Jon Odriozola
Periodista

«No somos Uganda» (I)

Lo que se conoce como «Occidente» se basa en la raza blanca judeo-cristiana superior a las otras civilizaciones y culturas que, por supuesto, son primitivas e inferiores

En un sms que envió a De Guindos, el presidente español y registrador de la propiedad en excedencia, Mariano Rajoy, le reseteaba que «somos la cuarta potencia europea, no somos Uganda». Es decir, casi nadie al aparato y cuidadín con nosotros, que a nosotros no se nos «rescata». Resultado: justo lo contrario y ello para inyectar unos milloncejos a los mayores ladrones dizque los banqueros. Ya lo decía B. Brecht: ¿qué es peor: robar un banco o fundarlo? El Gobierno ugandés respondió que ellos no pedían préstamos a nadie ni necesitaban que los «rescatara» ni dios. Y eso que son unos negros de mierda, unos salvajes incivilizados y sin internet. El inconsciente racista le traicionó a Rajoy a quien supongo amante de la ópera.

Me pondré ahora «antiguo» a lo Thoreau. Lo que se conoce como «Occidente» se basa en la raza blanca judeo-cristiana superior a las otras civilizaciones y culturas que, por supuesto, son primitivas e inferiores. ¿Disponen los esquimales de teléfono móvil? Tal vez, sí. Pero gracias a los blancos. Ellos hubieran tardado la tira de tiempo en crearlo. ¿Y los negros ugandeses? Afortunadamente, existió el colonialismo decimonónico que los «civilizó».

Los aborígenes australianos, los yanomamis del Amazonas, los indios hopis del este norteamericano (porque también hubo conquista del «Este» americano, del Eastern y no solo del Western hollywoodiense) o los inuit de Alaska (comprada a la Rusia zarista), vivían, originalmente, así, gutxi gora behera: viven en contacto con la naturaleza a la que aman y respetan. Creen que pertenecen a la Tierra y no al revés, pues la Tierra no tiene dueño (estamos en sociedades preindustriales. Nota mía, y digo mía porque lo que sigue pertenece a Pilar Baselga). El bosque y los árboles son sagrados y se talan exclusivamente por necesidad, igual que jamás cazan por diversión o por espectáculo (la lidia actual), sino por supervivencia. Dedican mucho tiempo a no hacer nada -en esto les aventajo sobradamente-, escuchar el silencio, o sea, que son unos vagos que «pierden el tiempo» y el tiempo, lo dijo el ilustrado B. Franklin, «es oro» (time is gold). No tienen horarios ni «fichan». Hay más cooperación que competencia. La hospitalidad es ley. No compartir es falta muy grave. No tienen dinero ni bancos ni hipotecas y practican el trueque. No tienen propiedad privada, no tienen llaves ni policía (¿cuándo escribirá alguien alguna tesis sobre «la historia de las llaves»?). No necesitan trabajar toda una vida para poder tener una casa en la que dormir. No generan basura ni contaminan, todo es biodegradable. Si el clima lo permite, se cubren muy poco el cuerpo. No les molestan los olores corporales. ¿Sigo? Lo haré en la siguiente entrega de este apasionante relato donde contrapondré lo dicho hasta aquí a lo que ocurre hoy.

Vaya por delante que no me he vuelto majara -de momento- ni propongo un imposible regreso a míticas edades de oro semiesotéricas de lost paradise miltonianas, el progresista y cromwellyano Milton. Pero que se sepa esto. En una última instancia, ¡no tenían televisión! Ni al «demócrata» Buruaga en la radio, o sea, ¡no eran libres! Continuará...

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