Ibai Iztueta
Doctor en Humanidades

Normalización lingüística

¿De verdad piensa Eusko Ikaskuntza que uno de los dos anteriores planteamientos tiene más sentido que el otro? ¿Que una premisa es más válida que la otra? Evidentemente, no. De hecho, a los datos nos remitimos: en los estudios, la opción por la segunda premisa es claramente favorable entre los bilingües.

Con fecha de 2 de noviembre, en nombre de Eusko Ikaskuntza, Julen Zabalo, el director científico del proyecto "Nuestras gentes: diversidad y caminos de cohesión", hacía estas declaraciones al diario GARA: «Desde una perspectiva académica, desde una perspectiva externa, (…) no podemos afirmar que el euskara sea el núcleo de un pueblo (…), y desde esa perspectiva no podemos afirmar que Euskal Herria de hace doscientos años era más Euskal Herri». En la cabecera de la entrevista, el siguiente titular: "Tenemos que idear otro modo de actuar como ‘euskal herritar’".

Y, vaya, a éstas alturas a uno le llega el eco de la broma que le gastaron a Sísifo.

No es cierto que esa sentencia proponga «otro modo» de actuar como «euskal herritar». Básicamente, se formula la tesis «antiesencialista» clásica, según la cual la relación entre Euskal Herria y el euskara es una cuestión coyuntural o de moda. Funciona particularmente bien cuando se aplica a los vascos mientras que, eso sí, a nadie se le ocurre proclamar que Portugal seguiría siendo tan «Portugal» lo mismo en portugués que en español. A día de hoy, me parece una falta de fundamento grave reproducir el esquema «esencialista vs antiesencialista» así como entrar en el juego de definir quién es «más vasco o menos vasco o igual de vasco», más todavía en los términos que plantea Eusko Ikaskuntza.

Lo cierto es que lo coyuntural aquí es la proclama hecha por Julen Zabalo. Es decir, es una opinión que claramente se ajusta a la coyuntura general de afrontar los conflictos desde la impotencia de la subalternidad. Y, a otro nivel, es un planteamiento que se ajusta a la coyuntura derivada de cálculos de aprendices de brujo no muy difíciles de avistar.

Tampoco es cierto que desde una perspectiva académica no podamos afirmar que el euskara sea el núcleo de un pueblo. Lo cierto es que desde el punto de vista académico podemos afirmarlo perfectamente, podemos dejar de afirmarlo e incluso –en nuestro caso, lo más sensato– podemos conciliar ambas cosas en un discurso coherente. El error de Eusko Ikaskuntza es que se aferra exclusivamente a una única premisa que indefectiblemente la conduce a una única posible y errónea conclusión. En cambio, parece no darse cuenta de que puede haber otras premisas igualmente válidas y tan o más legitimas.

Propongo un ejemplo sencillo con dos variables para ilustrar lo dicho. El siguiente es un fragmento del antropólogo Mikel Azurmendi: «Hagámonos ahora la pregunta: ¿qué pasaría si se diese un mañana en el que no haya vascos que hablen euskara pero sí sigan creyendo y llamándose a sí mismos vascos? Pues que si los vascos deseasen así, seguiría existiendo el Pueblo Vasco, de la misma manera que existe una Irlanda sin gaélico».

Es un texto que expresa muy bien el único razonamiento que sigue Eusko Ikaskuntza: parte de una premisa que fija que el sujeto colectivo se tiene que referenciar, a modo de esencia, en torno a la denominación «Pueblo Vasco»; a su vez, considera el euskera como un objeto simbólico subordinado a ese sujeto. Pero, abriendo un poco el abanico, hagámonos ahora la pregunta: ¿qué pasaría si, cambiando las tornas, entendiéramos la lengua (los hablantes) como sujeto colectivo y, en cambio, tratáramos la denominación «Pueblo Vasco» o «vasco» como mero objeto de identificación?

Pues que nos saldría, más o menos, un texto así: «¿qué pasaría si se diese un mañana en el que no haya vascos que se llamen a ellos mismos ‘vascos’ pero que sí siguiesen viviendo en euskara y se autodenominasen ‘navarros’ o ‘cantabreses’ o ‘vizcaínos’ o ‘españoles’ o, sin más, ‘euskaldunak’? Pues que si estos hablantes lo deseasen así, en se seguiría hablando euskera, de la misma manera que se habla alemán en Austria».

Y, ¿de verdad piensa Eusko Ikaskuntza que uno de los dos anteriores planteamientos tiene más sentido que el otro? ¿Que una premisa es más válida que la otra? Evidentemente, no. De hecho, a los datos nos remitimos: en los estudios, la opción por la segunda premisa es claramente favorable entre los bilingües.

Así el uno como el otro son dos posibilidades antagónicas reales y reconocibles cuya realización, en última instancia, depende de las relaciones de poder y de la interpelación a las vivencias y deseos de los sujetos.

Con el ejemplo citado hemos intentado señalar que, desde el punto de vista académico, al menos los dos modos de aproximarse al problema son posibles, que optar por uno u otro depende de cada uno, y que además, probablemente, en los casos en los que se vive un proceso histórico de substitución, resistencia y recuperación de la lengua nacional, ambas premisas son complementos imprescindibles. Para darse cuenta de la actitud intelectual que pide esta pequeña complejidad, a lo mejor puede ser ilustrativo recordar lo que la Física hace con la luz. La luz, en efecto, parece presentarse, al mismo tiempo, como dos realidades contrarias entre sí: la onda y la partícula. Los físicos (gente rigurosa pero no rígida) no tienen problema alguno en aceptarlo. Luego, una vez delimitado qué fenómeno relacionado con la luz se trata de analizar, de acuerdo a la congruencia del enfoque, analizarán la luz como onda o como partícula.

Por último: es muy incorrecto equiparar la «perspectiva académica» y la «visión aséptica y objetiva» de la realidad. No lo es en la biología, menos todavía en el ámbito de las humanidades y las ciencias sociales. Aparte del estudio y exposición de datos, las ciencias sociales tienen un componente ineludible de posición y proyección del académico frente al mundo: Lo que decimos, condiciona lo que será. Por ejemplo, la diferencia que existe entre el punto de vista de Mikel Azurmendi y el que pueda tener yo mismo, es de naturaleza netamente ideológica: él, ante el fenómeno de la minorización y recuperación del euskara, apuesta por imponer un marco mental donde vivir en euskera no puede pasar de ser una expresión subcultural entrañable pero prescindible de la vasquidad. Yo, en cambio, mantengo una opinión antagónica en este aspecto: considero al euskara nuestra lengua nacional y manifiesto mi vocación y opción a favor de que los habitantes de Euskal Herria opten por el uso normalizado del euskera como elemento de cohesión. Por supuesto, desde el reconocimiento al otro, desde la inclusividad y la autonomía personal, y dándole al tiempo las generaciones que necesite, pero con firmeza y claridad. Pienso que se trata de un programa atrayente para cualquiera, y que no perjudica a nadie; por contra, tratar el uso del euskera como subcultura de una subcultura vasca me parece aberrante y embrutecedor para la sociedad en la que vivimos, una propuesta sin futuro. Eso no es ni diversidad ni cohesión, sino que resignación y asimilación.

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