Jokin Revilla González e Itziar Fernandez Mendizabal
Integrantes de la Plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak

La solidaridad es el aliento de los pueblos

Las guerras en muchos países, las hambrunas, el robo y expolio descarado de recursos a muchos pueblos, la trata, la venta de personas en Libia… no las hacemos las personas de nuestros pueblos y barrios, sino el capitalismo voraz y el heteropatriarcado. No somos personas enemigas por ser distintas, sino que somos personas semejantes que compartimos pertenecer a las clases populares.

Y sin duda solidaridad hay y mucha, pero no suficiente. La hay en cada frontera cerrada, en cada campo de detención de personas refugiadas y migrantes, en cada CIE, en contra de la trata de personas, en esos desiertos de travesías agónicas, en el Mediterráneo, el mayor cementerio de personas «prescindibles» y anónimas... Sí, en todos los sitios hay personas y grupos solidarios que luchan contra tanta injusticia. Pero no son suficientes.

Desde el 14 al 22 de julio, la caravana «Mugak Zabalduz-Abriendo Fronteras» recorrió de arriba abajo la península hasta llegar a Melilla. Realizó denuncias y protestas allá por donde pasó. Contra las guerras y la industria armamentista en las Bardenas, se manifestó ante las Cortes para que el Gobierno español se implique y cumpla la legislación internacional y la suya propia, rechazó la fabricación de concertinas en Málaga. Exigió la desaparición de los CIEs en Tarifa y Algeciras, los derechos de las «porteadoras» y el derribo de las vallas en Ceuta y Melilla… es decir, todos los derechos de todas las personas migrantes y en busca de refugio. Este en un ejemplo, hay más. En muchos pueblos y barrios se realizan actos solidarios de todo tipo, pero se necesitan más, muchos más.

Debemos ser conscientes de que todas las personas podemos hacer algo para que los gobiernos cambien su política, y para ello también es necesario que cambiemos nosotras. Que conozcamos y reconozcamos a todas las personas refugiadas y migrantes que tenemos al lado. Que seamos capaces de compartir y convivir. Seguro que, si damos este paso, esos falsos rumores que alimentan la xenofobia y el racismo y que tanto daño hacen, desaparecerán. Que las guerras en muchos países, las hambrunas en Somalia, Kenia, Sudán, Yemen…, el robo y expolio descarado de recursos a muchos pueblos, la trata, la venta de personas en Libia… no las hacemos las personas de nuestros pueblos y barrios, sino el capitalismo voraz y el heteropatriarcado. No somos personas enemigas por ser distintas, sino que somos personas semejantes que compartimos pertenecer a las clases populares. La ultraderecha se crece y hasta ha fletado un barco de ultras para impedir que quienes sólo buscan poder vivir lleguen a Europa. Esa tarea ya la hace la policía europea «Frontex». El racismo y la xenofobia crece por todos lados también entre nosotras. Se oye demasiado «yo no soy racista, pero...». Y en ese «pero» nos desahogamos contra quienes son más pobres o simplemente son diferentes.

La Comisión de Fiestas de Bilbao este año ha elegido como pregonera a la Plataforma Ongi Etorri Errefuxiatuak. Es un reconocimiento a la labor realizada en su corta vida de año y medio. Esto, además de una alegría, supone un reto, pero no solo para la Plataforma, sino para todo Bilbao. Es la ocasión de entrar en el Guinness por ser la ciudad más solidaria, la que mejor convive con las personas refugiadas y migrantes que ya viven entre nosotras, o que están llegando. La ciudad que más banderas amarillas solidarias tenga en los balcones. Tendríamos que lograr colocar más que cuando salió la última vez la gabarra. Eso significaría que estamos construyendo el camino de la solidaridad. Y se notaría en cada casa, en cada curro, en las escuelas, institutos, universidades, cuadrillas, grupos de montaña, de futbol, instituciones de todo tipo, movimientos sociales, sindicatos, partidos… en toda la sociedad. Sólo así lograremos convertir lo que ahora son posturas solidarias de personas individuales o de grupos pequeños en una postura muy generalizada reflejo de una sociedad solidaria. Que la norma o ley a la que obedezcamos todas siempre sea la de los derechos humanos para todas las personas y en todos los sitios porque ninguna persona es ilegal.

En esta tarea todas las personas tenemos un sitio para que cada una la lleve a cabo como quiera, pero todas en la misma dirección. Una sonrisa, un abrazo tienen poder de cambio frente a la marginación y el desprecio. La explotación a las personas y el odio nos seca el corazón, nos marchita la vida. Para seguir viviendo necesitamos aire, aliento, y eso sólo lo asegura la solidaridad con mayúsculas.

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