Antxon Lafont Mendizabal
Peatón

Otro escrutinio más

Triste evolución la del PNV de nuestros abuelos, ejemplo de honradez política en su misión de servir al pueblo y no, a la inversa, de buscar a cualquier precio figurar y solo desear aparentar, lo que no va con nuestro carácter. Esa actitud es el corolario de la mundialización que generó pocos líderes y muchas élites. Las élites son más propensas a figurar y para ello, si es preciso, transformar el adversario en enemigo, es decir, odiar al otro. Todo comienza por detalles para rápidamente pasar a efectos estructurales. Euskadi veía venir esa cultura política desde el momento en que los movimientos políticos pasados se transformaron en partido que nutría sus «funcionarios» interesados.

La señal del comienzo de la pugna por esa rentabilidad, tanto dentro del partido como en su exterior, fue dada por las últimas elecciones revelando la piedra de toque: dejar en segunda o tercera opción política la que sintetiza las aspiraciones vitales de todo territorio: el derecho a decidir, pieza fundamental en la aspiración de la soberanía de hecho y no solo de apariencia, como es el caso de autonomías e incluso de independencias de diseño.

Los diferentes artefactos políticos imaginados para la gestión colectiva han fallado, todos sin excepción: ONU, CEE, Estados asociados, autonomías, juntas generales, ayuntamientos, que a fuerza de negociar acaban por no saber para qué lo hacen.

Más precisamente, en Euskadi, el derecho a decidir es lo que hace que el territorio que lo conquiste determine exclusivamente las calidades de temas políticos esenciales, como lo son educación, salud, suelo, agua. ¿Cómo puede el PNV asociarse incondicionalmente a cualquier partido que niegue rotundamente el acceso a ese derecho? No hay, efectivamente, dos partidos gestionarios de Euskadi, solo hay uno y está basado en Madrid.

Una vez optado su futuro, se trata de mostrar fidelidad al socio atacando a su adversario abertzale, prueba de que lo que importa es el colaboracionismo en vez de la resistencia sumando escaños, ampliamente mayoritarios, lo que adjudicaría a la representación popular una solidez difícilmente despreciable por el que gobierna en Madrid. El partido así dependiente va entonces a consagrar sus esfuerzos a simular la conquista de un hipotético estatuto pretendidamente más abertzale frente a la sinceridad, hay que reconocerlo, de su socio, que nunca ha cesado de afirmar que de derecho a decidir, ni soñar con ello.

Es así como se asocian dos contrayentes, que, consagrado su enlace, pasarán a la sacristía para oficializar su proceder de separación debida a la razón estructurante de divergencia.

Naturalmente que solo debe de haber un gobierno. Siguiendo analogías del líder colaborador con Madrid, en la trainera hay un patrón que lleva la tripulación a su mejor dirección en el recorrido y un segundo, el proel, quien en la ciaboga mete el remo cuando el patrón así lo decida. Esta vez el proel puede que esté en Euskadi, pero el patrón está en Madrid.

Las consecuencias del resultado de las recientes elecciones autonómicas en Euskadi hacen que parezca normal el desprecio de escrutinios que demuestran más para los candidatos la vocación de mandar que la de servir al pueblo.

¿Qué ejemplo damos a la juventud que en materia de educación intenten nadar en mares de barro, que en salud se pase días esperando citas con servicios desabastecidos en material y en personal, que sin control municipal del costo del suelo no permita viviendas accesibles, que en materia de agua, factor vital, siga soportando que regímenes de purificación y distribución, es decir la vida, aunque sean un mínimo, estén en manos de privados?

Desde el municipio rural hasta los organismos mundiales, todo es temer a lo que se hace, de manera a no ser acusado de desaciertos. Para ello, disponemos de procedimientos infalibles tales como la exigencia estatutaria de la unanimidad de voto, condimentada con el ansia enfermiza del poder y el cinismo político, su fiel servidor.

Nuestros antepasados no merecieron la feria-brocante que soportamos con insultos que acaban por envilecer el poder.

Creíamos que los defensores del derecho a decidir en nuestro territorio representaban 54 escaños; pues no, sus representantes dispuestos a defender lo que proclamaron en campañas electorales se limitan a 27 y alguno más.

Se conoce seguramente, y convendría divulgarlo, el resultado de una encuesta que revele el porcentaje de votantes del PNV que opten por una asociación de gobierno PNV-PSOE o por la asociación PNV-Bildu: porcentaje, claro está, de votantes, no de dirigentes. También se completaría esa encuesta por la preferencia de dirigentes del PNV sobre una alianza PNV-PP o PNV-Bildu, y de dirigentes de Bildu sobre alianzas Bildu-PSOE, Bildu-PP o Bildu-PNV.

Con la alianza PNV-PSOE se aplicará el poder resultante de un engaño de programa basado, y no respetado, de camino hacia el derecho a decidir. El poder no debe traducirse en enfrentamiento entre políticos −electores y simplemente electores, dominantes y dominados, como diría Marx–, sino en todos los aspectos de la vida social de los peatones que solo piden que se respete lo prometido en campañas electorales.

El poder y sus practicantes tienen un rol social establecido y gratificado. ¿Tengo la ingenuidad culpable de creer en establecer una normalización de control de las promesas de los políticos, políticos no solo en citas electorales pero entre ellas?

Nuestro oxígeno abertzale es en Euskal Herria tan legítimo y respetable como el de los patriotas españoles en España. Que ellos decidan de su derecho a decidir en su territorio de España y nosotros en nuestro territorio limitado a Euskadi.

Jelkides, evitad que el PNV, Partido Nacionalista Vasco se vea reducido al PRV, Partido Regionalista Vasco.

Que nuestras amonas y aitonas no se pregunten, ¿esto hemos dejado nosotros?

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