Isidoro Berdié Bueno
Doctor en Ciencias de la Educación

La mujer en el Renacimiento

Se cierra el debate con una conclusión generalizada y compartida entre todos los participantes, hombres y mujeres, especialmente ellas, y es que piensan ha quedado patente la mujer supera en virtudes al varón

Para tratar el tema de la mujer en el Renacimiento disponemos de una excelente obra de Baltasar Castiglione "El Cortesano". En ella un grupo de hombres y de mujeres se dan cita, para de manera asamblearia formar y adornar de las deseables cualidades y virtudes al varón y a la mujer.

En esta época del Renacimiento, ya existe un grupo o colectivo de varones que creen en la mujer, que aprecia sus cualidades y valía equiparables a las del hombre, frente a otro colectivo que piensa y afirma que la perfección y superioridad está en el varón, sobre la mujer.

Las tesis que unos y otros aducen están razonadas y presentadas de tal forma, que podrían ser aceptadas en cuanto a metodología por la mente feminista más exigente, no la reprobarían. La obra trata también de las virtudes que acompañan y deben adornar al varón, que de momento quedan relegadas para centrarnos en las de la perfecta mujer.

En ese encuentro o asamblea, aparece un varón que afirma que las virtudes a que adornan a un hombre son aplicables también a la mujer, las cualidades del alma son para ambos, cuales son: grandeza de ánimo, prudencia, no ser casquivana ni envidiosa.

Surge entonces un timorato que interrumpe y dice: «Si dais a las mujeres las letras, la continencia, la grandeza de ánimo y la templanza, no querréis también que gobiernen las ciudades, hagan las leyes y traigan los ejércitos, mientras los hombres están hilando o en la cocina».

El anterior contertulio le cita a Platón, como defensor de la idea de que las mujeres puedan gobernar las ciudades, y pregunta: «¿No creéis que si así lo hiciesen hallaríamos muchas mujeres tan diestras en la gobernanza y en el mando de los ejércitos (recordemos a Juana de Arco) tan buenas o más que los hombres?».

En este punto del debate se aprecian los dos frentes que se prolongan, aunque con menor virulencia, a día de hoy. Uno el de quienes quieren ver a una mujer sometida, a la que definen como animal imperfecto, como cuando nace un ciego o un cojo. ¡Bastante fuerte para nuestra mentalidad de hoy! Y existe otro colectivo de hombres que es proclive a la igualdad y emancipación de la mujer, que afirma que no hay que despreciarlas sino amarlas y respetarlas, aunque matiza que «sin pasarse», pues sería un error manifiesto. Las diferencias físicas entre varón y mujer son accidentales, en absoluto esenciales, y ambos están hechos para complementarse. Donde llegue el entendimiento del hombre puede también llegar el de la mujer.

El colectivo inmovilista lanza una última andanada, e introduce el tema religioso, un tanto irrelevante en nuestros tiempos, pero que no lo era en aquellos tiempos, y citan a Eva, la mujer que según la Biblia trajo el sufrimiento, desgracias sin cuento y la muerte para los hombres. Los emancipadores replican con la figura de la Virgen María, que corrigió aquel yerro y con razón ha sido llamada bienaventurada.

Se cierra el debate con una conclusión generalizada y compartida entre todos los participantes, hombres y mujeres, especialmente ellas, y es que piensan ha quedado patente la mujer supera en virtudes al varón.

Termina Castiglione su libro haciendo una referencia al gobernante, a quien compara con una cuba vacía. No podemos saber si se sale hasta que no se llena. De la misma manera, tampoco conoceremos los vicios y defectos de un gobernante hasta que no lo llenemos de autoridad. Es entonces cuando saca la soberbia, codicia, vanidad y esas costumbres que los tiranos llevan dentro de si.

Entretanto en Roma, los jóvenes de ambos sexos se provocaban de picadillo por las calles, con frases llenas de ingenio, como las que narro a continuación: «Quod coelum stellas, tot habet tua Roma puellas» (Hay tantas chicas en Roma, como estrellas en el cielo), decían ellos, a lo que ellas replicaban: «Pasqua quotque haedos, tot habet tua Roma cinaedos» (Hay tantos libertinos y salidos en Roma, como cabritos nacen en Pascua).

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