Iñaki Uriarte
Arquitecto

La Pasarela de Uribitarte, Zubi Zuri, o del blanqueo

Desde su planteamiento inicial de acuerdo al temperamento de su autor, Santiago Calatrava, se convirtió en un gusto por la hazaña que se impone a la lectura del lugar con una cierta desmesura y aparatosidad estructural.

Hoy hace 25 años, el jueves 29 de mayo de 1997 se inauguró, con gran expectación la pasarela de Uribitarte, pero antes tuvo un largo proceso de reivindicación, especulación e intrigas. Su historia comenzó diez años antes, el 17 de noviembre de 1987 cuando publiqué en la prensa el artículo, “Un puente Mazarredo-Artxanda”, en el que reivindicaba la idea que el arquitecto vasco Ricardo Bastida (1879-1953) expuso en la conferencia “El problema urbanístico de Bilbao” tal día de 1923. En la que decía: «Quizás no con el carácter de puente para la circulación general, pero sí como pasarela para peatones y vehículos ligeros, sería conveniente establecer un paso entre ambas márgenes, frente a La Salve, desde la Alameda de Mazarredo. Este punto, por lo reducido del tramo, es indicadísimo para un puente...». Estaba planteando conectar el Ensanche con Artxanda.

La interpretación propuesta tuvo una gran acogida social y se recibieron preguntas y ánimos para hacer prosperar la idea por lo que se inició una recogida de firmas de apoyo hasta 1.356 que fueron entregadas en el área de Relaciones Ciudadanas del Ayuntamiento a cuyo ágil y aperturista alcalde (1987-1990) Jose María Gorordo ya le había expuesto la idea. A su vez, se hizo una reivindicación pública justo un año después en 1988 en una rueda de prensa celebrada en la entonces oficina de turismo de Mazarredo Zumarkalea.

El propósito era acercar el monte a la ciudad mediante un pasillo peatonal que se iniciaba en la plaza Elíptica contemplaba la peatonalización del tramo de la calle Ercilla hasta Mazarredo y potenciaba las Rampas y Escaleras de Uribitarte (1892), extraordinaria obra de urbanismo mal comprendida y mutilada con el especulativo urbicidio cometido posteriormente. El área municipal de Urbanismo y los redactores del Plan General de Bilbao, cuya oficina se había creado en 1985 y dirigía el arquitecto Iban Areso, asumieron con interés la propuesta. Recibí un escrito de agradecimiento y se afirmó que una vez elaborado un anteproyecto sería presentado al vecindario así como a los responsables del, entonces, Puerto Autónomo de Bilbao (PAB) organismo con competencias en la ría. Posteriormente Areso ya anunciaba (“Deia”, 1989.07.19) que la pasarela será proyectada por un ingeniero de renombre internacional y cita a Santiago Calatrava que acababa de inaugurar (1987) su primer puente, el de Bac de Roda en Barcelona.

Proceso

Poco después el Ayuntamiento de Bilbao renunció, incomprensiblemente, en dos ocasiones a la oferta que le ofrece el PAB de adquirir el Depósito Franco de Uribitarte un extraordinario edificio industrial portuario construido entre 1917 y 1923 proyectado por el arquitecto Gregorio Ibarreche (1864-1933) situado frente al muelle de igual nombre que ocupa toda una manzana. Finalmente, lo compra una extraña empresa Uribitarte SA creada al efecto y con sospechosos vínculos políticos del PSOE, ya que era concejal de Urbanismo, Circulación y Transportes Rodolfo Ares, de infeliz recuerdo. El Ayuntamiento en el convenio urbanístico suscrito (1989) para ampliarlo con una galería comercial añadiendo dos plantas al edificio y aparcamientos, establece que la empresa aportará 200 millones de pesetas para la construcción de la pasarela según un proyecto de Calatrava que tenía un presupuesto de 396 millones de pesetas. El políticamente especulativo proyecto inmobiliario finalizó con intrigas, estafas, quiebra judicial e incluso un asesinato, por lo que quedó en olvido.

Tiempo después la especulación pasa al otro lado de la ría pero sin puente, de la izquierda a la derecha. La extraordinaria finca con magnífico jardín y arbolado del Palacio Aguirre en el Campo del Volantín esquina con Epalza y calificado en el Avance del Plan General (1989) como Equipamiento Público es sorprendentemente adquirido por 300 millones de pesetas en mayo de 1992 por la empresa Otterton SA posteriormente Campo Volantín SL integrada por miembros del PNV. Siendo alcalde (1991-1999) Josu Ortuondo, del partido de la partida, logra mediante una corrupta modificación parcial del Plan los permisos para su derribo, la tala del arbolado y la construcción de un gran bloque de viviendas. Acto irregular recurrido, inútilmente, por el Colegio de Arquitectos, cuando todavía le preocupaba la arquitectura, ahora está al servicio del poder político empresarial y captar prebendas personales a cambio del silencio cómplice

El Ayuntamiento alude entonces a sus dificultades financieras y como compensación de plusvalías exige que costeen la construcción de la pasarela según un segundo proyecto de Calatrava mucho más depurado e impone, acertadamente, Areso desde Urbanismo un aumento de su anchura de 2,80 a cuatro metros, pero nada dice sobre el pavimento del tablero revestido con paneles de vidrio templado, ni de la pendiente de las rampas . Se entrega en mayo de 1994 y se presenta públicamente en julio, previo abono al arquitecto de los 50 millones de pesetas que se le adeudaban por los honorarios del proyecto anterior.

El puente

La exigencia por parte del PAB de un gálibo de 8,50 m sobre la pleamar, fue excesiva. En cambio, no se le impuso a ninguna otra condición municipal vulnerando numerosas normas constructivas y funcionales, lo que obligó a más peldaños y a rampas más largas con excesiva pendiente y sin rellanos de descanso. Tampoco se consideró la memoria histórica del camino de sirga en la margen derecha y como consecuencia se convirtió en un elemento autónomo, díscolo entre las orillas de Uribitarte y del Campo del Volantín
Su estructura metálica sobre el cauce es de doble curvatura en planta y alzado. Constructivamente consiste en sendos estribos o basamentos alargados de hormigón armado de color blanco paralelos a las orillas que incorporan por un lado escaleras y rampas y por el otro en una dinámica posición en voladizo, reciben en sus extremos el apoyo de la viga metálica tubular recta, soporte del tablero y de los inicios del arco parabólico, en alzado de 13,20 metros de altura inclinado 70º. O puesto a la planta también curvilínea, del tablero, del que parten 41 péndolas, a un lado y otro del paso que lo estabilizan. Con una longitud de 75 metros entre los ejes de apoyos, para un cauce de la ría de 72 con una anchura de cuatro metros.
Es en cambio en la vista estrictamente lateral, la menos usual en un puente, no la oblicua desde los paseos de borde de ría, cuando se obtiene una singular imagen de la pasarela. Se aprecia la tensión estructural, su efecto dinámico y se palpita perfectamente el instante mágico del equilibrio producido por la «intención» del arco, como un mástil en esta visión con su inclinación, de «desequilibrarse», virtualmente, contrarrestada por una «decisión unánime» de las 41 péndolas de disuadirlo. Asimismo, su angulación permite una correcta altura del paso peatonal.

Por tanto a modo de conclusión, esta estructura pontificia nace de una iniciativa ciudadana, apenas reconocida, muy concienciada con sus necesidades urbanas y asumida entonces con inusitada rapidez por el Ayuntamiento. Pero tiene su aspecto negativo en el hecho de que fuese financiada como consecuencia de dos escandalosas recalificaciones, por lo que su nombre más adecuado sería, en la traducción de Zubi Zuri, no el de puente blanco, sino la pasarela del blanqueo. Estos fraudes urbanísticos supusieron la pérdida de dos excepcionales arquitectura representativas de la idiosincrasia urbana de Bilbao, la industrial y la residencial además de la deformación de un patrimonio y paisaje urbano de altísima calidad en ambas orillas. Las edificaciones que actualmente les sustituyen no aportan absolutamente nada a la historia de la villa.

Desde su planteamiento inicial de acuerdo al temperamento de su autor, Santiago Calatrava, se convirtió en un gusto por la hazaña que se impone a la lectura del lugar con una cierta desmesura y aparatosidad estructural. El puente menos identificado con la tipología e incluso el color pontificio de Bilbao, el más alóctono, es el más admirado popularmente

Por esas circunstancias de «emblematismo» y cómo símbolo de una nueva ciudad basada en la espectacularidad iconográfica se ha convertido en un plató que con frecuencia se toma como fondo para anuncios de publicidad, pero especialmente en el tópico escenario para las autofotografías de turistas ávidos de captar sensacionalismos. En definitiva, este puente no es de Bilbao, es de Calatrava y quizá por eso así lo denomina la población.

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