Josu Iraeta
Escritor

No nos vale con competir, tenemos que ganar

En las próximas semanas seremos testigos de diferentes movimientos, encuentros y negociaciones, en el cada vez más amplio espectro político. Además de legítimo, parece lógico posicionarse y buscar elementos comunes, máxime ante el «frente activo» de arbitrariedades con que se interpreta el Estado de Derecho en la capital de España.

Siempre ocurre igual, es sintomático cómo los políticos cambian su discurso, lo que hace que también poco a poco, el tiempo vaya situando a personas y grupos en su estado «natural».

Es así como yo veo a los gobernantes, activando todo aquello que han preparado durante meses las diferentes comisiones de expertos. Abogados, economistas y responsables de comunicación, todos ellos bajo el ojo crítico y experto de los responsables de las diversas áreas. Ilusión y nervios, conocimiento y experiencia, trabajo y responsabilidad, mucha responsabilidad.

Los contenidos de estos tres párrafos anteriores, vienen siempre impregnados del cariz que quiera transmitir la dirección política. Hay directrices claras e inequívocas, junto a orientaciones no tan diáfanas.

La transmisión del conocimiento, además de imprescindible, es algo tan humano, tan serio, que entre los considerados «creadores» de opinión se debiera reflexionar, antes de comenzar a manchar la pantalla del ordenador.

Sé que no es fácil −nunca lo fue− analizar con severidad las maniobras que, en política, no son sino «globo sondas» que permiten medir la opinión pública. Para ello, algunas organizaciones políticas utilizan a doctos demócratas y sesudos analistas, que, con su intervención en los medios de difusión, intentan influir en la sociedad. Es parte del «juego» democrático.

En las últimas semanas, venimos observando cómo, los analistas «mastican» con fruición todo aquello relacionado con el décimo tercer aniversario del final de la lucha armada de ETA.

Si leemos a algunos de estos sesudos «analistas», comprobaremos que el objetivo de su trabajo no es otro que negar credibilidad a todo aquel que manifieste su satisfacción ante el enorme valor político de la última decisión de ETA.

Con esta actitud, una de las cosas que demuestran tener es memoria, sin embargo, no recuerdan cómo, desde sus columnas, acusaron de colaboración con terroristas a todos aquellos que desde Aiete y con su trabajo y prestigio lograron que la mayoría de los capítulos trazados, uno a uno, se cumplieran, obteniendo un éxito reconocido en todo el mundo.

¿Recuerdan ustedes, cómo tras el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, el lehendakari, señor Ibarretxe, se ciñó a las tesis del señor Aznar −presidente de Gobierno− acusando a ETA de la masacre?

¿Recuerdan cómo en el año 1995, Felipe González y muchos cargos más del PSOE, acudieron a las puertas de la prisión de Guadalajara, para abrazar y despedir a los condenados por matar en nombre del GAL? Cómo calificaron −desde sus columnas− a esta despedida de amigos; «suerte, tranquilo, nosotros lo arreglamos». ¿Cómo lo llamaron?

¿Alguno de ustedes recuerda lo que esos días «vendían» desde sus columnas, quienes hoy niegan credibilidad a la izquierda abertzale?

Y es que nadie les ha enseñado que la soberbia, que nace de la extrema seguridad con la que algunos se admiran a sí mismos y confían en exceso en sus propias fuerzas, terminan intentando lo que no está a su alcance. Es así como se hacen airados, displicentes y crueles.

Debiera ser más extendido el conocimiento respecto a lo que realmente resulta ser gobernar. La mejor virtud del gobernante es poderse gobernar a sí mismo y controlar sus propios sentimientos. Dominar la excitación que provoca el placer de mandar, los títulos vacíos de dignidad y todo aquello que hace a la libertad derivar en libertinaje.

Sí, señores, porque es así como poco a poco, los buenos, incluso otros mejores, también aprenden a medrar y esto les produce una impune felicidad que les induce a mandar sobre otros, aún, cuando no son capaces de gobernarse a sí mismos.

En los últimos párrafos he descrito lo que yo entiendo es, gobernar por inercia. Gobernar a golpe de encuesta, sin proyecto definido, huecos, vacíos.

Desde el posicionamiento de Sabin Etxea, con su lehendakari al frente, ante la masacre del 11 de marzo de 2004 en Madrid, han transcurrido 20 años, ¿recuerdan dónde quedaron sus convocatorias, agitando a la sociedad con actos de rechazo frontal e impregnados de su angélico y personal fervor?

No debemos admitir a nadie que con su pretendida homologación seamos «tolerados», eso es indignante. Debemos y tenemos que exigir ser respetados, como lo que somos, sin necesidad de variar un ápice nuestras convicciones y proyectos.

Vosotros y nosotros sabemos que todos juntos, no solo somos más, también sabemos que podemos ser más que nadie. Tenemos que ilusionar, demostrarnos a nosotros mismos y a la sociedad, que es posible. Que estamos preparados y la sociedad nos apoyará.

Nos apoyarán cuando observen que con su ayuda podemos cambiar la inercia negacionista que impide ejercer el derecho a decidir. Paso previo a la libre determinación.

Nadie puede ignorar que la formación hace a las personas, de ahí mi interés en finalizar recordando un principio de tecnología mecánica, que afirma: «Cuando varias fuerzas actúan sobre un cuerpo, con puntos de aplicación distintos, producen en el material ciertos esfuerzos internos, que si son suficientes, pueden llegar a romperlo».

Un principio que, de ser trasladado a la política, es para tenerlo en cuenta.

Así pues, asumiendo la realidad del presente y conociendo la reflexión y esfuerzo que se está desarrollando en el seno de la izquierda abertzale, aquellos que, siendo, como son, de izquierdas e independentistas, adopten una posición más próxima, más conciliadora, más integradora. Hala bedi.

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