Antonio Alvarez-Solís
Periodista

La regeneración del sistema

El Sr. Rajoy, acompañado por el Sr. Aznar, ha clausurado las tareas veraniegas del campus FAES, con un discurso en el que se ha referido, cómo no, a la regeneración del Sistema.

Hace tiempo que el Sr. Rajoy ha tomado gran apego a la cuestión al hacer de su partido portaestandarte de esta labor regeneradora, lo que prueba el notable relieve que concede al problema que, sea dicho al paso, él contribuyó a incrementar con notable torpeza. Recuperar, como es obvio, supone volver a generar y yo no creo que el capitalismo, que es la base política, moral y económica del Sistema, pueda regenerarse, que equivale a dotarle de nueva vida, ya que está exánime tras unos 250 años de existencia. Ahí está el hambre creciente, el trabajo en regresión de valor, los conflictos bélicos despojados de toda protección de derechos, el pensamiento débil o miserablemente pragmático... ¿Acaso es precisa, dada la realidad visible, una reflexión retóricamente trascendental para emitir una crítica adecuada? Lo trascendental suele estar suscitado por lo puntual y evidente. Seamos sencillos.

Me he referido en diversas ocasiones a que la burguesía, con su industrialismo fundamental y su creación de clases medias, es asunto ya del pasado. Ese modelo burgués ha perecido por la superconcentración de la riqueza y del aparato productivo, que ha devenido en una estructura monopolista o, al menos, oligopólica que está inmersa en una inevitable y acelerada autofagia. Incluso está sufriendo el Sistema la contradictoria presión de los nuevos recursos tecnológicos, sobre los que un economista como Paul Sweezy escribía ya en 1958: «El ahorro potencial de fuerza de trabajo apenas está en sus inicios. Puede muy bien ocurrir que en los próximos años el progreso tecnológico deje más trabajadores inactivos de lo que las inversiones globales logren ocupar. En tal caso el progreso tecnológico, lejos de ser salvador del capitalismo, puede revelarse como uno de sus sepultureros». Y añade: «Es evidente que existe un conflicto entre el interés nacional de la plena ocupación y el interés privado individual». Estamos, pues, ante un proceso en cierto modo parecido al del alzhéimer, en cuyo marco el Sistema ya no reconoce su inicial compromiso moral, que consistía en lograr una riqueza ininterrumpida con benéficas repercusiones sociales.

El Sistema se disuelve en esa contradicción y es ahí cuando la clase más poderosa se apresura a activar el Estado para convertirlo en un puro salvavidas intervenido, manipulado y, en consecuencia, corrupto. Las figuras monopolísticas aparecen con una violencia que genera otras violencias como la guerra, los mercados inmorales o la desviación del dinero hacia una economía monetaria que subordina y destruye la economía real que la burguesía del industrialismo competencial había manejado como una forma de desarrollo general. El Sistema entra en coma al llegar a este punto y las producciones con gran valor añadido derivan hacia sectores muy concretos y poco poblados de la sociedad. Esto deja en derredor un inmenso interland casi desértico explotado por un dinero que solo negocia dinero. Por su parte, la política en sus variadas formas culturales, sociales y morales adquiere un valor estrictamente adjetivo y de cobertura de un mercado en el que han desaparecido los grandes consumos de las masas y ha aparecido el paro.

En esas condiciones ¿qué pretende regenerar el Sr. Rajoy? Supongo que no se referirá a una estricta regeneración moral de los comportamientos sin tocar el Sistema, cosa radicalmente inoperante con que la llamada democracia cristiana suele desviar la atención sobre la automoribundia del capitalismo, ya plagado de fascismo en su forma neoliberal, para sostenerlo mediante una farsa penitencial. Esta concepción voluntarista de la moral queda perfectamente reflejada en el siguiente párrafo del que fuera arzobispo de Cambray, monseñor Girod, que cuando se refiere al trabajo dice lo siguiente: «Ahí está el error de la secta socialista. Según sus adeptos la realización del cristianismo está toda entera en el progreso y el perfeccionamiento social; la redención se realiza aquí abajo. Sin duda veremos con alegría salir de las doctrinas del Evangelio todas las consecuencias favorables al bien material de los pueblos». Evidentemente nada es tan hermoso como la fe del arzobispo, pero los cristianos sabemos que la conversión de ciertos ricos -difícil, además- contribuye muy poco a la felicidad colectiva del pueblo si no se incardina en un Sistema distinto al del capitalismo. Es sabido que los poderosos que se alimentan ideológicamente en la FAES suelen depositar una caridad en el cepillo del templo -¡Dios se lo pague, hermano!-, pero se necesita otra cosa más amplia y social para conseguir que el Cristo de todos los días vuelva al mundo.

Bien; parece claro que el capitalismo que alumbró la burguesía con su crecimiento material -el precio fue duro, no lo olvidemos- y su fabricación de las clases medias, con sus tornasoles -tampoco lo olvidemos-, ha muerto. El mundo se ha proletarizado no solo material sino también intelectual y materialmente. La contradicción entre el avance tecnológico, el paro consiguiente y la extenuación del consumo, añadida la creación de la economía monetaria como sustitutoria de la economía real de cosas, parece evidente. Por otra parte, la consunción del socialismo nacido de la II Internacional es ya indiscutible; socialismo que ha salido huyendo de sus orígenes teóricos. Ambos sucesos históricos hacen que el panorama político se haya tornado monocolor y la situación social ofrezca rasgos del apocalipsis. Pero también es evidente que en el primer capitalismo anidaba una cierta invitación al progreso material del ciudadano y una excitación de su presunta creatividad y que en el socialismo inicial se hablaba del desarrollo integral del individuo dentro de un colectivismo solidario. Y eso ha de ser tenido en cuenta para edificar el futuro Sistema social, ya que la historia consiste en una amplia y permanente mecánica de incorporaciones. La historia responde a una inesquivable geología en la que debemos incluir las grandes conmociones telúricas.

Y de eso es lo que conviene hablar hoy para dilucidar si hay que colectivizar el capitalismo o hay que individualizar el socialismo o ¿por qué, no? debemos tomar decididamente en la mano los restos geológicos de ambos Sistemas a base de crear un ámbito donde las riquezas comunes facilitadas por la naturaleza no caigan bajo el poder de la minoría poderosa con el pretexto de una propiedad inicua. Sobre esas riquezas de disfrute y control colectivo puede operar la creatividad individual a fin de abrir un sano y apetecible horizonte material y espiritual a todo ser humano. Entre todas las satisfacciones de un Sistema como el que sugiero la complacencia espiritual cobra el máximo relieve ya que sobre ella se edifica el resto de las aspiraciones. Esto aparece patente en los periodos revolucionarios.

¿Es comunismo lo que defiendo? Puede ser, pero hablo de un comunismo liberado del agobiante piramidalismo. ¿Capitalismo, tal vez? Pues, sí; pero como un estricto rasgo personal y sin traspasar la fina línea roja de lo colectivo ¿Liberalismo, pese a la evanescente característica de liberalismo? Pero de ser así estaríamos ante un liberalismo conductual, de aceptación del pensamiento. En definitiva y sellándolo todo con esa especie de inocencia que ha de existir cuando se habla de la vida humana ¿se trata de una utopía más, modesta por su origen y su invitación? Todos los Sistemas persiguen una utopía que constituye su motor de arranque. Lo que en definitiva hace valiosa una utopía es que consiga elevarse a ambición ancha y numerosa. De esto conviene, pues, seguir hablando.

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