Cecilio Rodrigo

Marquesina para diez: ocho de pie y dos sentados

Hay un panel que nos indica los minutos que faltan para la llegada de cada uno de los autobuses que se detiene en esta parada. En total son doce las líneas. Por eso suele haber 10, 15, 20 personas en esta parada esperando a uno u otro autobús. Ahora mismo somos 18. Dos están sentadas en el asiento de: «solo para dos». Caben sentadas solo dos si no son ligeramente obesas. Está bajo la marquesina con tejavana que sirve para proteger a unas diez personas de la lluvia, pero no de los rayos del sol. El asiento es angosto. Me dicen que para impedir que los y las «sin techo» se cobijen durmiendo en él durante la noche. Lo ha diseñado un arquitecto de prestigio mundial. Está claro que las dimensiones de las marquesinas debieran ir en función del número de líneas o del número de viajeros que usan cada parada.

-¡Pues no, no está claro!

Ahora somos 18 alrededor de la marquesina. A la izquierda de la marquesina una mujer joven fuma un cigarrillo de tabaco-tabaco alejada un poco del grupo. Nos llega el olor, no te sé decir qué tabaco fuma. Yo ya no fumo, salvo cuando lo hago soñando. A la derecha, también fuera de la marquesina, un emigrante nos deja escuchar desde su móvil el sermón que «nos» lanza un predicador anónimo: «Jesús te ama, te ampara y cobija, nuestro amado Jesús…». Enfrente, al otro lado de la ancha calle hay una lujosa tienda de perfumes. Como la calle, -ya te lo he dicho-, es muy amplia, no nos llega hasta aquí los ricos aromas de sus caros productos. Una pena, porque estamos en verano. Diez personas, que las he contado para poder contarte con exactitud lo que veo, miran a sus móviles. El mío también suena: ¡172 euros la factura de este mes de telefonía! ¡La m… que les parió! Me ha dicho Ainoa que el servicio de telefonía aquí, en este estado, es bastante más caro que en Alemania, Francia, Gran Bretaña, que se forran los inversores, los nacionales y los extranjeros.  ¡La m… que les parió! En casa tenemos dos extractores.

-¿Dos?
-Sí. El de la cocina y el de estos.

A la parada llegan y se detienen de uno en uno algunos autobuses más. Algunas personas suben. Entre ellas, sin decirnos ni ¡Adios!, la del sermón del predicador anónimo. La chica joven machaca la colilla en la acera con la punta del zapato.

Algunos autobuses son eléctricos. Todos tienen amplias ventanas y tres puertas grandes, las tres acristaladas de arriba abajo. Se entra por la puerta primera, la que está al lado del conductor o conductora y se pasa la tarjeta, después de dar los buenos días, las buenas tardes o las buenas noches a la conductora o al conductor. Hay otra puerta grande al final para salir y otra también grande y acristalada en el centro para salir o para subir mediante una plataforma extensible, ascendente y descendente para las personas que se desplazan en silla de ruedas o las madres o padres que transportan carritos de la compra o coches de niño. El autobús es el único medio de transporte público que alcanza a los barrios más pobres de la ciudad. En los barrios ricos hay metro, tranvía, autobús y muchos coches. Cuando prohíban la circulación de los coches para que el aire que respiramos todos sea «más» sano, cuando sin retrasos, sin atascos, sin sobresaltos, sin coches aparcados caprichosamente en doble fila que impiden el paso, o cuando ningún autobusero o autobusera trate de emular a Max Verstappen, Fernando Alonso o Emerson Fittipaldi, los viajes en autobús en esta ciudad, estoy hablando de Bilbao, -Bilbao es un ejemplo para todas las ciudades del mundo-, serán aún más agradables y más rápidos de lo que ya lo son ahora. También será más agradable y más sano caminar y pasear por Bilbao.

Al autobús, a este vehículo con capacidad para muchos pasajeros, lo llamaron cuando lo inventaron: «auto ómnibus», es decir «auto para todos». Pero, enseguida, para ahorrar energía, se acortó o abrevió quedando en «omnibus» y/o «autobús». Más breve aún, es decir: «bus», sin más. El amigo Iñaki nos comenta sonriendo que cuando vamos en autobús por Bilbao vamos rodando sobre dos palabras, una griega: «auto» y otra latina: «bus», y añade: «auto» es griego y quiere decir: él mismo, ella misma, y «bus» es la última sílaba de las palabras en latín de la tercera y quinta declinación en los casos ablativo y dativo. En Argentina, nos comenta Rossana, -Rosanna también participa en esta charla-, al «bus» le llamamos «colectivo». En Cuba: «guagua». A mí me parece, les digo, que «colectivo» es una palabra preciosa. No me preguntéis por qué.

Para el autobús nº 72. No se abre la puerta del centro, a través de las grandes cristaleras se ve a una chica que va de pie. Es muy hermosa, es tan, es tan, tan hermosa que me recuerda al interior de la Sagrada Familia de Gaudí. Se va el autobús 72.

¡No comprendo por qué este mundo funciona tan mal!

Ez adiorik!

Buscar