Josu Iraeta
Escritor

Los sueños no caben en las urnas

Los hay que, instalados sobre suelo quebradizo y con el tejado – desde hace décadas− a merced de la colaboración de los vecinos, tienen a bien erigirse en lo que les hubiera gustado ser y no son. De ahí −en mi opinión− lo oportuno de conocer, quienes son «de verdad», aquellos que siempre dispuestos a enarbolar su condición docta en ética política, pretenden «lapidar» a quienes, además de desarrollar durante décadas, una actividad política democrática, apoyada por los votos de cientos de miles de mujeres y hombres de Euskal Herria, hoy, además de contribuir de forma determinante a la convivencia en paz, continuamos siendo lo que siempre hemos sido, vascos y no españoles.

Fundado en el año 1879, el PSOE se presentaba, al menos durante sus primeros años, con un programa de tipo revolucionario. Entiendo que hoy pueda extrañar, pero, la posesión del Poder político por la clase trabajadora o la transformación de la propiedad individual en comunitaria, eran algunos de sus postulados.

En aquellos tiempos −últimas décadas del siglo XIX−, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desplegó una intensa actividad propagandística en toda la zona industrial y minera de Bizkaia. En esa época era evidente la formación verdaderamente vertiginosa de nuevas clases sociales y el ambiente no podía ser más propicio.

Masas de trabajadores desarraigadas de su entorno natal −vascos y no vascos de origen− y sometidas a unas condiciones de vida totalmente vejatorias, por fuerza tenían que simpatizar con cualquier movimiento que atendiera su situación y que, además, intentara organizarlos.

Así el proceso de implantación del PSOE en Euskal Herria, fue jalonado por unos cuantos éxitos, ya que, además de erigirse en representantes del movimiento huelguista, en el año 1890 obtuvieron concejales en el Ayuntamiento bilbaíno.

La expansión del PSOE y de la UGT al resto de Euskal Herria se dio paralelamente al desarrollo industrial. Así, en Gipuzkoa su feudo era Eibar −zona eminentemente industrial− con pequeñas agrupaciones en Donostia e Irún. En Araba la presencia era muy reducida y en Nafarroa era notable, pero solo en la zona media.

Considero oportuno subrayar, que, en el PSOE, sus iniciales proyectos de transformación de la sociedad, pronto dieron paso a una política «conformista» con la reforma democrática del Estado. Esto no es una mera afirmación, ya que, es un hecho probado las buenas «relaciones» que algunas figuras del PSOE como Indalecio Prieto mantuvieron con oligarcas vizcaínos.

Esta «adaptación» del PSOE y de la UGT al marco burgués explica el activo colaboracionismo con la Dictadura de Primo de Rivera, o como la significativa ausencia de conflictos laborales en períodos ciertamente críticos de la clase trabajadora.

En lo que respecta al hecho nacional vasco, el PSOE, mostró desde el principio planteamientos extremadamente viscerales, y no solo contra el nacionalismo que vivía sus inicios, sino también contra el vasquismo en general.

Esa postura visceral se mostraba desde diversos frentes. Uno de ellos era el semanario «La lucha de clases» −fundado en Bilbo el año 1894− en el que se vertían contenidos como estos: «el nacionalismo vasco se opone al universalismo socialista»; «en espera de la constitución de la patria universal, el País Vasco debe reforzar los lazos que le unen con España», etc.

De esta forma convirtieron el euskara en «reaccionario», idea esta, en cuyo desarrollo colaboró el resentido Unamuno. A pesar de lo dicho, quiero añadir que −por incrédulo que pudiera parecer− el PSOE utilizó el euskara con fines propagandísticos, a partir del año 1901, lo que demuestra que el tan significativo «movimiento pendular» tan característico, tan suyo, no es nuevo en el PSOE, sino que está en sus genes.

Debo reconocer que, el carácter burgués y clerical del nacionalismo vasco, también fue objeto de sus críticas, lo que sin duda reconozco como más «coherente». En esta línea, El PSOE llegó a afirmar que el surgimiento de los nacionalismos catalán y vasco, no fue más que una maniobra del Capital, tendente a «desviar» a la clase obrera de sus verdaderos objetivos.

De todas formas, y volviendo a su famoso «movimiento pendular», el PSOE, a la vez que desplegaba una intensa actividad antinacionalista, se posicionó a favor de la independencia de Austria y Polonia, y −cómo no− del gran-nacionalismo español. De cualquier forma, no debe olvidarse que, en aquella época, el vasquismo político-económico se identificaba con la Diputación foral, una institución que sin duda apoyaba de forma evidente al empresariado.

En mi opinión, la faceta del PSOE de aquella época más transcendente fue el destacado papel en vehiculizar entre las clases populares, el proceso españolizante que dirigía su supuesta enemiga de clase, la oligarquía española. Una muestra del ambiente que se vivía, la tenemos en la «arenga» de un oligarca como Ybarra, que, dirigiéndose a los emigrantes, buscaba el enfrentamiento ante una consulta electoral.

De esta forma se configuraba uno de los hechos más aberrante de los primeros decenios del siglo XX; el enfrentamiento entre trabajadores de origen vasco y no vasco, dando lugar a episodios realmente vergonzosos, que en más de una ocasión se tradujo en muertos de «ambos bandos».

Los decenios transcurridos han servido para esconder la pana, cierto, pero, escuchando al simpático y locuaz «jefe de filas» del actual PSOE vascongado −no puedo evitarlo− me llegan ecos del sibilino sevillano.

Las urnas, adormidera de la democracia.

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