Nagua Alba
Secretaria general de Podemos-Euskadi

Lo aprendimos el 15 de mayo

Hace cinco años que la puerta del Sol de Madrid se llenó de gente, también, de forma algo más modesta, el Boulevard donostiarra, la plaza del Arriaga de Bilbo, La Virgen Blanca de Gasteiz o la Plaza Gaztelu en Iruña. Las tiendas de campaña, las asambleas improvisadas, cientos de manos que se alzaban al unísono y los largos días de sol -tuvimos mucha suerte con el tiempo- conforman esa foto fija que nos viene a la cabeza cuando pensamos en aquella primavera de 2011.

Recuerdo especialmente un día en Donostia, cuando ya una decena de tiendas de campaña llenaba la plaza, se contaba con una cocina improvisada, los bares de pintxos de alrededor nos llevaban las sobras para cenar cada noche, las pancartas y carteles -cada día más ingeniosos- atestaban las farolas y el Kiosko, había un equipo de sonido completo con sus altavoces y micrófono, un «txoko» para que quienes estábamos de exámenes pudiéramos estudiar, actividades programadas a lo largo de toda la semana y cientos de personas se turnaban cada día para cuidar del espacio. Entonces se planteó un debate: ¿cuándo se iba a dar por terminada la acampada?

La discusión fue acalorada, la mayoría de las personas llevaban durmiendo allí cada noche desde hacía más de un mes y habían trabajado incansablemente para organizar los turnos, las comidas, las actividades… defendían que si abandonábamos esa plaza estaríamos abandonando todo aquello que habíamos construido, que sería rendirse y volver a casa con el rabo entre las piernas. Finalmente nos fuimos, lloramos un poco y nos preguntamos qué quedaría de todo aquello en unas semanas, cuando al mirar la plaza vacía nadie recordara que habíamos estado allí.

Pero el 15M era algo mucho más grande que esas 30 personas sentadas en el suelo del Boulevard bajo la sombra de un árbol. Había otro 15M, en los hogares, en los bares, en las aulas y en los centros de trabajo. Un 15M de personas que jamás se habrían planteado dormir a la intemperie, que cuando paseaban por la calle se acercaban tímidamente al corro de gente que celebraba una asamblea, escuchaban un poco y seguían caminando. Dos cosas estaban sucediendo fuera de los límites de esa pequeña acampada, dos cosas que seguirían sucediendo cuando se desmontaran las tiendas. La primera es que, de repente, muchos individuos dejaron de serlo para convertirse en un todo, un “nosotros”, y ese “nosotros” no era culpable de que lo echaran de su casa, de que se hubiera quedado sin trabajo o de tener un sueldo con el que era imposible llegar a fin de mes. Un montón de gente anónima que poquito a poquito cada día y sin enseñarlo a nadie, se echó el futuro a la espalda; gente normal, claro, no quienes habitan el –ausente- Consejo de Ministros ni las cámaras alta y baja de las Cortes Generales.

Y por otro lado, lo que se suponía normal dejó de serlo y lo que debía ser normal empezó a serlo. Si hace seis años parabas a alguien por la calle y le contabas la historia de una familia que había sido desahuciada por no pagar su hipoteca, tenías una alta probabilidad de que esa persona te respondiera «vaya... Bueno, es normal, si no han pagado...». Hoy día, es altamente probable que cualquier persona a la que pares con esa historia te responda algo parecido a «es horrible, qué injusticia, pobre familia». ¿Qué ha pasado aquí? El 15M. Un sentido común nuevo germinó.

Aquel año aprendimos que uno de los corazones de la política es la acción de confrontar explicaciones que nos orienten sobre qué somos, qué nos pasa y por qué nos pasa. Quien es capaz de ofrecer e instalar su explicación particular como la explicación general que nos da sentido como sociedad, gana. Así de simple y así de complicado. ¿Por qué antes del 15M una familia desahuciada era una familia morosa y después del 15M era una familia expulsada injustamente de su casa? Porque la política, sobre todo en momentos de regreso de la política, tiene que ver con la creación y configuración constante de identidades, de agregar a muchos en torno a nociones compartidas. Estas identidades no están dadas, nunca son arcanos que hay que descubrir sobre un mapa rígido de bloques inmutables y, por el contrario, la razón última de la política es la articulación de éstas, el saber ofrecer narrativas compartidas que nos expliquen como comunidad de sentido y pertenencia.

Cuando hablamos de transversalidad hablamos de eso precisamente: de juntar a esas personas anónimas que sacan el país adelante todos los días, y el 15M dio el pistoletazo de salida, ahora toca tejer una nueva narrativa compartida que nos explique como sociedad hoy, no hace 40 años, y esa narrativa debería rendir homenaje cotidiano a nuestro pueblo.

Se cierra una época y se abre otra, estar a la altura implica formar un nuevo horizonte compartido, y eso pasa, como aprendimos en el 15M, por interpelar a toda una sociedad, no sólo a una parte.

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