Memorias y futuros
Hace un año, la publicación de una serie de macroproyectos energéticos removió las vidas cotidianas de la comunidad que habita en tres de los valles que circundan al monte Gorbea en su vertiente alavesa.
La percepción de que nadie en su sano juicio plantearía polígonos gigantes de placas solares cerca de un parque natural, con una biodiversidad única, en terrenos de alto valor agrícola y ganadero, se difuminó como la niebla en una mañana templada de primavera. De pronto fuimos conscientes de que, si algo no son las grandes empresas energéticas, son sanas o razonables, porque su único objetivo es la acumulación de beneficios y el aumento del margen de negocio.
Así empezó su andadura Zuia Bidean, una asociación formada por personas muy diversas, con diferentes razones, pero con una emoción común: la defensa del territorio. Una emoción que históricamente ha movilizado a comunidades amenazadas en todo nuestro maltratado planeta y que siente como una deuda social que debe dejar saldada a las generaciones venideras.
Cuando los seres humanos nos sentimos atacados, intentamos entender el porqué de la agresión. Quizá forma parte de la consciencia que disfrutamos como especie: ese impulso que nos lleva a reconocer al enemigo y observar sus modos y estrategias. En este caso, no ha sido fácil descifrar las claves del despliegue de energías renovables en Araba.
Pero de forma decidida y comprometida, Zuia Bidean se puso a estudiar, investigar e imaginar. Y se alió con las asociaciones de los otros dos ayuntamientos vecinos también amenazados: Urkabustaiz y Zigoitia.
En este casi año de trabajo, ha organizado jornadas de estudio sobre diferentes temas que nos han abierto la mirada. Nos ha sorprendido, mostrándonos la diversidad de flora y fauna de nuestros valles. Ha recibido la preocupación y la rabia de nuestras vecinas, y ha intentado dar cauce a esa necesidad de responder y luchar en defensa de nuestro territorio, de la naturaleza que nos rodea y nuestros modos de vida.
Quienes han visitado nuestra zona habrán visto banderolas en las ventanas de nuestras casas con un lema sencillo y bello, Gorbeialdea defendatu, acompañado del perfil de unas montañas que se reproducen a sí mismas. Los pueblos van adquiriendo señas de identidad y esta, seguramente, se irá asentando entre nosotras como un compromiso ineludible.
Hace unos días, en un jardín histórico de Murgia, entre árboles bellos y perdurables, enterramos nuestra Arca de la Memoria para expresar nuestras razones y emociones a las generaciones futuras. En una caja hermética encerramos fotos, poesías, dibujos, escritos, partituras, documentos y objetos diversos. Imaginamos que, dentro de unos años −esperemos que muchos− alguien desenterrará el arca y revisará su contenido y sus mensajes.
Ahí encontrarán también un precioso celemín, un recipiente de madera que se utilizaba como unidad de medida de grano y de la superficie que se sembraría con esa cantidad de semillas. Una demostración práctica de la conciencia de tomar de la tierra exclusivamente lo que se necesita y puede ofrecer.
La memoria de las comunidades nos enfrenta con nuestra finitud. Antes que nosotros, otras personas habitaron estas tierras y dejaron su impronta en la naturaleza; y la propia naturaleza también los marcó con su orden natural. Quienes ahora sentimos la obligación de cuidar nuestro entorno, legaremos a quienes vengan después el fruto de ese cuidado.
Algo tan humano y lógico, sin embargo, se convierte en estos tiempos en una contradicción permanente.
Los discursos oficiales nos hablan una y otra vez de urgencia, de sacrificio, de necesidades energéticas crecientes, de defender nuestros consumos −disfrazados en hábitos− por encima de todo, de soberanía energética, de sostenibilidad industrial a toda costa..., incluso de defendernos de enemigos sin nombre. Este recurso al miedo, tan bien administrado en estos tiempos para desactivar el pensamiento, pretende evitar que nos preguntemos si ese camino es realmente el único posible.
Pero en mi seguramente limitada capacidad para analizar y observar la realidad que me rodea, creo que el miedo está más instalado en las voces de quienes gobiernan −o creen que podrán gobernarnos− que en las comunidades que nos sentimos vivas y conectadas con nuestros territorios.
Creo que tienen miedo de explicar que necesitamos decrecer y redistribuir nuestros consumos, porque, en realidad, no hay alternativas. Tienen miedo de decirnos por qué consideran que Araba debe ser territorio de sacrificio para un despliegue de energías renovables, injusto e irracional.
Tienen miedo de plantear otros futuros, donde tal vez tengamos menos bienes de consumo, pero más espacios compartidos. Tienen miedo de que nos demos cuenta de que una vivienda digna no puede ser imposible en sociedades con recursos suficientes, y de que tener alimentos producidos en nuestros campos, con las manos de nuestros vecinos, es el único kit de supervivencia eficiente para cualquier sociedad.
Zuia Bidean avanza poco a poco, proponiendo e imaginando alternativas. Seguramente de forma ingenua e ilusa. Pero la memoria nos enseña que, mantener la esperanza en que podemos y queremos ser parte de esta tierra desde el respeto y el cuidado, dejará huella y forjará el camino de quienes vendrán después.