La propaganda de la extrema
El auge de la extrema derecha es un eco inquietante, un rumor sordo que se propaga como una mancha de aceite. Resuena en la fragilidad de nuestras sociedades, seduciendo con la promesa de orden y seguridad en un mundo caótico e incierto. La extrema derecha, camaleónica, se adapta, revistiéndose de un lenguaje moderno que esconde un sustrato inmutable: xenofobia y anhelo de un líder fuerte. Un discurso visceral que apela a los miedos ancestrales, a la necesidad de certezas en un mundo líquido donde los vínculos humanos se deshacen como espuma.
Para comprender este resurgimiento, debemos convertirnos en arqueólogos del presente. La historia, laberinto de espejos, nos muestra que la propaganda, arma predilecta de estos movimientos, no es un invento moderno. Desde la antigua Roma, los líderes han utilizado la manipulación para moldear la opinión pública. En el siglo XX, la propaganda desempeñó un papel crucial en el ascenso de los totalitarismos. El nazismo, con su maquinaria orquestada por Goebbels, es un ejemplo paradigmático. «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad», decía, cincelando la realidad a su antojo.
Pero el nazismo no fue un caso aislado. El fascismo italiano y el franquismo español también utilizaron la propaganda como arma. En España, la Sección Femenina, con su siniestra iconografía de esposas sumisas, promovió un modelo de mujer subyugada al hombre, un modelo que la extrema derecha actual rescata con un discurso renovado para controlar el cuerpo y la vida de las mujeres. Utilizan estrategias, como la exaltación de la maternidad como destino único y la negación de la violencia de género, para atraer a un sector de la población femenina y utilizarlas como ariete contra el feminismo, en una perversa paradoja que convierte a las víctimas en cómplices de su propia opresión.
Hoy, las redes sociales son el nuevo Coliseo donde se libra la batalla por la atención. La extrema derecha aprovecha las nuevas tecnologías para difundir su mensaje de odio y desinformación. Memes, videos virales y noticias falsas para crear un relato simplificado donde el «otro» es siempre el culpable. Las redes sociales, con su inmediatez, se han convertido en un caldo de cultivo ideal para la propaganda extremista. Los algoritmos nos encierran en burbujas informativas, alimentando nuestros sesgos y polarizando el debate público.
La propaganda no sería tan efectiva si no encontrara un terreno fértil. La globalización, la precarización laboral... generan un profundo malestar social. En este escenario, los extremismos ofrecen un salvavidas, la promesa de un retorno a un pasado idealizado, un espejismo de seguridad en tiempos inciertos. La crisis de 2008 agravó estas desigualdades, creando un clima de incertidumbre que la extrema derecha ha sabido explotar. A esto se suma la crisis de la democracia representativa, con sus síntomas de corrupción y desafección política. Los partidos tradicionales, vistos como una casta desconectada de la realidad, pierden terreno frente a las fuerzas que prometen soluciones mágicas, recetas simples para problemas complejos.
Pero este auge no solo se explica por factores económicos y políticos. Existe un componente cultural y psicológico. El miedo al cambio, al futuro, a la pérdida de privilegios, empuja a muchos a buscar refugio en las simplicidades del discurso extremista. Es el miedo lo que nos hace vulnerables, lo que nos convierte en presas fáciles para los cantos de sirena del populismo.
En este contexto, la educación se erige como un baluarte fundamental. No se trata solo de transmitir conocimientos, sino de formar ciudadanos críticos, capaces de analizar la información y cuestionar los discursos. La educación debe promover los valores democráticos, el respeto a la diversidad y la igualdad. Es en las aulas, en los hogares, en los espacios de debate público, donde se construye una sociedad más justa, más libre, más resistente a los cantos de sirena del odio.
La lucha contra la extrema derecha requiere un esfuerzo colectivo. Es necesario construir un frente común que defienda los valores democráticos. El futuro está en juego. Y en este combate, la memoria es crucial. Recordar los horrores del pasado es esencial para no repetir los errores. La democracia no es un regalo, sino una conquista que hay que defender día a día. Y en esa defensa, la educación, el pensamiento crítico y la participación ciudadana son nuestras mejores armas.
Es importante destacar que el auge de la extrema derecha no se limita a los países occidentales. En diversas partes del mundo, desde India hasta Brasil, pasando por Filipinas, observamos un resurgimiento de movimientos autoritarios que utilizan estrategias similares: la demonización de las minorías, la promesa de un retorno a un pasado glorioso y la manipulación de la información a través de las redes sociales. Este fenómeno global nos alerta sobre la fragilidad de las democracias y la necesidad de fortalecer las instituciones y los valores que las sustentan.
No podemos permitir que la llama de la esperanza se apague. No podemos ceder ante el miedo y la resignación. La lucha contra la extrema derecha es una lucha por el alma de nuestras sociedades, por un futuro donde la libertad, la igualdad y la justicia social prevalezcan. Es una lucha que debemos librar con valentía, con inteligencia, con la convicción de que un mundo mejor es posible. Y en esa lucha, la memoria de aquellos que nos precedieron, que lucharon y murieron por la libertad será nuestra guía, nuestro faro en la oscuridad. Porque como dijo el escritor polaco Jean Paul Richter, «la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados».