Siamak Khatami
Politólogo y profesor universitario

Obama, Arabia Saudí e Irán

«Aunque sea la peor noticia para Arabía Saudí y las monarquías árabes que tiene
como vecinos, si de verdad hay una mejoría debemos felicitarnos por las relaciones entre EEUU e Irán –y si llegamos a ver la reapertura de embajadas de cada país en la capital del otro, mejor que mejor–»

El martes, 22 de octubre, salió a la luz la noticia de que autoridades saudíes habían decidido reducir su cooperación con EEUU en cuanto a la inteligencia que compartían con los norteamericanos. A la vez, Arabia Saudí anunció que dejaba su silla en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas porque consideraba a esa entidad inútil para resolver tanto el conflicto entre árabes e israelíes, como la guerra civil de Siria.


Pero es obvio que hay mucho más detrás de las escenas que está causando el desencanto de los saudíes con los estadounidenses. El conflicto árabe-israelí lleva sin resolverse desde al menos 1948, cuando se creó el Estado de Israel, y no había ninguna razón para creer que el presidente Obama, por muy buenas que fueran sus intenciones, pudiera empujar a los dos bandos a resolverlo. Y en cuanto a la guerra civil de Siria, tampoco se puede decir que una potencia extranjera, incluso si se trata de una superpotencia como EEUU, pudiera por su propia cuenta poner fin a ella. Entonces, ¿por qué está reacción de Arabia Saudí? ¿Es algo repentino? ¿O se trata de una situación que ha estado empeorando desde hace tiempo?


En realidad, no es la primera vez que se nota, en público, un empeoramiento de las relaciones entre EEUU y Arabia Saudí. Incluso antes de la presidencia de Obama, cuando era Bush hijo quien ocupaba la Casa Blanca, desde muy pronto en su presidencia empezó a buscar alternativas a Arabia Saudí para el petróleo que EEUU necesitaba importar. Se puso especial énfasis en África Occidental como alternativa a Arabia Saudí, y países como Angola aumentaron significativamente sus exportaciones de petróleo a EEUU. La razón que llevó a Bush a buscar esas alternativas, en primer lugar, era que no solo en EEUU, sino en muchos otros países también, consideraban a los saudíes como amigos de Occidente solo de nombre mientras que, en realidad y detrás de las escenas, esos mismos saudíes estaban apoyando a islamistas radicales que consideraban derrotar a Occidente, incluyendo a los EEUU como la potencia occidental más importante. Pero, al cabo de pocos años, ya se dejó de buscar esas alternativas, y hasta el día de hoy, Arabia Saudí continúa siendo uno de los exportadores más importantes de petróleo a EEUU.


Desde entonces, el régimen saudí desconfía del Gobierno norteamericano. Pero incluso desde hace mucho antes que eso, no solo en Arabia Saudí sino que en muchos otros países árabes también, la mayoría de la población se puede clasificar como antinorteamericana. Porque piensa que EEUU es anti-Islam y antiárabe, y todos los intentos de Obama para acercarse al mundo islámico han sido inútiles para cambiar la opinión de los árabes. Los regímenes árabes al menos aparentan tener relaciones correctas, si no cordiales, con EEUU, pero la mayoría de sus poblaciones son, incluso apasionadamente, antiestadounidenses.


Con todo, en los años recientes la situación ha empeorado. De un lado, los regímenes árabes ven que la Administración estadounidense, incluso bajo la presidencia de Obama, no reduce ni un ápice su apoyo a Israel, haga lo que haga el Gobierno israelí en contra de los árabes. Y, de otro lado, ven que el Gobierno norteamericano y el régimen iraní están intentando seriamente normalizar sus relaciones. Y esa es la peor de las noticias para los saudíes y las otras monarquías árabes que tienen como vecinos suyos. Porque para esas monarquías árabes, Irán bajo su régimen actual, es la peor amenaza: ven peligrar su estabilidad y consideran probable que Irán continúe intentando derrocar esos regímenes para sustituirlos por otros más afines.


De hecho, esa es la política que ha seguido durante una gran parte del período desde 1979, el año que el régimen actual iraní llegó al poder. Las monarquías árabes, hasta el momento, consideraban las presiones estadounidenses contra Irán como una de las causas más importantes de la falta de éxito del régimen iraní en efectuar cambios en los regímenes de sus vecinos árabes. Pero el Gobierno estadounidense ha ejercido esa presión a través de los años, no para ayudar a los árabes, sino para frenar el programa nuclear iraní y, quizá, en última instancia, para efectuar un cambio en el propio régimen iraní. Y Obama ha visto que todas esas presiones han resultado completamente inútiles. Finalmente, ha llegado a la conclusión que no tiene sentido seguir con una política inútil, y es el momento de normalizar las relaciones con Irán. Y en eso ha coincidido con el propio régimen iraní, cuyas autoridades han llegado a la conclusión que para mejorar la situación económica de su país, no tienen otro remedio que normalizar sus relaciones con Estados Unidos.


Y esa es la peor de las noticias para Arabia Saudí y las monarquías árabes que tiene como vecinos. Porque una relación normalizada con EEUU que permita mejorías en la economía iraní, permitirá al régimen de este país convertirse en una amenaza mucho más grande para Arabia Saudí y sus monarquías vecinas, y amenazar su futuro mucho más efectivamente.


Además una Irán más fuerte, con una economía más potente, puede hacer más para ayudar, entre otros, a movimientos islamistas afines en Bahréin y Yemen y así desestabilizar, o incluso derrocar, a regímenes que actualmente son aliados de Arabia Saudí. Y no hay que olvidar que los saudíes, tradicionalmente, han considerado que los peligros más importantes para su estabilidad son primero el que temen de Irán pero, justo después, el peligro que se puede extender desde Yemen hacia Arabia Saudí. Por ello, encontrarse entre dos fuentes de peligro, de Irán y al mismo tiempo de Yemen, es lo último que las autoridades saudíes quieren tener que enfrentar.


Al mismo tiempo, en la guerra civil de Siria, mientras que el régimen saudí apoya a los grupos opositores al régimen del residente Assad, aunque esos grupos contienen a islamistas radicales que constituyen los elementos más fuertes y mejor organizados de esos grupos, Estados Unidos no ha querido apoyar a los opositores sirios justo por esa misma razón –sí que les han extendido el apoyo suficiente para que sobrevivan, pero nada más que eso–: para que sobrevivan pero no para que puedan ganar y constituirse en el nuevo régimen sirio. Mientras tanto, la misma Administración norteamericana que rechaza extender su ayuda a los opositores islamistas sirios, sí que estaba dispuesta a normalizar sus relaciones con el gobierno que Mohamad Morsi y los Hermanos Musulmanes (que son, más que amigos, rivales de Arabia Saudí intentando ganar la simpatía de la mayoría de los islamistas en diferentes países árabes) instalaron en Egipto durante un año, hasta que intentaron ir demasiado lejos en imponer sus mandatos en Egipto y fueron derrocados.  


Y nadie se ha olvidado del hecho de que mientras los talibán en Afganistán reciben sus apoyos extranjeros más importantes de los militares y los servicios de inteligencia de Pakistán, su dinero  essaudí, y en menor grado el de los Emiratos Árabes Unidos y Kuwait, que financia tanto a los talibán de Afganistán como a los propios pakistaníes que, a su vez, usan al menos parte de ese dinero para sus actividades de ayuda a los talibán de Afganistán.


En cuanto a las relaciones entre EEUU e Irán, creo que debemos felicitarnos si de verdad hay una mejoría– y si llegamos a ver la reapertura de embajadas de cada país en la capital del otro, mejor que mejor–. Eso, para nosotros consumidores que vivimos en el mundo Occidental, significa más flujo de petróleo a precios más baratos. Claro, para que se reduzcan los precios, también cabe esperar que las empresas petroleras, que se rigen no solo por reglas de un sistema capitalista sino que más bien por su gran apetito por ganar beneficios cada vez más grandes, tengan en consideración que reducir sus precios también puede ser, en última instancia, mejor para esas empresas, porque significa que los consumidores pueden permitirse comprar más petróleo que, aunque sea a precios más baratos, con el aumento del consumo esas empresas también pueden esperar incluso más beneficios.


Pero, a la vez, hay que presionar a los gobiernos para que, en vez de aumentar los impuestos sobre las energías verdes, faciliten el desarrollo de aquellas energías para que, a largo plazo, tengamos alternativas a fuentes de energía que no sean petróleo. Solo así reduciremos nuestra dependencia de Oriente Medio. Y solo así podremos permitirnos un planeta más sostenible a largo plazo. Mientras tanto, más flujos de petróleo significan necesariamente que los gobiernos, incluso reduciendo los impuestos sobre energías verdes, pueden ganar más por los impuestos que ya cobran sobre los precios del petróleo.


Además, todo este proceso va a resultar en que ni las grandes empresas capitalistas petroleras, ni Arabia Saudí ni las monarquías vecinas suyas, van a poder chantajearnos con subir los precios de petróleo solo por ganar beneficios cada vez más grandes, en un mercado mundial regido por leyes capitalistas y en detrimento de los ciudadanos.

Buscar