Iosu del Moral
Militante Antikapitalistak Euskal Herria

¡OTAN no! ¡Bases fuera!

Bajo el lema que muchos activistas llevaron a las calles en los años 70 y 80, «¡OTAN no! ¡Bases fuera!», busquemos mediante la unidad de acción un espacio de ruptura definitivo con este tipo de prácticas belicistas.

Por primera vez en veinticinco años el Estado español acogerá una cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, recibiendo durante 2022 en Madrid a sus líderes. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, mantuvieron una reunión por videoconferencia en el marco de los preparativos de la cumbre de la Alianza Atlántica. La cita, ratificada por los treinta líderes aliados, coincidirá con el cuarenta aniversario de la entrada en la OTAN por parte del Estado español. Sánchez anuncia que la cumbre se centrará en el nuevo proyecto estratégico para actualizar la OTAN y Stoltenberg reconoce el importante papel de España como un colaborador fuerte y comprometido de la Alianza.

Poco ha cambiado desde los tiempos en los que el gran fariseo, Felipe González, amenazase con presentar su dimisión, dando un vuelco en el referéndum de permanencia en la OTAN, a tiempos en los que el supuesto gobierno más progresista de la historia se presenta como anfitrión de la organización militarista. Poco se puede esperar de quienes se autodenominan socialdemócratas, pero que en realidad desde posiciones social-liberales, ya no es que se dobleguen ante el yugo del sistema dominante, sino que funcionan como auténticos colaboradores en la construcción y en la perpetuación del mismo. Lo que es más complicado de digerir, es que miembros de Unidas Podemos, y sobre todo que las gentes de Izquierda Unida y del PC de mayor tradición militante, se conviertan en cómplices de este tipo de actuaciones.

En 1949, mediante la firma del tratado de Washington, doce países a ambos lados del Atlántico se aliaban militarmente en la recién nacida, Organización del Tratado del Atlántico Norte. Más de setenta años de historia en los que la OTAN no ha dejado de sumar aliados hasta convertirse en la mayor organización militar supranacional del planeta. Una influencia que ha seguido aumentando hasta abarcar regiones más allá del eje atlántico, llegando a atraer a su órbita varios territorios que incluyen a antiguos miembros del pacto de Varsovia, extinta alianza militar formada por la Unión Soviética y sus países satélites. Una población de alrededor de 1.000 millones de personas, que controla prácticamente la mitad de la economía mundial y que juntos acumulan anualmente el mayor gasto militar en el mundo con más de un billón de dólares.

Una maquinaria bélica que desde su fundación al comienzo de la Guerra Fría, ha estado al servicio del sistema capitalista con el fin de expandir y asegurar la implantación de las políticas neoliberales en diversos territorios. Una organización que tras la caída de la URSS, implementara sobremanera su actividad en la zona y que con la desintegración de la antigua Yugoslavia tuviera ya un claro papel de parte, dejando al descubierto unos intereses mucho más de carácter geopolítico y económico que de protección. Una OTAN que hoy en día, sin ningún tipo de ambages, abandona su por otra parte poco creíble disfraz de alianza defensiva, para mostrar su verdadero rostro de carácter ofensivo, tomando abiertamente parte en conflictos internacionales y muy alejados de la realidad atlántica como Afganistán, Irak o Libia.

Con todo este panorama, para cualquier persona o partido que se auto proclame antimilitarista, debiera ser deleznable formar parte o dar cobertura a un estamento de estas características. Seguramente a cuestiones como éstas nos referíamos muchos, no hace tanto desde la izquierda alternativa, al anunciar los riesgos que la izquierda institucional, de manos de Unidas Podemos, padecería al embarcarse en la aventura de formar parte de un gobierno junto a la pseudoizquierda del PSOE. Decisiones que van mucho más allá de tratar de poner en práctica un rancio posibilismo, basado en pírricas reformas desde las instituciones, cuando además dichos posicionamientos suponen alinearse junto a la mayor herramienta de ejecución bélica que existe hoy día al servicio del poder y del gran capital.

Frente a la amenaza que sin duda suscita esta reunión en forma de cumbre, la izquierda alternativa debe tratar de agruparse en torno a aquella histórica reivindicación que apostaba por una salida de una organización que tan sólo fomenta la industria militar. Bajo el lema que muchos activistas llevaron a las calles en los años 70 y 80, «¡OTAN no! ¡Bases fuera!», busquemos mediante la unidad de acción un espacio de ruptura definitivo con este tipo de prácticas belicistas. Una firme apuesta de paz llegada desde sectores como el sindicalismo, el ecologismo, el feminismo, la juventud y demás que confronten abiertamente con la industria militar que tan sólo fabrica muerte. Contra quienes se sitúan al lado de esa muerte, pongamos la vida de las personas en el centro de las decisiones políticas, y no olvidemos como ya dijeran los poetas, las armas se hacen sólo para matar.

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