Iñaki Egaña
Historiador

¿Oasis o desierto?

¿Oasis o infierno? No tengo dudas al respecto. No hay oasis. Ni policial, ni empresarial. La derecha vasca por calidad y cantidad, repite los tics de sus vecinas

Federico Krutwig, miembro exiliado de Euskaltzaindia por criticar a la Iglesia católica y dirigente etarra al mismo tiempo, propagó una exótica idea que ligaba el origen vasco con el bereber. Alguno de sus seguidores, incluso, llegó a sumergirse en la lengua amazigh (bereber), para señalar las semejanzas entre oasis saharianos y topónimos vascos.

Esos oasis africanos suponían una singularidad en medio del desierto. Agua y vegetación en abundancia, lo que permitió históricamente la población, bien es cierto que reducida, de estos entornos. Eran los prósperos en un medio hostil. Por extensión, y recogiendo el relato reciente de nuestro país, la dirección jeltzale, que ha gobernado un tercio territorial de Euskal Herria desde 1980 (con la excepción de la legislatura lopezista), acuñó un término a su medida: «Euskadi (se entiende que la CAV) es un oasis en un medio corrupto».

Según esta parábola, el PNV sería la élite bereber, trasladada al refugio vasco, que logra la prosperidad y el equilibrio en un país sumido en un caos fomentado por sus vecinos españoles y ahondado por marxistas, antisistemas y separatistas autóctonos. La corrupción española es sistémica, lo que no ha sido obstáculo en las últimas décadas para que el PNV les haya dado su apoyo, tanto en época del PP, como del PSOE.

El problema entonces, en esa carrera para asentar el oasis en el desierto, estaba en casa. Andoni Ortuzar lo dejó claro al conocer la sentencia del llamado «caso De Miguel», la trama para la obtención de comisiones de las obras públicas. Sin embargo, el mayor fraude de «corrupción» que ha conocido nuestro territorio ha sido el cobro del «impuesto revolucionario» por parte de ETA, según Ortuzar.

La del líder jeltzale no deja de ser una ocurrencia sandunguera, cuando el partido que preside ha estado inmerso en al menos medio centenar de casos de corrupción en las últimas décadas y cuando la recaudación de ese llamado impuesto revolucionario ha sido calderilla en comparación con los dos ejemplos siguientes.

Impuestos como los de la Iglesia católica, una entidad privada con Estado propio, que se lleva anualmente el 1% del PIB vasco, una cifra escandalosa a la que hay que añadir el expolio vía inmatriculaciones, más de 6.000 en unas décadas, lo que le convierte en una entidad criminal organizada.

Según los últimos datos, el rescate de la banca española nos ha costado 42.561 millones de euros. Que se trasladaron del erario público al privado. Carlos Torres, presidente del BBVA gana al año 2,45 millones de euros. Su retribución variable puede doblar su sueldo. Ana Botín, en el Banco Santander, alcanza los 11 millones anuales. Rescatar a los bancos supuso la merma en salud, educación y asistencia social. Otros impuestos gigantescos.
En detalles, el impuesto revolucionario fue una buena fuente de ingresos del presidente del PNV en Iruñea. Los más viejos recordarán cómo aquel burukide, en la década de 1980, envió cartas a empresarios y cobraba de ellos. Hasta que fue cazado por la Policía. Como fue notorio y lógico, el Partido apuntó que aquella era una historia personal. Pero no abandonó a su militante, oficialmente expulsado. Condenado a 75 años de prisión, el PNV logró que su líder, tras gestiones con José Barrionuevo, por cierto, en la época de los GAL, fuera indultado por el entonces rey Juan Carlos.

Muchas de las carpetas del medio centenar de imputaciones que el PNV ha sufrido desde la aprobación del Estatuto de Autonomía fueron abiertas tras investigaciones del diario Egin. La más escandalosa fue la de las comisiones de las máquinas tragaperras. En diciembre de 1993, la Ertzaintza entró en el diario Egin tras una orden del juez Carlos Bueren que investigaba las cuentas del diario con ETA. Todo quedó en agua de borrajas.

Lo repugnante de la razia policial autonómica fue que aprovecharon la ocasión para acarrear toda la documentación relacionada con el PNV del trabajo realizado por el equipo de investigación. Había carpetas sobre la red Gladio, los jeltzales y temas similares. Fueron esquilmadas. Alguna quedó olvidada en su estantería. Pero todas y cada una de las relacionadas con la «fontanería» del PNV desaparecieron. Juanmari Atutxa, consejero de Interior, se vanaglorió de haber recuperado aire para su partido.

¡Qué esperar de aquellos democristianos que a través de la Ertzaintza habían espiado al lehendakari Carlos Garaikotxea! Entonces, un aguerrido militante del PNV en la dirección de la Ertzaintza, hizo de comisario Villarejo. El resto, avaló y frivolizó el espionaje, enfrentando la escisión de EA. Y si quieren más leña, tienen las memorias de Javier Zumalde, fundador e instructor de la Ertzaintza donde podrán seguir estas peripecias y otras tan singulares como ertzainas poniendo bombas que adjudicaban a ETA.

¿Oasis o infierno? No tengo dudas al respecto. No hay oasis. Ni policial, ni empresarial. La derecha vasca por calidad y cantidad, repite los tics de sus vecinas. Y ahí van, si tienen ganas y tiempo, unas cuantas señales para ahondar en mis impresiones. El último, el llamado «caso De Miguel». Anteriores desde las famosas Tragaperras, obras falsas en Alonsotegi, Parque de Miaño, Red de Parques Tecnológicos, Chalet del lehendakari Ardanza, Cabieces en Kutxabank, Bilbao Air, Ibarra y Hacienda de Bizkaia, Publicidad al Grupo Noticias, Eresoinka, Pinosolo, Rasca y gane, Max Center y sobrecostes, Cearsolo y el Guggenheim, Mallabia y malversación, Sprilur y Zubiaurre, Imbiz y donativos en negro, los hermanos Bravo, el coche eléctrico Hiriko…

No quedan líneas para concluir el artículo. Por ello otros cuantos: Purines en Karrantza, Lonja de Pasaia, Denokinn y ayudas públicas, Bakio d’Or, ayuntamientos de Barrika, Zanbrana, Tolosa, Eskoriatza, Zumaia… Museo Balenciaga en Getaria, los jeltzales en los papeles de Panamá, en los de Bárcenas, los centenares de miles de metros cúbicos de tierra y hormigón de Bidegi… En definitiva, el bucle en JEL.

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