Patxi Zabaleta
Abogado

Pacifismo y autodeterminación

El drama de la humanidad es que sabe que puede autodestruirse y que las llaves y resortes de sus cada vez más enormes arsenales nucleares están en manos de mandatarios desequilibrados e imbéciles, cuando no simplemente criminales.

Es muy probable que Putin no pierda las guerras en que se ha enfangado ni militarmente ni económicamente. No le va a ganar ni la OTAN, ni el imperialismo del que dicha organización militar es un instrumento mortífero y letal, ni el resto de los egoístas y cobardes Estados europeos.

Pero Putin –y también la OTAN– perderá sus apuestas contra el pacifismo, los derechos humanos y la humanidad que necesita ganar la apuesta militar. Necesita ganar la apuesta de los indecentes gastos e hipotecas militares y de guerra con su consiguiente empobrecimiento y miseria. La humanidad necesita ganar la apuesta de su supervivencia por medio del pacifismo y de la democracia.

En la trágica guerra europea –y por tanto, también nuestra– de Rusia y Ucrania, hay tres enormes y trágicas vergüenzas, convertidas en tres estruendosos silencios, que impone la maquinaria propagandística imperialista: el primer silencio o vergüenza es la «disuasión nuclear». La segunda vergüenza es el aprovechamiento de la guerra por el imperialismo. Y el tercer gran agujero negro de la confrontación es la ausencia total de propuestas políticas para el diálogo y el acuerdo.

En cuanto a la ausencia de alusiones a la eufemísticamente denominada «disuasión nuclear», recordaré que hace más de 50 años ya escribió un militar español, el general Díez Alegría, (que por cierto había sido jefe del Estado Mayor franquista) un libro titulado “Ejército y Sociedad”, cuyo clarividente y rotundo mensaje o conclusión es el de que en caso de conflicto nuclear, los ejércitos no sirven para nada y lo mejor y único que pueden hacer es desaparecer. Ya había advertido Einstein aquello de que, si se produjese una guerra nuclear, la siguiente guerra seria a palos y pedradas en alguna isla lejana, en la que pudiesen haber quedado algunos sobrevivientes de alguna tribu perdida en algún rincón lejano del mundo. Pues bien; en la actual hipótesis de guerra nuclear tampoco sirve ni vale para nada la OTAN. Por tanto, nuestra actual guerra europea se sustenta en una farisaica «convención implícita» o vergonzante acuerdo no escrito de que se limitará al uso de las armas convencionales no nucleares, aunque sean cada vez más letales y mortíferas. Frente a esto, ¿qué sentido humano, social, económico y ni siquiera militar tiene el gastar el 2% del PIB de cada Estado en inversión militar? Ninguno. El drama de la humanidad es que no solo puede autodestruirse, sino que sabe que puede autodestruirse y que las llaves y resortes de sus cada vez más enormes arsenales nucleares están en manos de mandatarios desequilibrados e imbéciles, cuando no simplemente criminales.

La segunda gran vergüenza y silencio letal de nuestra guerra europea en los suelos de Ucrania y Donbass es el imperialismo. La OTAN no sirvió para solventar la guerra contra el Estado Islámico, por cuya erradicación la humanidad le debe un respeto perpetuo al pueblo kurdo y la OTAN no va a servir tampoco en el presente caso para la solución de la guerra en curso. La ampliación de la OTAN no solamente implicará la anulación de un ámbito de libertades y de seguridad europeo, sino la supeditación de los derechos civiles y sociales al poder de la potencia yanqui que no solo tiene enormes desequilibrios e inestabilidades internas, sino que practica sistemáticamente el desprecio a los derechos humanos en el ejemplos directos como Palestina, Sahara o la indecencia de Guantánamo. Europa debería priorizar la defensa de la democracia y de los derechos humanos ante el mundo, porque esa es su obligación histórica.

Solamente el pacifismo puede ganar frente a Putin y frente a la OTAN y frente a los imperialismos de todos los signos, que son los que fraguan e impulsan estas guerras farisaicamente limitadas bajo el paraguas de la disuasión nuclear. Pero el pacifismo para ser eficaz, debe ser coherente y completo, y no solo «contra Putin».

El tercer vergonzoso silencio es el de la completa ausencia de propuestas políticas para la pacificación. En el origen, y también en la solución de esta guerra, habrá de recurrirse a la autodeterminación, la cual deberá formar parte del acervo democrático y doctrinal como base para la construcción europea. Así como es evidente que la mayoría europeísta de Irlanda y Escocia debe ser respetada, también es claro que en la reciente historia de Ucrania existen problemas de identidades cuyo tratamiento debe abordarse con el imprescindible componente de la democracia que es la autodeterminación. Ciertamente la presencia de ultras españoles en el tablero europeo, como es el caso de los infumables Borrell y Albares, así como el ridículo de España oponiéndose a reconocer la independencia unilateral de Kosovo –salvo en ámbitos futbolísticos–, que los Estados europeos normales reconocen.

El recuerdo de que los pacifistas americanos fueron decisivos para solucionar la guerra de Vietnam, nos hace recordar a los pacifistas rusos, que saben que su propio imperialismo es el peor enemigo del pueblo ruso, igual que el peor enemigo de los judíos (de quienes los árabes fueron los mayores protectores históricos) es el sionismo.

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