Iosu Salaberri
Tafalla Antiespezista

Nosotras, las trabajadoras

Según datos de 2017 del sur de Euskal Herria, en todo el año se asesinaron para consumo humano 65 millones de individuos, lo que haría un total de 178.082 vidas arrebatadas por día.

El pasado 23 de junio salimos a la calle con una pancarta y unos folletos para manifestarnos en contra de una de tantas expresiones especistas que se dan en entornos festivos: la carrera de burros del barrio de la Panueva. En esta utilizan burras para divertirse sin tener en cuenta su sufrimiento emocional y físico, como las deformaciones en la columna vertebral por la carga de peso, ya que se cree que para eso están. Además, lejos de mostrar empatía, la organización buscó limpiar su imagen con discursos bienestaristas ante la presencia de quienes concebía como amenaza.

Queremos aprovechar el artículo de opinión de nuestro vecino Jose Mari Esparza para exponer nuestra visión de lo que en él plantea.

A menudo escuchamos que ciertos animales no existirían hoy en día si no fuese por la «ayuda» (desde luego nada desinteresada) que les ofrecemos nosotras las humanas. Siendo cierto o no, que las demás especies dependan hasta ese nivel de nosotras no es sino otro de los ejemplos de cómo nos comportamos con el medio, colonizando y destruyendo todo hábitat a nuestro paso. Puede que alguna especie desaparezca, o puede que no; pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿por qué nos creemos con el derecho (privilegio) a usar a otras especies a nuestro antojo, aun siendo este uso el que les mantiene vivos? ¿Justifica el hecho de tratar bien a un individuo durante un corto periodo de tiempo que luego lo asesinen brutalmente? ¿Y si ese individuo fuese humano, sería justificable?

También suelen indicarnos que las problemáticas humanas (guerras, pobreza, hambre...) son más importantes (que desde una perspectiva especista, lo son) y que el hecho de que también luchemos por las animales no humanas es un error o una pérdida de tiempo. Irónicamente, muchas veces esas mismas personas no están involucradas en las luchas que tanto aclaman.

Con lo que respecta a la lucha de clases, no creemos que el movimiento antiespecista, el feminista, o cualquier otro movimiento por los derechos y libertades de oprimidas divida la lucha de clases. De hecho, creemos que la refuerzan y completan. Es muy fácil objetar desde el punto de vista del «privilegiado» que la lucha por la diversidad sexual y de género, por ejemplo, divide la lucha de clases. Y en parte es cierto: ¿qué lesbiana, trans, bisexual... querría compartir espacios con quien se dedica a juzgar su forma de ser y sentirse? Y hablamos de compartir espacios, no luchas.

Creemos que es evidente que lo que divide la lucha de clases no es la diversidad y que desde luego esta no es una «trampa». Lo que realmente la divide son actitudes y comportamientos que dejan mucho que desear, que no liberan sino que oprimen. Un buen ejemplo podría ser la película “Pride”, en la cual unos trabajadores en huelga rechazan la solidaridad de unas jovenes por no ser heterosexuales. Una actitud sexista seguirá siendo sexista salga de un burgués capitalista o del más revolucionario del barrio. Lo que cambia es que si esa actitud la tiene un «compañero de trinchera» condicionara el funcionamiento del grupo, mientras que el burgués ya estaba en el punto de mira desde un principio.

Vivimos en una sociedad capitalista, eso es evidente, pero ese capitalismo tiene muchos apellidos y ninguno de ellos es menos importante que los demás. Por eso creemos que la lucha tiene que ser transversal, que no podemos liberarnos como trabajadoras mientras reproducimos opresiones como raza, sexo, condición sexual, especie... No se trata de ser puras y de crear luchas impracticables; se trata de bajar al barro, de mancharse, (des)aprender, quitarse las cadenas y al mismo tiempo soltar los látigos con los que castigamos a otras.

Ninguna lucha es más importante y tratar de evaluar cuál genera más sufrimiento no tiene ningún tipo de utilidad. Si no vemos a otras especies animales como individuos con intereses propios, con personalidad y deseo de vivir, es muy fácil decir que la liberación animal puede esperar o que el antiespecismo no es una prioridad. La realidad es esta: según datos de 2017 del sur de Euskal Herria, en todo el año se asesinaron para consumo humano 65 millones de individuos, lo que haría un total de 178.082 vidas arrebatadas por día. Según datos del mismo año, en la zona vivíamos 2.834.956 habitantes humanas. Una división muy sencilla nos muestra la violencia del asunto: si se asesinasen humanas al mismo ritmo que se asesinan otras animales, el sur de Euskal Herria desaparecería en 16 días. 16 días de sufrimiento constante, de estrés, de romper amistades y vínculos familiares. Este es el destino de 65 millones de individuos cada año, y solo en dos comunidades autónomas.

Como antiespecistas, luchamos por las animales, por todos: humanas y no humanas. Sabemos cuál es la realidad de las granjas industriales y también que el índice de suicidio en ese oficio es mucho mayor al de los demás trabajos. Las trabajadoras están bajo una presión constante, tienen que hacer bien su trabajo y lo tienen que hacer rápido siguiendo generalmente una estructura de cadena de montaje (de desmontaje, más bien) en la que no se pueden detener ni un instante. Un error y la trabajadora puede herirse. Esa es la realidad de las trabajadoras de las granjas, no lo negamos. Pero queremos dejar claro que el trabajo que hacen y por el cual los dueños del local se enriquecen es asesinar animales que en vez de individuos son vistas como materia prima, carente de vida e intereses propios.

Creemos que no es necesario subrayar que no todos los negocios son legítimos y que no cualquier manera de ganar dinero es válida. Tratar a seres vivos como objetos de los que sacar beneficio es un ejemplo de ello. Dejamos este frente abierto para que cada cual pueda desarrollar su opinión al respecto.

¡Ah! ¡Los verdaderos burros de carga son los burros! Nosotras somos trabajadoras explotadas.

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