Mikel Arizaleta
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Las bicicletas abandonadas en la lluvia

Mirando a una bicicleta, abandonada en el otoño bilbaíno, tropecé con el soneto bicicletero de Miguel Arteche y Francisco Villa, un poco cacharro en esencia y forma, como aquella bici solitaria:

En rueda está el silencio detenido,
y en freno congelado la distancia.
Qué lejano está el pie, cómo se ha ido
la infancia del pedal sobre la infancia.
El reino del volante sometido
se borra con la sed que hay en la llanta.
La mano que no está tiene el sonido
de tanta ausencia y cercanía tanta.
Cuán remota la edad en ti palpita
con las velocidades de tu cita,
y qué rápida estás con ser tan quieta.
Tan inmóvil pedal dormido ahora
por la lluvia de ayer que te evapora
tu perdida niñez de bicicleta.

En varias ciudades del estado hay un depósito de bicicletas abandonadas, retiradas de calles, cantones y parques por los servicios municipales, que se van oxidando amontonadas, roñosas, al igual que lo hacían antes amarradas a un poste de la ciudad y olvidadas en una calle cualquiera. ¿Por qué sigue el deterioro en esa especie de perrera-bicicletera municipal? ¿Por qué ese abandono: acaso murió el dueño, emigró, yace en un hospital, no tiene amigos, la abandonó a la intemperie, fue robo pasajero…? ¿Por qué la dejó sola, sin un papel a su espalda, sin esquela, sin un recuerdo agradecido, sin siquiera una lágrima de agur y compañero?

¿Por qué se da también en la ciudad esa especie de galgo desechado y ahorcado en tierras de campo y caza?

Comenta un mozo barcelonés: «Justo ahora que estoy buscando una bici en concreto, sencilla, para personalizar y utilizar a diario, me harto de ver el modelo que busco abandonado en los parquings de bicicleta de Barcelona. Da un poco de pena, porque acaba retirándolas el Ayuntamiento y transformándolas en chatarra. ¡Las podrían vender a 25 euros!» Es su propuesta.

Hay alguien que le da un consejo: «Si te la vas a llevar, primero pregunta a comerciantes de la zona para comprobar que realmente está abandonada y saber cuánto tiempo lleva allí. Hay gente que por lo que sea se va de viaje dejando la bici en la calle y cuando vuelve se encuentra con que ha volado. Si realmente has comprobado y recomprobado que la bici está abandonada, pues una cizalla y para casa. Mejor darle una nueva vida antes de que se la lleven los del ayuntamientos o algún chatarrero».

Y otro que le escupe un reparo: «No me llevo nada. Primero porque por principios no cojo nada que no sea mío. Segundo porque yo no soy nadie para decidir si está abandonada o no y tercero porque lo que me quiero comprar de segunda mano vale 100 euros, y eso te los gastas en una cena».

Hay alguien con experiencia en el tema: «Casi nunca se podrá requetecomprobar que la bici en cuestión está realmente abandonada y siempre existe el riesgo de ser un hurto. Me he ganado la vida en Berlín reconvirtiendo aquellas que encontraba en pésimo estado y sin candar. Sustraer algo amarrado a propósito puede aparentar una justificación propia, pero en mi opinión supera la barrera del civismo nos guste o no. Para retirarlas ya existen servicios municipales que actúan periódicamente. Quizá con ello no tengan una segunda o tercera vida en muchos lugares, muy a pesar de alguien que quisiera obtener un beneficio con ello».

Y hay quien comenta: «Me enteré hace poco que en Barcelona puso en marcha una iniciativa la gente de Biciclot. Se llama rebiciclem, es algo que me había rondado por la cabeza y el otro día buscando si había alguna manera de comprar las bicis que "cogía" el Ayuntamiento di con ello: http://www.biciclot.net/catala/rebiciclem. Hablé por telf con la chica de rebiciclem y me confirmó que les costó mucho que el Ayuntamiento les cediera las bicis, y eso que las dedican a un uso social. Disponen de un taller y hay una opción de curso de mecánica que por 65 euros te dan una bici y la restauras allí».

Lo cierto es que en Bilbo el parque de objetos abandonados está ya saturado: coches, motos, bicicletas… es más cementerio de deterioro que asistencia social y ayuda. Con la excusa de la propiedad privada, con eso de «no es nuestro», el objeto se vuelve chatarra con el paso de los días, los meses y los años: muchos entraron con buena salud y mueren víctimas del abandono. ¿Por qué no, en muchos casos, un arreglo  simple, una entrega con nombre y apellidos, con servicio y vida, sabiendo el destino y con vuelta si aparece el dueño abonando costes de reparación, por qué el Ayuntamiento, mientras tanto, no pone a disposición de los ciudadanos en su parque de bicicletas? ¿Por qué no idear un servicio con estos objetos en esta época de octubre, en esta vida de carencias y penurias ahora que nos enfilamos hacia el día de difuntos?

También aquí la vida y el disfrute son más importante que la muerte.

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