José María Pérez Bustero

No los mejores sino los que siembran

Deberíamos trazar una dinámica que, sin diluir los objetivos finales de independencia y socialismo, o precisamente por ellos, tomáramos a fondo la labor de fomentar el proceso como tal. No tener clavada en la mente la tarea de cosechar, sino poner nuestro empeño actual en el quehacer de labranza y de siembra.

La izquierda abertzale surgió al asumir que somos un país y tenemos derecho a funcionar como tal. Así puso en marcha la coalición Herri Batasuna (1978); posteriormente Euskal Herritarrok (1988), Udalbiltza (1999) Batasuna (2001) Euskal Herria Bai (2007), Zutik Euskal Herria (2010), Sortu (febrero 2011), la coalición electoral EH Bildu (2012). Y dentro de esa necesidad de refundación y de respuesta al estado, EH Bildu ha presentado en febrero de este año un importante documento indicando las bases para un nuevo estatus político en la Comunidad Autónoma Vasca, titulado “De la autonomía a la soberanía”. Cabe subrayar lo acertado del lenguaje y contenido. Se resalta la necesidad de capacidad política y jurídica para articular mecanismos de relación y decisión compartida con Navarra e Ipar Euskal Herria. Y el derecho a decidir es presentado no como un mero objetivo final sino como un proceso, en el que se diferencia la propuesta de consulta, la negociación y el referéndum. Cabe indicar que también ETA en su reciente comunicado emplea el término «proceso» de liberación.

Desde luego, ese proceso o marcha hacia adelante no es llano. Nos tropezamos con dos problemas. El primero, la actual oposición del Gobierno central, que se demuestra incapaz de asumir apetencias de emancipación, como la nuestra o la catalana. El segundo, el hecho áspero de que la gente vasca nos hallamos encharcados en divisiones internas. Y no son de hoy, sino vienen de lejos. Aunque suene a puro pasado, podemos recordar que hace dos mil años había en el país vasco zonas romanizadas y no romanizadas. Con todo lo que eso conllevaba. Más tarde, ya en el siglo VIII había tierras sujetas y zonas libres del islam, y parecidamente, de los monarcas francos por el norte. A continuación, pasamos cientos de años con una población que mantenía actitudes desiguales ante las monarquías castellanas. Entrados en el siglo XIX tuvimos una enemistad explícita en casa, entre carlistas y liberales, que desembocó en la guerra de 1833 y la de 1876. Y en el siglo XX han sido evidentes tres tipos de gentes vascas: las que asumían gobiernos militares, las que se inspiraban en el socialismo, y las que simpatizaban con el nacionalismo vasco en sus diferentes formas.

¿Y actualmente? Estamos bebiendo la herencia de esa división. La gente vasca valora de muy diversa manera las estructuras sociopolíticas en que vive. Por una parte estamos las personas con actitud abertzale. Por otra, las que simpatizan con opciones políticas de libertad que no sean tajantes. O de simple autonomía. Incluso hay un alto porcentaje de personas que se centran en su vida individual y sólo de forma eventual en el clima sociopolítico. Y no faltan quienes se sienten ajenas a este país, a su propia región o incluso a su barrio.

¿Y qué hacemos, o debemos hacer nosotros ante esa realidad compleja en que vivimos? ¿Juntarnos una y otra vez en asambleas de partido o de coalición? ¿Diseñar planes para ganar un porcentaje de votos que pase de los trescientos mil, frente a los casi dos millones y medio del censo electoral? ¿Ser un símbolo y muestra de lo que deberían ser los demás?

Tal vez deberíamos trazar una dinámica que, sin diluir los objetivos finales de independencia y socialismo, o precisamente por ellos, tomáramos a fondo la labor de fomentar el proceso como tal. No tener clavada en la mente la tarea de cosechar, sino poner nuestro empeño actual en el quehacer de labranza y de siembra. Que preparan esa cosecha. Y en ese supuesto son varios los pasos que nos toca definir con relieve.

En primer lugar, hemos de mirar con más agudeza el campo que tenemos. Y asumir, es decir, poner sobre la mesa, destapar del todo, remirar el hecho de que no somos un pueblo homogéneo sino un país complejo. Imperfecto. ¿Que ya lo sabíamos? Pues borremos nuestras grandes frases sobre lo antiguo, lo diferente y lo sorprendente de este pueblo, como nos han enseñado los etnólogos y algunos autores abertzales, y hagamos la digestión de que somos un país fragmentado en tierras y en diferente tipología de gente.

A continuación nos corresponderá valorar otra realidad importante: el peso de la vida cotidiana en la mentalidad y actitud de todos nosotros. En los vascos de la costa, en los de la Ribera del  Ebro, en los del lado norte del Pirineo, en los de zonas rurales y las urbanas. Los individuos vascos, llevamos entre manos, ante todo, la tarea de vivir y sobrevivir. Lograr un empleo y conservarlo, tener y mantener una casa, desarrollar aficiones personales, mantener amigos. Un asunto más que llevamos dentro aunque no solemos citarlo: la búsqueda de placer. Eso mismo. Placer del tipo que sea, pero que implique disfrute. Al margen de miradas más amplias, la gente sueña/soñamos con disfrutar de la vida. No tenemos que olvidar esa verdad y caer en la tentación de ser simples profetas.

Junto a esa dinámica personal-individual debemos presentar otro hecho simple y a la vez rico de situaciones. Mostrar o recordar que la inmensa mayoría de los vascos vivimos en vecindad. No vivimos aislados sino tenemos personas contiguas en el mismo edificio, o al menos en el barrio, o en el pueblo. Y el trato con ellos, desde saludarnos hasta ir conociéndonos, respetarnos,  comunicar y mezclar puntos de vista nos enriquece.

Hay más. Adosado a esta cuestión se da un factor importantísimo que debemos inculcar, repetir, volver a gritar en todo momento: que el conjunto de vecinos de cada Ayuntamiento o territorio son los verdaderos dueños de la hacienda comunal. Expresarlo una y otra vez con toda claridad y contundencia. Las instituciones municipales o las regionales, con sus alcaldes, presidentes o gobernantes de diverso grado, son simples administradores. Desde esa verdad debemos exigir que esas autoridades no funcionen como señores feudales, sino que nos traten e informen como a los verdaderos dueños. Y que su personal de orden público, su policía, sea consciente de que no está para mirarnos como posibles delincuentes sino para atendernos.

Sembrados esos aspectos y verdades, será más factible dar el paso concluyente. Invitar y estimular a la gente a alargar la vista hacia los territorios que tienen la misma cultura y han constituido un proceso histórico interrelacionado. Es decir, a la comunidad de Navarra –la tierra de los vascones, que la llamaban–, a la Comunidad Autónoma Vasca, y a las tierras de Iparralde. Interiorizar la existencia de ese conjunto vasco. Y denunciar a los gobernantes que no fomenten la mutua interrelación. Gritarles que nos dividen para manejarnos mejor.

Dejando, por otra parte, claro que deseamos ser libres pero que no deseamos romper con las zonas y gentes de la península ibérica y sus islas, ni de Francia. Las gentes que actualmente formamos las tierras vascas, nos proponemos conocer mejor, apreciar y valorar a los pobladores de otros territorios peninsulares o franceses, sabiendo que en las épocas modernas han surtido de habitantes a Euskal Herria, aunque en su día les llamáramos inmigrantes. O nos han recibido y dado trabajo.

Con esa misma perspectiva nos toca asimismo asimilar y considerar como parte de nuestras entrañas a las gentes que han llegado recientemente o están llegando de fuera. Recordando las tierras de las que proceden, ya que en muchas de ellas hay habitantes cuyos antepasados procedían de nuestra tierra vasca.

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