Félix Placer Ugarte
Teólogo

Nacer en una patera

El hambre, la pobreza extrema, los conflictos extendidos en  numerosas regiones de África y Asia llevan a todo tipo de personas -niños, mujeres, hombres- a huir de sus lugares de origen, a embarcarse en pateras y cayucos, obligadas a pagar abusivos precios a quienes se aprovechan de su angustia.

Y miles de  personas emigrantes acaban trágicamente ahogadas en el naufragio de estas embarcaciones sin ninguna  seguridad, abarrotadas por la urgencia de llegar como sea a las costas europeas.

La dramática y angustiosa situación de millones de personas refugiadas y el aumento de desplazamientos masivos provocados por guerras y conflictos, ha alcanzado ya niveles sin precedentes en la historia reciente. ACNUR estima ya en 65 millones de personas. Huyen de sus lugares de origen, de sus pueblos amenazados por  el hambre, la guerra y el fanatismo.     

En última instancia el ansia y el derecho a vivir impulsan a afrontar estas travesías de extremo peligro con la muerte  como compañera de viaje y donde paradójicamente nace a veces una nueva vida. Y no es la primera vez que, como hace unos días, una mujer dé a luz en plena travesía, atendida por sus compañeras. La muerte y la vida, la desesperación y la esperanza se reflejan en los rostros que las personas, ateridas de frío, que llegan al límite de su supervivencia y donde son auxiliadas humanitariamente por gentes voluntarias ante la ausencia de soluciones integrales por parte de los gobiernos europeos.

Pero a la niña o niño recién nacidos, a sus madres, a quienes han dejado sus tierras expulsados por la injusticia de una vida amenazada y  sin futuro, no les espera en Europa ningún paraíso. Los que consiguen llegar comienzan una nueva travesía de marginación y explotación, cuando no de rechazos y deportaciones.  La política de acogida y de protección queda ahogada en el egoísmo de los Estados europeos. Su derecho a vivir con dignidad, a su regularización,  al trabajo, les van a ser negados. Muchos quedan recluidos en campamentos sin ninguna garantía, en condiciones infrahumanas.  Sus  derechos  no encuentran respuestas; mas bien excusas, miedos, y hasta agresividad hacia quienes se  considera, a menudo,  invasores de la seguridad  europea, olvidando anteriores invasiones depredadoras, expolios y colonizaciones explotadoras o guerras injustas, provocadas  por los intereses de las potencias  que hoy se niegan a responder  con justicia a sus problemas.

Las causas profundas de este grave problema mundial radican hoy en las condiciones en que la mayor parte de los pueblos del mundo existen y viven. Unos arrasados por guerras provocadas por ideologías islamistas y enfrentamientos étnicos o intereses bélicos; pero todos, víctimas de  la globalización económica capitalista de imperios y estados de occidente que ha suprimido muchas de sus lenguas, han diluido su cultura e  intentan anular su identidad para hacerlos esclavos del capital y de sus mercados en manos de élites enriquecidas a su costa. Han tratado de reducirlos a masas manipulables o incluso inexistentes para su estrategia económica, como nuevos esclavos del siglo XXI. La situación extrema de millones de refugiados es la muestra cruel del proyecto  político europeo de desigualdad y exclusión. Aliados con los grandes gestores  de la riqueza mundial y sus multinacionales han proyectado un mundo para su beneficio excluyente.
 
La emigración, en general, como denunciaron entre otros, Cáritas y Justicia y Paz, «no es solo una crisis humanitaria. Es el estrepitoso fracaso de una política mal llamada migratoria y que se reduce a un indecente y millonario control de flujos sostenido sobre el discurso del miedo a la invasión del diferente.»

En definitiva, los principios que están gobernando las relaciones económicas y financieras mundiales están al margen de todo criterio moral, o de cualquier consideración ética que no sea la búsqueda del beneficio, donde todo queda sometido a los intereses del mercado, con especial repercusión para las personas migrantes: sin trabajo ni papeles, en condiciones de dependencia total, de esclavitud. Esta economía es estructuralmente perversa; desprecia la justicia y hace de la injusticia su base de crecimiento, marginando y anulando a los pobres,  generando precariedad y miseria. Destructora y expoliadora de la casa de la humanidad, la ha convertido en cueva de ladrones, y ha reservado lo que debiera ser mesa común para  una minoría, mientras la mayoría pasa hambre y muere.

Múltiples organizaciones humanitarias ayudan y colaboran a fin de conseguir los papeles necesarios para su integración laboral, defienden los derechos de los refugiados en el mundo y denuncian el tráfico de personas convertido en un negocio que genera amplias ganancias criminales. Al mismo tiempo varias asociaciones, por ejemplo SOS Racismo, CEAR, luchan por una mentalidad que destierre el racismo y la xenofobia, raíz del  maltrato de los inmigrantes y de la negación de sus derechos básicos.

Sus bases antropológicas están fundadas en la interdependencia solidaria y en la concepción de la humanidad como una gran familia humana y, sobre todo, en los principios elementales de una ética de los derechos humanos de todas las personas sin distinción. Desde esta convicciones deben surgir alternativas globales por el compromiso con los derechos humanos, base del respeto de la dignidad de la persona, estableciendo vías efectivas y realistas para la integración laboral de personas  migrantes y para el asilo en Europa de las refugiadas, impulsando la inserción social, contra toda discriminación.

En este mundo de contradicciones, injusticias y desigualdades flagrantes, más del 80% de la humanidad clama por una justa distribución de la riqueza, por una paz justa, por una vida digna sin excepciones. Está comprobado que las soluciones no llegarán desde bancos acumuladores, mercados depredadores, guerras asesinas que nos abocan  a una conflagración mundial.

El nacimiento de una niña en un patera es el símbolo de una vida diferente que brota dramáticamente en condiciones extremas, acogida por la ternura de quienes la arropan con su corazón y sus manos. Si deseamos que nazca un mundo nuevo, esta sensibilidad humana profunda deberá ser la fuente que origine la solidaridad imprescindible para construir nuevas relaciones internacionales. Cuando se acercan unas fiestas, tradicionalmente familiares y acogedoras, no podemos olvidar que su origen –desvirtuado  hoy por un consumismo mercantil y egoísta– nos invita a ver y construir la liberación de los pueblos no desde la prepotencia de los poderosos, sino desde un niño que nace, en este caso, dentro de  una familia desplazada, sin acogida y en un pesebre.

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