No mueren palestinos: son asesinados
Siempre he pensado que la frase de Martin Luther King, «el poder es la capacidad de cambiar las cosas», no es precisa: más que lo dicho, lo que realmente hace el poder es cambiar el pensamiento, para que, en distintos momentos, cosas que nunca han cambiado las veamos como diferentes. Los españoles que lucharon contra la invasión francesa son considerados héroes. Los palestinos que hoy siguen peleando, tras ya 75 años de invasión israelí, hacen lo mismo que los héroes del Dos de Mayo: escaramuzas contra los invasores, cuando no lanzarles piedras. Pero quien manda en el mundo ha ordenado a los medios de comunicación, y a los presidentes o candidatos a ser investidos como tales, que trasladen a las neuronas de los ciudadanos que, en el caso de los segundos, se trata de terroristas.
Hoy, quien diga que los invadidos tienen derecho a luchar por la recuperación de su patria se condena a ser expulsado del selecto club de las «personas de bien». E igualmente será tratado si considera terrorista a un Estado en el que las autoridades tienen permiso para romper públicamente los folios de una resolución de la ONU contraria a sus sanguinarios caprichos. Amén de ser un Estado al que todas las «personas de bien» del mundo le conceden el beneplácito para acabar en un mes con la vida de 16.000 civiles (contados hasta hoy, más los que aparezcan bajo los escombros cuando estos se retiren), la mitad de ellos, niños. Y no computamos la crueldad de cortar el suministro de agua, de alimentos, de medicinas, de electricidad necesaria para que bebés prematuros puedan subsistir en incubadoras. Tampoco incluimos la atrocidad que supone atacar hospitales o campamentos de civiles que han tenido que cambiar su casa derruida por una «tienda» erigida con dos sábanas rotas en el desierto.
¿Y qué podemos esperar, al respecto, de los políticos de la vieja Europa «democrática»? Una ministra inglesa acusa a la Policía de ser antisemita, porque permite una manifestación propalestina; el presidente alemán y la presidenta de la Comisión Europea visitan Tel Aviv para dejar claro su apoyo a la masacre de palestinos; Macron prohíbe las manifestaciones propalestinas; Meloni se entrega en cuerpo y alma al también nazi Netanyahu y le promete reconocer Jerusalén como capital israelí, otro de los incontables desprecios de Israel, no ya a Palestina, sino también a la ONU; y el presidente español y el señor Borrell piden que durante dos horas a la semana cese la masacre para que puedan entrar con suministros diez camiones de la ONU, de los cien que diariamente entraban cuando la situación era «normal». Solo les ha faltado argumentar que, tras ese descanso, los soldados israelíes volverán con más fuerza y entusiasmo a la labor de continuar el genocidio del pueblo palestino.
¿Y los demás políticos que cobran de nuestros impuestos? De todos los que subieron al estrado para dar su voto al «progresista» Sánchez, solo dos mencionaron a Palestina, sin exigir nada, ni siquiera algo tan básico como la expulsión de la embajadora israelí. Lo hicieron en cinco segundos para que Sánchez pudiera responder que también a él le da algo de pena que tantas personas tengan que morir. Y, por cierto: de esas dos políticas solo la que ocupará cargo en el Gobierno hizo mención de su solidaridad también con el pueblo saharaui. Así, sin más, cuando el Sáhara lleva casi cincuenta años de invasión marroquí, con sus consiguientes bombardeos de napalm, sus muertos, prisioneros, torturados y desaparecidos, por el regalo que del país hizo el agónico franquismo a Marruecos, regalo refrendado recientemente por el propio Sánchez. Bueno, al menos la alusión sirvió para recordarnos que algo semejante a lo de Palestina está ocurriendo en un país entregado a la dictadura marroquí por Arias Navarro y por Sánchez. La otra política que nombró a Palestina, al parecer, nada sabía de que algo similar ocurre en Sáhara, por responsabilidad de, entre otros, aquel al que donaba su voto «sin exigir nada a cambio». Le habrá parecido suficiente haber dado cabida en su papeleta electoral al nombre de un saharaui en el penúltimo puesto de los suplentes.
Pues, no, señor Sánchez y demás servidores de EEUU, incluidos tantos medios de comunicación: el invasor Israel no tiene derecho a defenderse. El derecho de defensa corresponde a la invadida Palestina. Para ellos y para quienes acaban de celebrar con besos, abrazos y risas la continuidad de un gobierno «progresista», otra frase escrita desde la cárcel por Luther King hace sesenta años: «El opresor no concede nunca voluntariamente la libertad».