José Luis Úriz Iglesias
Exparlamentario y exconcejal del PSN-PSOE

La oscuridad de una Segunda Edad media

Hemos llegado hasta aquí porque los canallas, minoritarios pero no tanto, han podido con los responsables, con los sensatos. Eso sí, con la ayuda de sus cómplices; negacionistas y buenistas de diferentes pelajes, más una mayoría cobarde que simplemente ha mirado para otro lado, incapaz de poner freno al desvarío.

La Edad Media es una etapa especialmente oscura de la humanidad que según los expertos abarcó mil años, del siglo V, en concreto desde la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 y el XV, con la caída del Imperio Bizantino, la aparición de la imprenta inventada por Gutemberg, el fin de la terrible guerra de los cien años, o el descubrimiento de América en 1492.

Fue por tanto una etapa larga que para poder identificarla con mayor claridad, fue dividido entre la Alta y la Baja Edad Media.

Durante esos mil años se vivieron probablemente los instantes más terribles de la humanidad.

La implantación de un sistema profundamente cruel como el feudalismo, la citada guerra de los cien años, pestes que diezmaron a la humanidad, hambruna, crueldad sin límites, incluso la afamada Santa Inquisición fundada en 1184, aunque su reinado de terror y crueldad se extendería en los posteriores siglos, especialmente en nuestro país.

¿Puede sonar a exagerada la afirmación, de que desde hace unos años nos estamos introduciendo en una nueva Edad Media?

Podría ser, porque ambas etapas tienen elementos muy diferenciados, pero también otros comunes, por eso sería quizás más correcto señalar que estamos viviendo y viviremos en el futura una nueva Edad Media, o II Edad Media.

En esta no hay una guerra de los cien años, aunque las de Siria, Irak, Yemen, Afganistán, Palestina, o las que asolan África de norte a sur se parecen bastante.

Tampoco existe una confrontación geográfica Cristianismo-Islam como las que se vivieron en la Reconquista en nuestro país, o en las Santas Cruzadas, pero existe una más deslocalizada contra el yihadismo radical.

No hay una Santa Inquisición, pero si sectores reaccionarios radicales por doquier, aquí en España y allí, Europa y EEUU No llegan a quemar en la hoguera físicamente a quienes contravienen sus creencias, pero sí virtualmente desde ciertos medios de comunicación, o las redes sociales.

Las pestes de la primera han quedado sustituidas y esperemos que no superadas por la covid-19 actual. El dramatismo de lo vivido en las calles de las grandes ciudades de entonces, ahora los estamos viendo en las camas y las UCI de los hospitales, o en las Residencia de Ancianos.

Hasta la madre naturaleza parece que acompaña con diferentes episodios trágicos, desde tremendas inundaciones, sequías pertinaces, huracanes, o terremotos.

El mundo oscureció entonces y parece que de nuevo oscurece ahora.

Pero quizás donde existe una mayor coincidencia es la crisis brutal de valores.

En aquel cruel instante de la historia era un concepto poco estudiado, pero el «salvase quién pueda» resulta bastante común.

El interrogante fundamental ahora es si esta segunda durará tanto como la primera, o será un fenómeno de mayor brevedad.

Puede ser que el próximo 3 de noviembre, en el país más poderoso del mundo ocurra algo que nos dé una parte de la respuesta.

Aquí en nuestro país, esta reflexión ve la luz justo en el mismo momento que el presidente del Gobierno, impone un nuevo Estado de Alarma como reconocimiento de un inmenso fracaso social, un fracaso colectivo.

Una constatación de la gravedad de esa crisis de valores, que avanza en nuestro cuerpo social como si de una gangrena poderosa se tratara.

Hemos llegado hasta aquí porque los canallas, minoritarios pero no tanto, han podido con los responsables, con los sensatos. Eso sí, con la ayuda de sus cómplices; negacionistas y buenistas de diferentes pelajes, más una mayoría cobarde que simplemente ha mirado para otro lado, incapaz de poner freno al desvarío.

Este coronavirus ha llegado hasta aquí, porque nosotros se lo hemos consentido.

No vale echar sólo la culpa a las autoridades, que también, cada uno de nosotros y nosotras debemos mirarnos cada día al espejo e interrogarnos qué hemos hecho mal, o simplemente qué no hemos hecho.

El ruido de las juergas y fiestas se ha impuesto al silencio de la reflexión. La valentía de los irresponsables a la cobardía de los sensatos. La indisciplina al orden social, la anarquía a la disciplina imprescindible en tiempos de coronavirus. Los charlatanes a científicos y expertos.

Probablemente unos por haber tenido temor a aplicar una dura represión contra los responsables de esta debacle, otros por no haber ejercido de delatores contra los mismos.

Sí, sí, delatores, porque esa crisis de valores que nos corroe no ha sido capaz de visualizar, que en tiempos de riesgo extremo y este lo es, contra los enemigos de nuestra salud, todo puede y debe valer. Todo si con ello evitamos sufrimiento y muerte.

Esos remilgos, esa cobardía nos han llevado a la situación actual.

Estamos así inmersos en esta II Edad Madia. En la anterior después llegaron siglos de luz y color, con el Renacimiento. Pero no llegaron por casualidad, sino por el esfuerzo, la valentía, la lucha y  el rigor de gentes como Leonardo da Vinci, Galileo Galilei, Martín Lutero, o Tomás Moro.

Gentes que tuvieron el valor de enfrentarse a la oscuridad, a los sectores más reaccionarios, a los poderosos que temían cualquier cambio.

Pero sobre todo que impusieron un nuevo orden social imbuido de nuevo en los valores que deben imperar.
No se aprecian ahora gentes de esta valía, pero algunos tenemos la obligación de mantener sus estandartes hasta que lleguen, aunque sea a costa de incomprensiones y críticas.

Hoy nos domina la oscuridad, pero debemos seguir con la esperanza de que algún día llegue la luz.

Veremos...

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