Joxemari Olarra Agiriano
Militante de la izquierda abertzale

Nuestros valores y las nuevas tecnologías

Está muy bien eso de los procesos participativos y de votación desde la comodidad de una pantalla, pero para transmitir energía motriz y compromiso a todo nuestro movimiento necesitamos una multitud viva y militante, uniendo sus brazos, levantando sus puños para seguir adelante hasta la libertad.

Los pueblos pequeños que a lo largo de la historia venimos luchando por recuperar nuestro espacio entre la naciones libres y soberanas hemos llevado a cabo un proceso permanente de adaptación a las circunstancias de cada tiempo. Adaptación a las eventualidades de cada era, de cada generación; cierto, pero siempre y en todo momento manteniendo los rasgos de identidad que nos definen como pueblo.

En la actualidad, vivimos un tiempo delicado e incierto para los pueblos pequeños con culturas e idiomas minorizadas que no disponemos de las herramientas y recursos que otorga la posesión de un Estado reconocido. La universalización de las comunicaciones y eso que se da en llamar globalización va derivando hacia una uniformidad de las sociedades con tintes totalitarias, de imposición de un pensamiento único establecido por las élites de poder.

Y, consecuencia de ello, el avance de valores excesivamente individualistas y conservadores.

En este contexto, los vascos, como nación sin Estado que somos, nos encontramos frente a un doble reto. Por un lado, tenemos que reforzar y optimizar la lucha por la soberanía nacional y la integridad territorial de Euskal Herria. Por el otro, nos resulta imprescindible no sólo conservar la idiosincrasia y los valores que siempre nos han identificado como vascos sino también ubicar todo ello debidamente en este mundo globalizado, para que no se disuelva nuestra identidad, nuestra cultura e idioma en una uniformidad alienante y sin futuro.

Es indiscutible que no nos podemos oponer a toda modernidad pretendiendo erigirnos en una especie de aldea cultural resistente; pues eso no ayudaría en nada a la lucha por la independencia a estas alturas de siglo. Pero también es igual de evidente que si nos arrastra esa ola haciéndonos perder nuestros rasgos tradicionales de identidad, nuestros valores clásicos, de poco nos serviría la soberanía aunque la conquistáramos, porque no seríamos más que otro rebaño de la gran manada global aborregada.

Hasta hoy, todo lo logrado en nuestro país ha sido fruto del trabajo colectivo, de la energía unida por un objetivo común. Desde las ikastolas, las cooperativas, la recuperación del euskara hasta la propia resistencia. Todo ello ha venido del valor del esfuerzo colectivo, de la solidaridad, el auzolan; ese «lepoan hartu eta segi aurrera» que con orgullo y coraje hemos sostenido contra viento y marea.

Es el sentido de comunidad uno de los rasgos principales del carácter vasco, lo que nos ha traído hasta aquí vivos y en lucha sin haber sido asimilados por el colonialismo del nacionalismo supremacista español y francés. Manteniendo la cultura, el idioma, la solidaridad con el perseguido, con el que sufre, el apoyo a los prisioneros, el no dejar a nadie atrás...

Lamentablemente, las nuevas formas de la sociedad y de comunicarse nos van empujando hacia escenarios en las que germinan valores que nada tienen que ver con todo eso. Se asientan rasgos de índole conservador, individualistas en los que va perdiendo importancia el trato personal, conduciendo las relaciones humanas a canales tecnológicos que nos facilitan enormemente las tareas pero nos llevan a ser más burbuja, al aislamiento del entorno real y con cada vez menos interacción personal con nuestros semejantes.

Es irrefutable que las nuevas tecnologías tienen una potencialidad infinita y que abren puertas fascinantes a la comunicación e incluso a la acción en común. Pero es necesario gestionarlo de manera que no se conviertan en vehículo de uniformización, totalitarismo e imposición del pensamiento único de las élites dominantes ni acaben laminando a los pueblos pequeños y sus culturas.

También es imprescindible que no nos cambien nuestros valores ni nuestras forma de hacer las cosas, de relacionarnos, de luchar.

El desarrollo de la izquierda abertzale siempre ha ido ligado al mantenimiento escrupuloso de estos valores que nos diferencian como pueblo, llevando a la máxima expresión el concepto de la solidaridad y la lucha, de la militancia, de la entrega máxima y desinteresada por Euskal Herria y la libertad a pesar de la tortura, la prisión, el exilio ó la muerte.

Nos hemos caracterizado por tomar las decisiones en común, con órganos de dirección colegiados e incluso sin personalismos, depositando la confianza en las asambleas y el trabajo de base. Gracias a todo eso hemos mantenido plena la potencia del movimiento superando los acometidos del Estado y recuperándonos tras cada ofensiva.

A estas alturas es inevitable acudir a las nuevas tecnologías y las redes sociales para facilitar los procesos de comunicación y participación de quienes luchamos por la libertad de nuestra nación, su soberanía e integridad territorial. Poner a nuestra disposición un volumen de recursos que probablemente no tengan ya más límite que la imaginación.

Sin embargo, nada de eso debe suplantar a las formas clásicas del compromiso y militancia. Los tiene que complementar y optimizar; de eso se trata pero bajo ninguna razón sustituirlos.

El concepto de militancia política es estos tiempos no puede caer en el delegacionismo informativo y los medios telemáticos, los debates por internet, las valoraciones en Twitter o los votos desde una aplicación de móvil. En esa fría distancia informática es difícil que alguien pueda sertirse dueño de su futuro, participe en la arquitectura del porvenir de esta nación vasca que vamos a colocar en el lugar que le corresponde.

Si el compromiso político va irremisiblemente derivando a las batzarras virtuales, el teléfono móvil o a la intimidad individualista de un teclado y una pantalla la lucha puede acabar asemejándose a un videojuego. Así desde luego que no hay forma de enfrentarse a los estados para recuperar nuestra soberanía arrebatada y negada.

Nadie duda que las nuevas tecnologías y las redes sociales sean herramientas eficaces de lucha, de hecho, son también un frente; pero no deben sustituir al auténtico campo de batalla, que no es otro que el de siempre: el cara a cara, la calle, las batzarras, las instituciones, la universidad, las fábricas, la oficina, la escuela, la cultura, el euskara...

Si no hay fuerza unida que empuja, auzolan para conquistar el futuro, de nada servirá ser los más populares en las redes porque seguramente habremos caído en el recipiente de quienes buscan disolvernos como nación.

Y es que está muy bien eso de los procesos participativos y de votación desde la comodidad de una pantalla, pero para transmitir energía motriz y compromiso a todo nuestro movimiento necesitamos una multitud viva y militante, uniendo sus brazos, levantando sus puños para seguir adelante hasta la libertad. Nada es comparable a una salva de aplausos comprometidos y emocionados, a sentir a nuestro lado el calor de una militancia encendida.

Hay que modernizarse, y lo hacemos en la izquierda abertzale porque, además, los vascos siempre hemos sido un pueblo de vanguardia. Sin embargo, no obviemos los riesgos de unos sistemas que en virtud de la interacción global nos pueden conducir a la pérdida de nuestros valores, de nuestra identidad.

A ver si vamos a acabar pensando que la lucha por Euskal Herria y la libertad se puede llevar a cabo a través de una aplicación de móvil. Estamos en un nuevo ciclo, pero tiempo de lucha es hoy igual que ayer y precisa de la misma militancia, de igual compromiso y determinación.

Precisa de nuestros valores, de nuestra cultura de comunidad. Requiere el trato personal, el debate, la reflexión... y esto, paradójicamente, lo está desvirtuando el abuso de las nuevas tecnologías, las redes sociales y la sobresaturación de información en su mayoría tóxica e interesada.

Además, no olvidemos que aún tenemos casi 300 militantes encarcelados, y ésos no luchan desde aplicaciones de móvil ni podremos traerlos a casa pedidos por Amazon. O nos comprometemos y luchamos o no hay video juego que ponga en libertad a nuestros prisioneros ni nos devuelva la soberanía y la integridad territorial.

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