Aitxus Iñarra
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación

La realidad temida

El miedo es un hábito mental, una emoción amenazante que desafía la razón, depara formas variadas de sentirlo como son la ansiedad, la angustia, el estupor, el pavor o el espanto, la agitación o el desasosiego... Son modos versátiles y heterogéneos de sentir permanentes en la historia de la humanidad.

Majestad, os juro y aseguro que tengo visiones muy extrañas y sobrenaturales. Veo un ave dorada en el cielo y demonios bajo la tierra. ¡Ahora mismo los estoy viendo! ¡Sí ahora mismo!» le dijo el asceta.

«¿Cómo es posible, inquirió el rey, que a través de estos espesos muros puedas ver lo que dices en el cielo y bajo tierra?».

El asceta repuso: «Sólo se necesita miedo». Fue la respuesta a la petición inicial del monarca cuando le exigió que demostrara que era un renunciante auténtico o en caso contrario le ahorcaría.

El miedo es una respuesta necesaria para sobrevivir, como lo es en este caso la que suscita en el renunciante, una adaptación inmediata ante la amenaza de muerte del poderoso interlocutor. El miedo que le atrapa se muestra como un movimiento rápido, severo, riguroso e inevitable, y produce la desesperación interior ante el peligro de que acabe con su vida.

Pero tanto en el pasado como en el presente el miedo se expresa recurrentemente como una forma de sentir, promocionado por la autoridad competente. De modo premeditado el miedo es utilizado como instrumento pedagógico con el fin de obtener del receptor la conducta que trata de imponérsele. Es una construcción que deviene colectiva, generando toda una cadena de sentidos, creencias y complicidades. Y tejiendo una red temerosa generadora de confusión que distorsiona y encauza la mente y la conducta de los individuos. Es este un hecho constatable, con una presencia particularmente frecuente en el ámbito religioso. La Iglesia que monopolizaba el conocimiento transcendental y amenazaba con el castigo eterno ha administrado con distinta intensidad la amenaza constante de un castigo atroz entre sus fieles cuando se infringía el código moral eclesiástico.

La economía neoliberal también va suscitando temor cuando con sus prácticas depredadoras y generadoras de desigualdad producen la precariedad, la inseguridad de quedarse sin trabajo, afectando y amedrentando el bienestar psicofísico del individuo y la comunidad. Un hecho obvio en tiempos de la actual epidemia en la que asistimos a una realidad ciertamente amenazadora a causa de sus efectos en la salud, la economía y el bienestar personal. Pues aunque las autoridades sanitarias nos avisan de su peligro y sus riesgos junto a las medidas para combatirlos, y entonces pareciera que uno se encuentra al fin a salvo, la sensación de la inseguridad prevalece y el miedo aflora con fuerza ante una experiencia o una realidad social que continúa y que ha fracturado la antigua normalidad. Acostumbrados a buscar la seguridad en una falsa confortabilidad social, la sensación de impotencia hace que dejemos la solución en manos de un tercero, en este caso de la ciencia. Asimismo el temor alimentado por ideas inquietantes determina nuestro modo de comportarnos, y este mismo cambio de comportamiento intensifica a su vez otros temores como son la presencia de la incertidumbre, de la finitud o incluso, en algunos casos, la soledad inclemente cuando esta se vive como desasistimiento emocional, desamparo y olvido.

Se ha creído siempre que la mejor manera de afrontar el miedo ha sido el valor, un rasgo que caracteriza al héroe, icono durante siglos de la valentía, el honor, y la salvación, poseedor de cualidades extraordinarias, alguien capaz de enfrentarse en solitario al miedo y a la dura supervivencia. Pero el héroe, que sólo puede ser tal desde la admiración hoy es inservible en nuestra cotidianidad. No te saca del paro, ni transforma en más sensible la relación del humano con la naturaleza, ni convierte las relaciones sociales en más justas, amables. Tampoco te hace ser más amado, ni experimentar mayor afecto por el otro.

Además del deficiente recurso de la heroicidad, también utilizamos la racionalidad, expresión de la conciencia objetiva e instrumento de percepción, para aplacar el miedo. Es cierto que nos puede ayudar a discernir los miedos imaginarios de los reales, pero es un recurso limitado ya que cuando se siente miedo intensamente, es difícil distanciarse de él o poder negociar con las características que otorgamos al objeto amenazador. Hay, además, miedos que tienen sus causas evidentes y por ello pueden ser más fáciles de gestionarlos, pero hay temores que ni siquiera uno sabe de dónde proceden. Son los miedos no aceptados, algunos de los cuales han llegado a ser tan sutiles que ni tan siquiera nos damos cuenta de ellos.

El miedo es un hábito mental, una emoción amenazante que desafía la razón, depara formas variadas de sentirlo como son la ansiedad, la angustia, el estupor, el pavor o el espanto, la agitación o el desasosiego... Son modos versátiles y heterogéneos de sentir permanentes en la historia de la humanidad. Y en la actualidad un patrón inequívoco y persistente estimulado por una realidad cultural basada en la culpa, la recompensa y el castigo. Es una emoción paralizante que transita una y otra vez y termina asediándote. Rehuyes de ella pero su huella continua te estremece y te amordaza en un combate que agota cualquier vestigio de encuentro sereno con uno mismo.

Desbrozar el miedo, derrotarlo y comprenderlo para que abandone la psique no resulta sencillo pues constituye un patrón enraizado de la percepción dominante. Afrontar el rostro del espanto, agotar sus apariencias que nos atenazan imperceptiblemente, requiere de una conciencia y decisión similar a la de Perseo en su encuentro con la Medusa, la Gorgona cuya inquietante mirada petrificaba a los hombres. Perseo le vence cuando se enfrenta a su mirada mortal, pudiendo decapitarla, tan solo cuando la cara de esta queda reflejada en la superficie bruñida de su escudo. Librarse del miedo es afrontar el entramado de su naturaleza, atravesar la maraña de una realidad magnificada, desafiar la sumisión de la percepción temerosa impuesta que obstruye la percepción de lo que es.

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