Iñaki Egaña
Historiador

La, la, la

En la costa la lluvia fue intensa, tierra adentro, en cambio, algunos chaparrones aislados. De madrugada, aún se hacía notar el fresco, apenas 3 o 4 grados. Aralar y Urbia nevados, y los ríos bajaban con agua para mantener los embalses adecuadamente llenos como para no pasar apreturas en el verano. Falange, en esos mismos días, organizaba los tradicionales encuentros deportivos con la juventud, donde los elegidos eran alentados asimismo sobre las «bondades» del régimen. Los chicos de Bilbao, siempre hombres, eran destinados a Santander, los guipuzcoanos a Iruñea, mientras los navarros a Soria. La contaminación euskaldun quedaba así descartada.

No era todo, sin embargo, meteorología y adoctrinamiento. Las universidades de la capital hispana hervían en «algaradas»; al otro lado del Atlántico el líder Martin Luther King, aquel del «I have a dream» («Yo tengo un sueño») era abatido por un sicario provocando −según la prensa fascista de la Piel de Toro− un «estallido de rabia negra»; Manuel Fraga, ministro de esa prensa falangista y con tantas medallas militares y civiles en su solapa que le hacían torcer el espinazo, era agasajado en Washington. En Vietnam, el Imperio arrasaba los campos con napalm.

A comienzos de ese abril de 1968 se dieron también cambios en la estructura de mando en Hego Euskal Herria. Al parecer, los gobernadores habían aflojado en los meses anteriores y tocaba ajustar tuercas. Los militares Fulgencio Coll y Francisco Queipo de Llano continuaron en Bilbao e Iruñea en el puesto de gobernadores civiles. En Donostia y Gasteiz, por el contrario, los salientes dejaron paso a Enrique Oltra Montó y a José Ruiz de Gordoa. Las firmas confirmando o sustituyendo en los cargos corrió a cargo de Camilo Alonso Vega, el antiguo director general de la Guardia Civil en los primeros años del franquismo.

El currículo de los cuatro gobernadores era de asustar. Franquistas hasta la médula, aduladores de Hitler, responsables de la represión más dura... Ruiz de Gordoa bordó su discurso: «No somos ni una alfombra, ni un felpudo, ni un tapiz, ni una pandereta de la Patria; somos la sangre viva de España que hierve en nuestras venas, somos la historia palpitante de la Patria y no la algarada ni la arritmia callejeras». Lo más sorprendente es que la descendencia de estos gobernadores continuó la senda, en particular la de Fulgencio Coll, cuando su hijo, del mismo nombre y también militar, se hizo «demócrata» y fue nombrado −por Gobierno del PSOE y hace poco más de una década−, jefe del Estado Mayor del Ejército, afiliándose a Vox cuando la nueva formación salió al ruedo.

Ocultado por la prensa de Fraga, los clandestinos e ilegales −desde los cristianodemócratas hasta los comunistas−, suspiraban para que los catarros del dictador se convirtieran en pulmonías, a ser posible atípicas, y repartían volantes en las entradas del metro de París exigiendo la vuelta de la República. En el «interior», los jóvenes que no habían husmeado la pólvora de las dos guerras concatenadas, aunque si sus consecuencias, quemaban los símbolos franquistas, conspiraban para asaltar el Pardo, alteraban las universidades (la vasca pública como castigo no existía) y se solidarizaban con los obreros metalúrgicos en huelga tras las congelaciones de salarios (de miseria) decretada por el Ejecutivo del dictador. Desde París, la oficina del Gobierno Vasco en el exilio, dictaba una nota señalando que el rumor de que el militante vasco Sabin Bilbao había muerto a causa de las torturas no era cierto. Estaba muy grave, pero aún conservaba un halo de vida.

Fue en este contexto cuando las Cortes fascistas españolas, emanadas del Movimiento, los Principios Fundamentales y de la dirección de las Fuerzas Armadas en la vida política y económica española, abrieron el debate sobre la conveniencia de una «ley de secretos oficiales». Dos días de «discusión» y una crítica impensable que trascendió a la prensa de Fraga. La ley, aprobaba el 4 de abril de 1968, era regresiva incluso dentro de esa férrea dictadura. Los sectores más ultras, dentro de un entorno de por sí escorado, sacaron adelante su propuesta. No sin problemas. De la unanimidad habitual, en esta ocasión 78 mostraron sus recelos, y 18 finalmente votaron en contra. La prensa de Fraga se encargó de airear sus nombres con todos sus recursos, para que fueran tachados de liberales. Lo inusual y reseñable fue que "Diario de Navarra", compañero desde 1936 en las razias franquistas y en el despliegue de la ideología falangista, se convirtió en la vanguardia de la crítica: «No se trata de abrir caminos a sistemas que corroyeron a España, pues nadie con sensatez y patriotismo los quiere. Ahora mismo, en orden al proyecto de Secretos Oficiales, ha sido masiva la oposición de la prensa española y, sin embargo, sigue adelante el proyecto».

Hoy, 56 años después, aquella ley fascista de Secretos Oficiales, sigue vigente. No sabemos los detalles de la muerte en la bañera de Intxaurrondo de Mikel Zabalza, porque, ante la petición, el Gobierno se escudó en su vigencia. De miles de disidentes vascos y españoles conocemos sus andanzas, gracias a esa filtración permanente a la prensa ahora «demócrata» de sumarios, «interrogatorios» policiales, seguimientos... Ni siquiera la moderna Ley de Protección de Datos los protege. En cambio, aquello que afecta a cualquiera de los aparatos del Estado se topa con un muro infranqueable: la franquista y vigente Ley de Secretos Oficiales. Una ley, por cierto, que otorgaba, en su artículo sexto, a las Fuerzas Armadas la decisión y seguimiento de los asuntos a censurar.

Unos días después de la proclamación de la Ley, una intérprete española ganó el festival de Eurovisión con una canción sin apenas letra: "La, la, la". Fue un estallido de alegría patria (española). En la actualidad, hay una propuesta de «regeneración democrática» sobre la mesa. ¿Se trata de algo serio? Deroguen la ley franquista. O, por el contrario, ¿estamos en una reedición del "La, la, la"?

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