo con él. No hay vicios ocultos en la corrupción, siempre posible cuando hay poder, pero sí ha habido un pacto de silencio cómplice para invisibilizar a los puteros, que son una parte inherente de la misma, estableciéndose unas dinámicas relacionales y de poder propias de la camaradería entre puteros. Todos los entramados corruptos, desde el que protagonizó el expresidente de la federación de fútbol Rubiales a las tramas empresariales-políticas, han utilizado la prostitución y a las mujeres como parte del botín. Sin embargo, hay una invisibilidad de los puteros y, en muchos casos, cuentan con la romantización, con la justificación social del putero como un hombre acomplejado que necesita de la prostitución para obtener lo que en casa no le dan (¿?) o para cumplir con los deseos no satisfechos por su falta de habilidad o fealdad para poder ligar y mantener relaciones sexuales con una mujer sin tener que comprarla. Lo que han demostrado las grabaciones entre Koldo y Ábalos es que detrás del sistema prostitucional solo hay misoginia y racismo, y que el mismo no se puede entender sin la corrupción, las mafias, los pactos masculinos que van de la mano del sexismo más atroz, aquel que ve a las mujeres como un trozo de carne para consumir.

El exministro Ábalos mantenía que la cuestión de las mujeres es de «su ámbito íntimo» o, al estilo Sabina, de «lo niego todo». Siempre que hablamos de la violencia patriarcal nos encontramos con los negacionistas que pretenden alimentar los relatos de «asuntos íntimos» o de «hechos aislados». En este caso, en muchos debates se pasa de soslayo sobre el tema de la prostitución dejándolo en lo anecdótico. Nos podemos olvidar que sus conversaciones y sus acciones formaban parte del entramado para sellar el «pacto entre caballeros». Porque el consumo de mujeres forma parte de la juerga, pero también de un acuerdo implícito que cierra filas sobre aquello de lo que no se habla públicamente y une a empresarios, políticos, curas, deportistas y hombres de bien.

Como hemos comprobado, la prostitución ni empodera, ni facilita que las mujeres adquieran dignidad a través de ella. Más bien lo contrario, es un proceso de deshumanización. Quienes han alegado, desde el buenismo o desde la idea de resolver el problema atendiendo la realidad inmediata, que había que dotar de derechos a las putas y, para ello, regular la prostitución, se han topado con una realidad que las supervivientes del sistema prostitucional nos habían estampado en nuestras propias caras, aunque no quisiéramos mirar hacía lo que ellas nos mostraban. Quien alega que la prostitución siempre existirá y, por tanto, es necesario asegurar los derechos para las mujeres que la ejercen, deberían de escuchar en bucle las conversaciones made in Koldo.

Cuando las decisiones individuales adquieren rango de norma impactan en el conjunto social, porque esa es la característica de lo normativo. Por eso no se trata de si alguien toma una decisión individual, sino de la necesidad de legitimar esa decisión como ética y/o normativa para el conjunto. Igual que rechazamos, a pesar de que sabemos que existe, la esclavitud o la compraventa de órganos, no podemos legitimarlo desde posiciones éticas de izquierda. Las posiciones abolicionistas como las leyes para la erradicación de la violencia contra las mujeres no se hacen realidad por enunciado, sino porque facilitan generar nuevos imaginarios que deslegitiman las prácticas que se quieren erradicar. Si eres un joven que cotidianamente escucha ese «¿nos vamos de putas?», normalizarás que comprar a una mujer forme parte de tu abanico de posibilidades de fiesta, de ocio. Si tras un acuerdo económico, el cierre con traca se celebra con la compra de señoritas, estarás fomentando una red clientelar masculina de pacto donde las mujeres son siempre objeto de transición y, por lo tanto, siempre excluidas de los acuerdos, de la toma de decisiones y vistas como meros objetos. Si eres un político putero, es fácil imaginar que puedes ver a las mujeres políticas como un estorbo «con lo bien que estarían a tus pies haciéndote una felación». Si eres un deportista célebre y tus éxitos terminan violando a una mujer, eso está unido a todo lo anterior porque lo importante no es el dinero que hay por medio, sino el propio concepto sobre las mujeres.

A finales de junio, se celebró el congreso de CCOO en el que el sindicato se declaraba abolicionista de la prostitución. En primera fila se hallaba Yolanda Díaz aplaudiendo la propuesta. Unai Sordo declaraba que solo en la prostitución el centro de trabajo es el cuerpo de las mujeres porque es así; esta extracción de recursos se hace a costa de las mujeres, de la extracción de su sexualidad que va al unísono de una declaración universal de la sexualidad en función de unas supuestas necesidades masculinas. Es del todo incompatible pensar en proyectar una sociedad igualitaria donde el 51% de la población es susceptible de ser comprada.

Quizás, con la que está cayendo, ahora que hasta la Iglesia ha decidido entrar al barro y atacar al gobierno progresista, alguien pueda pensar que lo prioritario es exigir responsabilidades y medidas urgentes para prevenir la corrupción, pero es que entre las medidas urgentes está el romper con esa fratria masculina que ha pretendido organizar las estructuras de poder con un servicio clientelar interclasista donde el silencio se compra y, a su vez, el éxito se transmite y se reconoce en la capacidad de acceder a los cuerpos de las mujeres.

Me encantaría escuchar con la misma vehemencia que la izquierda no es corrupta, que la izquierda no es putera, que no mercantiliza los cuerpos de las mujeres.

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