Alfredo Ozaeta

Miedo e ignorancia como armas

Mucho se viene hablando sobre el convulso escenario lleno de incertidumbres y oscuros nubarrones que está condicionando la vida, desarrollo y economía de una gran mayoría de personas y países que, desde los suprapoderes políticos y sobre todo oligárquicos, están imponiendo como estrategia de total dominación.

Sabido es, que el miedo provoca efecto paralizante en actuaciones y decisiones que la conciencia nos anima a realizar o considerar como pauta de comportamiento en función de cómo cada cual haya formateado su pensamiento o forma de vida. Esto es precisamente lo que quieren controlar mediante el pánico que infunden como arma de obediencia y plena sumisión.

El bloqueo provocado en nuestro cerebro por los temores, creo que no es necesario volver a repetirnos sobre lo acaecido en estas últimas dos décadas, desde crisis, pandemias, guerras, etc., actúa de inhibidor o somnífero de conciencias en el mensaje que pretenden instalar en la sociedad de que cualquier tipo de confrontación con los poderes es inútil.

El ejemplo lo estamos viendo en nuestra vieja Europa donde la sumisión sobre los grandes tenedores del poder económico y geopolítico mundial es cada vez más palmaria. La consideran ya amortizada, su peso en las decisiones globales es prácticamente nulo. Su crédito es residual y su testimonial e irrelevante autoridad ante terceros le hace dependiente de los grandes lobbies. Las secuelas de su nefasto pasado colonial unido a su errática visión y falta de políticas industriales y culturales adecuadas a los tiempos y a sus necesidades le han condenado al ostracismo.

Su vergonzoso papel ante conflictos, genocidios como el palestino, ocupaciones de países soberanos y su nula implicación y autoridad ante los organismos internaciones para su solución justa, acreditan su irrelevancia. Consecuencia del discurso del miedo en la CE es su aceptación del papel de trinchera o parapeto entre contendientes «hegemónicos». El incremento del gasto armamentístico es su principal proyecto de futuro en la figura vigilante contratado, y como un subsidiario mercado de consumo.

El exponente de esta desorientación política y social lo tenemos en el crecimiento de los movimientos de extrema derecha o fascistas en la mayoría de sus países miembros. En las antípodas y en contraposición a luchas sociales progresistas que fueron sus señas de identidad durante el siglo pasado.

Pero, para cerrar el círculo del control total, se necesita, además del miedo, otros aliados y uno de ellos, en mi opinión el más importante, no es otro que la ignorancia, y a este estado es donde desde sus laboratorios de IA, ¿no sería más exacto decir inteligencia digital? Nos están llevando. La degradación o menosprecio por el saber, interés, estudio o simplemente curiosidad o intercambio de ideas no es algo baladí. Y no solo como conocimiento, que también, sino como actividad y sobre todo como desarrollo del cerebro en la capacidad de generar sentido crítico desde el análisis u opinión objetiva que el pensamiento propio con el contraste de las informaciones subjetivas recibidas del exterior nos ayuda a proyectar.

Que nadie interprete el estudio como algo selectivo o clasista, todo lo contrario, me refiero a la necesidad de intentar saber y conocer que somos, o simplemente como reserva o resiliencia cognitiva del cerebro, en su capacidad para resistir su deterioro mediante el aprendizaje. Nietzsche decía entre otras muchas cosas que: la ignorancia impide que la verdad sea comunicada.

La banalización del saber, «para qué vamos a aprender si basta con preguntar a las máquinas», que las tecnologías, en exponencial crecimiento, han puesto a nuestro servicio: bots, buscadores o asesores, chatbots, chatGPT, redes, etc., puede llegar a ser el embrión de la ignorancia. Teóricamente, son para facilitarnos las cosas, ayudándonos en nuestros problemas o resolviéndonos nuestras dudas, pero no debemos olvidar que no dejan de ser pautas y pensamientos uniformadores programados en función de los intereses de los poderes en cada momento.

No hace mucho me comentaban que ante la pregunta de un alumno a su profesor acerca de una cuestión académica, este le respondió; espera que ya lo miro en Google, ¡a lo que el alumno le respondió para eso ya lo hubiese mirado yo! Si este es el estado de las cosas y hacia donde vamos, mal futuro nos espera.

Pero que se puede esperar cuando cargos referentes de entidades, sindicatos, empresas u organismos afirman que la inmersión o aprender una lengua, la del país donde residen, es limitante, refiriéndose al euskara como escollo para «la captación de talentos». Es como decir que ante el problema de aparcamientos en Roma se debiera derruir el Coliseum para habilitarlo como parking. Este es el nivel, los tesoros y cultura han pasado a convertirse en intereses personales. Se ve que han leído poco a Aristóteles, Sócrates..., cuando nos dicen que la sabiduría no reside en el conocimiento concreto sino en el reconocimiento de la propia ignorancia.

Ahora resulta que el saber o aprender es regresivo, ¿no será al revés?

Intentan obligarnos a tomar decisiones o transigir en base al miedo aprovechándose del apagón mental. O despertamos y superamos los temores confrontando con lo que suponga retroceso en libertades, igualdad, democracia y justicia social o más pronto que tarde seremos engullidos por las máquinas. La realidad ya está empezando a superar a la ficción.


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