José María Pérez Bustero
Escritor

Lo que somos, lo que nos falta

Cuando se cumplen dos años de la legalización de Sortu, el autor hace aquí un repaso de aquellos aspectos que a su entender debería mejorar la izquierda abertzale. Aunque asegura que «todo va bien... inmersos en una gestión múltiple de instituciones, con movilizaciones de diferente índole y una larga lista de iniciativas», asegura que «nuestros textos, términos, autodefiniciones evidencian un enorme sabor a continuidad».

Estos meses en que se habla del nuevo curso político, viene a la mente el reciclaje que debemos hacer en la mentalidad abertzale y la tarea que nos falta por acometer. Un reaprovechamiento que no arranca desde un sentido de culpa, sino todo lo contrario. De la conciencia clara de lo que somos y de una profunda autoestima.

¿Qué somos? Gente que lleva en las vísceras, como fondo básico, la pasión por la autoafirmación nacional vasca. Nos sentimos en el cauce histórico de tremendos hechos y periodos. Tenemos abierta la llaga de ocho siglos de agresiones militares, consumadas con la sangre de los cuarenta años de la bota franquista. Pero no nos quedamos en ello. A la vez, vivimos en la secular reacción de afirmación vasca, que despertó de nuevo en la década de los años 50 y derivó en un amplio movimiento de liberación nacional.

Precisamente en esta dinámica de liberación del pueblo vasco llevamos reorganizados casi cuatro décadas. En primer lugar, los 23 años de organización política con la denominación de Herri Batasuna, en un difícil esfuerzo por conciliar amplios sectores y organizaciones. Época llena de debates, distanciamientos, éxitos y fracasos electorales, siempre con la tensión de no ser absorbidos por el sistema constitucional. Sufriendo, además, la agresión política, judicial y policial que se evidenciaba en miles de detenciones (entre ellas, 23 cargos de la Mesa Nacional en 1997) y miles de torturados, con cientos de muertos (entre ellos, cargos como Brouard, Muguruza, Gurutze Iantzi), y la dispersión de presos.


A esa época se añaden los nueve años de ilegalización de la nueva estructura Batasuna (2003) y de los posteriores organismos creados para funcionar como organización política. Siempre dentro de un intenso debate interno, que llega finalmente a la declaración de Altsasu de 2009 y al documento “Zutik Euskal Herria” de 2010 descartando el uso de la violencia, al que sigue el alto el fuego permanente de ETA. Poco después llega la coalición en Bildu de 2011 y, finalmente, la legalización de Sortu el 20 de junio del 2012.

¡Dos años ya legalizados! Con 123 alcaldes, 1.138 concejales, 46 junteros, 7 diputados en Nafarroa, 7 diputados más tres senadores en Madrid y un representante en Europa, con 313.231 votos en la mochila. ¿Todo va finalmente bien? Digamos que va formidablemente. Inmersos en una gestión múltiple de instituciones, con movilizaciones de diferente índole, más una larga lista de iniciativas (Gure Esku Dago, Sare, jaiak, jóvenes, mujeres, selección vasca, euskera, Info7, GARA, tabernas, Udalbiltza, empresas editoriales, alianzas internacionales...).


Nos falta algo? Sí. A pesar de esa dinámica, nos falta algo muy importante. Sacar la cabeza de ese apasionante caserío en el que crepitan los trabajos de gestión, de iniciativas y denuncias, debates con otros partidos en instituciones y en medios de comunicación. Y mirar hacia fuera. Después de sesenta años, tenemos delante un nuevo ciclo, pero todavía no hemos abierto las ventanas. Nuestros textos, términos, autodefiniciones evidencian un enorme sabor a continuidad.

¿De veras nos faltan actuaciones nuevas importantes? Nos falta, en primer lugar, mirar a Euskal Herria en su totalidad. La definimos globalmente, le trazamos objetivos excelentes, pero nos falta mirarla en todas sus tierras y pueblos. ¿De veras no conocemos toda Euskal Herria, no hablamos de toda Euskal Herria, no mostramos apego a toda Euskal Herria? No. En modo alguno. Por ello estamos mucho más instalados en unas zonas que en otras. Y en algunas, prácticamente no existimos. ¿Cómo así nos escatiman el voto en muchos pueblos? Porque nos consideran extraños y lejanos, y no se sienten entendidos, ni apreciados, ni visitados por nosotros.

 
En segundo término, nos falta asumir la gran diversidad de los vascos. Hay un alto porcentaje que se mantiene lejos de nosotros, o no se ve adecuadamente reflejado en nuestro lenguaje y decisiones. ¿Por qué? Porque nos ve centrados exclusivamente en nuestra ideología, en nuestra explicación socio-histórica y en nuestra escala de deberes de un auténtico vasco. Porque no damos suficiente valor a lo individual, con todas sus opciones. Porque no valoramos que existen experiencias vitales diferentes de las nuestras.  

Así es que nos falta digerir como hecho natural que existen diferentes sensibilidades, desiguales orígenes y variadísimos procesos vitales entre los vascos. Y demostrar que valoramos la individualidad y la búsqueda que cada persona hace de su propia forma de vida y de pensamiento. Que reconocemos que todos los que tenemos o hemos echado raíces en esta tierra somos plenamente vascos, al margen de la actitud que nos caracterice.  

Vamos al tercer elemento. Reciclar nuestro lenguaje. Explicar adecuadamente nuestros conceptos. ¿Tenemos como esencial la palabra independencia, y la referimos a España y a Francia? Pues hemos de tener en cuenta un hecho básico. Tanto un estado como el otro están llenos de pueblos con un proceso histórico sufriente y entrañable, con una serie de grandes valores y con una problemática paralela en muchos sentidos a la nuestra. Y asimismo hay una serie de relaciones en lo cultural y en lo económico de gran valor. Por ello, es imprescindible explicar que no queremos romper con ellos. Todo lo contrario. Nos sentimos solidarios con todos los pueblos que se rebelan contra la opresión a lo largo del mundo y nos sentimos cercanos a los que sufren la misma opresión político-cultural-económica que nosotros. La independencia se refiere a los gobiernos centrados en Madrid y en París, con articulaciones y estructuras por todas las tierras.


También debemos reciclar las palabras socialismo, revolución, lucha de clases. Cada una de ellas se ha llenado de connotaciones que no ayudan a definirnos. El partido Podemos ha dado con palabras renovadas. Ser «una herramienta al servicio de la ciudadanía, que tiene el objetivo del protagonismo popular y de recuperar el déficit democrático que estamos viviendo»... «creando una estructura abierta, viva y cambiante, es decir, democrática y ciudadana donde todo el mundo pueda participar». Ese lenguaje no es nuevo para nosotros, pero debemos centrarnos más en él.

Mucha tarea pendiente nos queda. Nos falta incluso entenderla y sopesarla. Nos falta aceptarla. Pero en cuanto la asumamos, tengo para mí que la vamos a realizar con gran intensidad. Como un acto de justicia, y porque el método realmente eficaz no es imponer sino visitar, invitar y hablar el mismo lenguaje. Cuando los pueblos y las personas nos vean con otra cercanía, cuando expresemos en palabras, en medios, en documentos, en visitas, en contactos y en nuevas relaciones que pisamos su suelo y somos como ellos, entonces podremos definir juntos muchas realidades.

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