José Ignacio Camiruaga Mieza

Más humor, por favor

El tema de la afabilidad y los buenos modales parece estar en el centro de un interés creciente, que invade transversalmente diversas disciplinas como la sociología, la filosofía política, la psicopedagogía... Se trata de una dimensión fundamental de la existencia humana que, entre otras cosas, nos parece en peligro sobre todo en nuestra sociedad occidental, en la que los conflictos y las tensiones cotidianas corren siempre el riesgo de radicalizarse y exasperarse, perdiendo de vista la moderación que ofrece el humor o, podríamos decir con un término casi equivalente, la ironía.

En el cuarto libro de la "Ética en Nicómaco", Aristóteles analiza tres virtudes que rigen el intercambio de palabras, cosas y acciones entre quienes conviven.

La primera virtud, que actúa en las conversaciones, la convivencia y el intercambio de palabras y cosas, es una virtud sin nombre que se asemeja a la amistad porque enseña a tratar a todos aquellos con los que se tienen relaciones sociales como si fueran amigos, procurando proporcionarles placer y no causarles dolor, aunque no se sienta ningún afecto particular hacia ellos; se oponen a esta virtud, que consiste en ser agradable a los demás, eligiendo de vez en cuando según los interlocutores los modales apropiados, dos vicios que consisten en ser o siempre y demasiado complaciente o siempre y demasiado molesto y pendenciero.

La segunda virtud enseña a hablar y actuar con veracidad; esta virtud consiste en mostrarse tal como uno es y en el habla y el comportamiento, en el sermón y en la vida; hay dos vicios que se oponen a ella por exceso y por defecto: la ictericia, propia de quienes se atribuyen méritos que no tienen o amplifican los que tienen, y la ironía, propia de quienes niegan o infravaloran cualidades que poseen.

La tercera virtud enseña a procurar el necesario descanso y diversión; todo ello sin caer, por exceso, en el vicio de quien siempre quiere hacer reír en vez de decir palabras graciosas, decentes y no ofensivas, o en el vicio de quien, por defecto, nunca dice nada ridículo y se irrita con quien lo hace por ser tan rústico y áspero con el prójimo. Es una virtud que también puede describirse como buen humor, jovialidad o cortesía.

Las tres virtudes, como resume el propio Aristóteles, se refieren al intercambio de palabras y acciones: una vela por la verdad en las relaciones sociales, las otras dos por el placer derivado de las diversas actividades de la vida común y el juego.

Me detengo en la alegría, la jovialidad, el buen humor. Es una virtud importante, que también se ha traducido en arte, un arte especial, que gracias a Dios nunca ha pasado de moda durante siglos, y que se expresa a través de la literatura, el teatro, el dibujo y más. Es el arte de hacer reír.

Y creo que es una virtud que habría que recuperar, en una época que oscila entre una altiva autosuficiencia y una sátira malvada y corrosiva. En resumen, prevalece una mueca malhablada, donde, en cambio, necesitamos una buena sonrisa. Esta es una virtud relacionada con la modestia: nos ayuda a no darnos demasiada importancia y a no montar en soberbia. Como decía Chesterton, la razón por la que los ángeles vuelan es que se toman a sí mismos a la ligera.

La diversión, pues, no es un fin, sino un medio para mejorarnos: la virtud del buen humor nos da esa forma de desprendimiento y elegancia humana que nos permite captar y apreciar los lados lúdicos de la vida. Se podría decir que los elementos del humor −o sentido del humor− son la capacidad de captar los lados divertidos y contradictorios de la vida, riéndose de ellos con benévola comprensión; una mirada superior, que permite ver mejor y «más allá»; una nueva inteligencia, que relativiza y redefine lo que uno quisiera tomar por absoluto y exaltado. Bajo el mecanismo del humor parece haber constantemente una relación entre el fondo y el primer plano, que de repente se trastoca. Se produce así una forma diferente de ver la misma realidad. Lo que era secundario se hace visible, y se saca a la luz un tácito que, aunque velado, transgrede la lógica y constituye un elemento de sorpresa.

No hablo simplemente del buen humor resultante de un hermoso día soleado, de un temperamento naturalmente radiante o de circunstancias particularmente favorables. Como todas las virtudes, se trata de un hábito interior que se adquiere y se enriquece con el ejercicio. Y creo que el humor constituye un elemento precioso para una vida sana y equilibrada también desde el punto de vista humano, también social y político, porque tiene mucho que ver con la gratuidad, la creatividad, la inteligencia, todos ellos elementos indispensables para una relación sana y saludable.

Y defiendo la ironía ante todo autoironía, es decir, una actitud que suspende el juicio tajante sobre los demás y al mismo tiempo está dispuesta a reconocer las propias limitaciones. Es aquí donde se funde la asociación entre humor y humildad, otra virtud fundamental.

Las dos palabras proceden de la misma raíz: humus, tierra, que es también la raíz de humanitas. El ser humano es tal si se reconoce nacido de la tierra, compuesto de barro, limitado. Sobre esta esencia frágil y sucia, sin embargo, Dios ha soplado, según el relato bíblico, su espíritu, elevándolo a la más alta de las criaturas, a su imagen y semejanza, redimiéndolo de la mera naturalidad. Y no es casualidad que otra forma de decir humor, humor, sea hablar de espíritu: un hombre humorista es un ser humano ingenioso, capaz de bromas «ingeniosas».

También es importante considerar el buen humor desde otro punto de vista: el espíritu de libertad. El ser humano demasiado «serio», siempre austero e imperturbable, no capta un componente importante de sus relaciones. Se lo toma todo en serio y, por eso, lo hace todo muy dramático; o, aun sin resultar dramático, al menos complica su vida y la vida del resto.

La persona demasiado seria tiende a reducir la vida a una dramática elección entre el mal y el bien, como si no existiera una gradación infinita de valores positivos y negativos, y como si en cada circunstancia se viera obligado a elegir el bien propio y exclusivo de esa situación... en realidad, casi siempre, hay muchas posibles soluciones positivas para cada problema, no solo una.

La alegría, el humor y la risa no están fuera de la vida, sino que ocupan el centro de ella. Sin perder el realismo, se puede iluminar a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Incluso hay quien sostiene hoy que el humor es la única forma posible de humanismo en nuestro mundo contemporáneo.

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