Félix Placer Ugarte
Teólogo

No a la guerra: hacia un nuevo paradigma

La humanidad del siglo XXI camina bajo la oscura sombra de una preocupante incertidumbre generada por la amenaza global de la guerra y su trágica realidad en países como Ucrania, Sudán, Siria, Yemen, Palestina y otros, expresión de la grave inestabilidad geopolítica de nuestro mundo.

Pero las guerras no son únicamente militares. Los tentáculos de la conflagración bélica extienden su abrazo de muerte en todos los estratos de la vida humana y de la naturaleza en un mundo agónico. Podemos decir, como lo advierten varios analistas, que nos encontramos en una «guerra híbrida» que afecta a todos los sectores de nuestras relaciones ecológicas, políticas, económicas, industriales, informáticas, tecnológicas, culturales, psicológicas.

Dentro de este contexto, el armamentismo crece exponencialmente en su capacidad mortífera. Desde la explosión por parte de USA de la primera bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945, hoy el arsenal en diferentes países es de 12.500 armas nucleares. Son una espada de Damocles pendiente del frágil hilo de la voluntad de poder geopolítico de los estados que las poseen.

Varios grupos en Euskal Herria denunciamos esta situación y rechazamos las guerras como método de solución de conflictos, así como lo que las alimenta, en especial el armamentismo, negocio bimillonario de las industrias bélicas que enriquece a los países productores y empobrece a los pueblos en desarrollo.

¿Por qué hemos llegado a este estado de cosas en este periodo de la humanidad denominado «antropoceno» donde el hombre se considera dueño del planeta por sus avances tecnológicos? ¿Cómo garantizar la supervivencia de la humanidad ante sus angustiosas incertidumbres y guerras? ¿Qué transformaciones proponer y realizar?

En primer lugar, a mi entender, es necesario analizar las causas de esta situación con radicalidad, es decir, descubrir las raíces más profundas que han hecho germinar sus venenosos frutos de muerte para personas, pueblos y la tierra.

En cada época histórica se han alegado razones para las guerras. Es preciso tenerlas en cuenta para no equipararlas. No pueden juzgarse de la misma manera guerras defensivas y ataques imperialistas contra pueblos pacíficos. Pero, en todo caso, debemos afrontar su trágica realidad actual que ha situado a la humanidad y a la tierra en un amenazador estado de guerra.

Edgar Morin atribuye la amenaza planetaria de muerte a «la alianza de dos barbaries: la primera procede del fondo de las edades históricas y aporta la guerra, la masacre, la deportación, el fanatismo. La segunda, helada, anónima procede de nuestra civilización tecnoindustrial: solo conoce el cálculo e ignora a los individuos, su carne, sus sentimientos, sus almas». Estas barbaries encuentran su raíz hoy en varios factores interrelacionados, sobre todo en el ansia irrefrenable de poder y hegemonía mundiales concretadas en la lucha entre las potencias occidentales (USA/UE/OTAN con Australia) y las orientales (China, India con Rusia hoy en el fiel de la balanza en su guerra contra Ucrania).

Esta por el poder hegemónico mundial está alimentada por la ideología neocapitalista cuyo objetivo básico es el beneficio egoísta a costa de personas, pueblos y tierra. En definitiva, el control del dinero y sus finanzas dicta las conductas de los Estados, donde la carrera armamentística se ha convertido en negocio bimillonario para garantizar la seguridad geopolítica global.

No ha podido seguir peor ruta el llamado «progreso ilimitado» generador de complejos problemas, “estructuras perversas” y enormes desigualdades crecientes, destructor de la naturaleza. Nos conduce, como a otro Titanic, al hundimiento de la humanidad. Es necesario cambiar nuestro desarrollo y relaciones basadas en el paradigma neoliberal «antropoceno-capitaloceno»: el hombre como centro dominador y el capital y sus beneficios excluyentes, como motor de la humanidad.

Durante la pandemia de la Covid se anunciaba una «nueva normalidad» en las relaciones entre personas, pueblos y con la naturaleza. Sin embargo, se ha acelerado la carrera armamentística, se ha agudizado la pobreza y las desigualdades han producido mayores abismos humanos. La incertidumbre e inseguridad han crecido, como lo muestran los datos del Informe sobre el desarrollo humano 2021-2022 de las Naciones Unidas.

La razón última de la actual situación amenazadora, de conflicto global y guerra híbrida radica, por tanto, en el paradigma de poder, dominio, posesión, y crecimiento ilimitado que condiciona nuestra manera de ver y pensar, escalas de valores, relaciones y formas de actuación. Se basa en el dominio mundial por el que luchan las grandes potencias y en la acumulación de dinero y beneficios para un bienestar consumista. Cuanto más se posee, aun a costa de otros, más seguridad se siente y el armamento y la guerra lo defienden y aseguran.

Por tanto, el «no a la guerra», a sus estrategias y alianzas implica enfrentarse a ese paradigma. No se trata solo de silenciar la armas y detener el gasto militar, tarea imprescindible. Es preciso cambiar las mentalidades manipuladas y la visión del mundo dictada por intereses hegemónicos, reordenar la escala de valores que condicionan las conciencias, legitimando desigualdades e injusticias, garantizar una seguridad y futuro desde nuevas relaciones globales.

De la ideología de dominio excluyente hay que pasar a la solidaridad, como garantía de una seguridad mundial, ya que «nos salvamos todos o nadie se salva» (Papa Francisco). En consecuencia, es preciso pasar del paradigma de la desigualdad injusta, del dominio y dependencia, al de la igualdad, donde según el dicho africano ubuntu «yo estoy bien si tú estás bien»; de la explotación ilimitada de la tierra a un paradigma planetario donde no somos dueños exclusivos de la riqueza natural, sino cuidadores y cuidadoras del hábitat del que dependemos. De las relaciones conflictivas donde el otro es competidor amenazante, al paradigma de la fraternidad-sororidad solidaria.

Este paradigma nos abre no a un transhumanismo conducido por una inteligencia artificial y sus algoritmos, sino a una humanidad auténtica cuyas virtualidades estamos aún por descubrir y también recuperar desde viejas tradiciones escondidas en ancestrales mitologías y profundas espiritualidades. En definitiva, un paradigma que abandone el suicida paradigma conducido por el pensamiento único, propaganda unilateral y fake news, para lograr una convivencia en el ecosistema de la tierra.

Estos días festivos en Euskal Herria son un símbolo de un mundo diferente cuyos valores y relaciones radican en la igualdad, en la amistad, en el respeto mutuo, en dialogar y construir un mundo holístico, en cuidar la tierra para que sea casa de personas y pueblos que danzan en libertad, cantan en una sinfonía de voces diferentes, comparten la mesa y la vida.

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