José María Pérez Bustero
Escritor

Pequeña rectificación en nuestro lenguaje

Últimamente excluimos de ese rechazo a Cataluña, por su actual oposición al centralismo de Madrid. Pero deberíamos alimentar un parecido aprecio al resto de tierras peninsulares.

Teniendo delante los resultados electorales del País Vasco, es evidente que los vasco-navarros tenemos perspectivas muy diversas. Esa diversidad viene desde hace siglos. En el año 1200, una parte de las tierras vascas fueron sometidas por la monarquía castellana, y otras siguieron bajo los reyes navarros. Esa duplicidad se acabó el año 1512 cuando el duque de Alba ocupó Pamplona, y Hegoalde entero quedó bajo Castilla. Sin embargo cada una de las tierras vascas siguió con sus propias instituciones. Así continuamos hasta el año 1833. En ese año Fernando VII dejó como heredera a su hija Isabel II, que contaba tres años, bajo la tutela de los liberales. Ante la política de estos, que no reconocían la diversidad de tierras y de gentes, surgieron las guerras carlistas. Con el drama de que unos vasco-navarros se adherían al bando carlista y otros al bando liberal.

Cuando el año 1876, el gobierno decretó la ley abolicionista de los fueros, se realimentó el sentimiento de identidad vasca. En 1895 nació el Partido Nacionalista Vasco, que resaltaba las características étnicas y culturales vascas. Pero que no eran asumidas de la misma por todas las tierras vascas. Y esa diferencia se hizo más palpable en la guerra civil de 1936-1939, con poblaciones que se llenaron de muertos.

Ya bajo el franquismo, surgieron nuevos movimientos sociales. Y desde ellos nació la izquierda abertzale, que diseñó como objetivo lograr la independencia estructural, y promover la dinámica popular. Y aunque se toparon con la propia disparidad interna, su profunda voluntad de aglutinarse abrió paso en 2011 a la coalición Bildu. El bagaje ideológico de esta coalición es una preciosidad. Apoya la lucha sindical, los movimientos feministas, la libre orientación sexual, el dinamismo de zonas y barrios. Además de su trabajo por los presos vascos, que son el desasosiego diario.

Pero Bildu se topa con la distancia de quienes asumen un gobierno central. E incluso alimentan la animosidad contra los movimientos independentistas del tipo que sean. Ante esa situación, aunque no vamos a cambiar de ideología, cabe preguntarse si tal vez deberíamos realizar una rectificación del lenguaje para hacer más comprensible nuestro propósito de gobierno propio. Si miramos al detalle ese lenguaje nos daremos cuenta que hay términos que para muchos funcionan como un virus. ¿Un virus? ¿Cuál es? Que en rechazo al gobierno central metemos la palabra España. Y las expresiones «independizarnos de España», «liberarnos de España» empotran en un mismo saco al gobierno central y a la gente peninsular.

Últimamente excluimos de ese rechazo a Cataluña, por su actual oposición al centralismo de Madrid. Pero deberíamos alimentar un parecido aprecio al resto de tierras peninsulares. Teniendo tres hechos delante: Primero, que la mitad de los «vascos» somos venidos o hijos de venidos de esas otras tierras peninsulares. Segundo, que nuestra dinámica industrial, comercial, cultural y turística tiene una relación directa con dichas tierras. Y tercero, que las gentes «españolas» han sido explotadas por los mismos mandatarios que nosotros, y han tenido tragedias semejantes a las nuestras.

¿Dramas semejantes a los nuestros? Así es. Sin hacer un análisis en profundidad vale la pena colocar delante algunos ejemplos.

Empezamos lejos. En el siglo XVI. Entre los años 1520-1522, una quincena de ciudades de Castilla se alzó en guerra contra el gobierno de Carlos I. No eran tierras mudas. Con la tragedia de que fueron vencidas y sus cabecillas decapitados. Seguimos un siglo adelante y nos situamos en Andalucía. El año 1647 se produjo una revuelta contra el gobierno central en Ardales –provincia de Málaga–, que se extendió por toda Andalucía. Los andaluces no besaban los pies de los amos. Echamos la vista a Galicia. En el siglo XIX el proceso Rexurdimento galego promovía una revitalización social y cultural de Galicia. Y pasando al siglo XX nos fijamos en Extremadura. El 14 de agosto de 1936 fueron miles los muertos en la plaza de toros de Badajoz, fusilados por los soldados franquistas del general Yagüe.

Desde luego, aunque estos datos no son un panorama entero del proceso de tierras peninsulares, nos empujan a comprender mejor y apreciar más a las gentes de la península. Y nos muestran la conveniencia de no utilizar el término «independencia de España», o «liberarnos de España».

¿Cómo expresarnos entonces? Explicar que nuestro verdadero objetivo es quitarnos de encima la dinámica legislativa, judicial, militar policial del gobierno centralizador. Y su sistema penal: con el tremendo sufrimiento de los presos y sus familiares.

Añadiendo que consideramos a las gentes y pueblos peninsulares como vecinos, y compañeros de vida. El simple hecho de expresarlo, nos hará beber nueva honradez. Y nos dará otra capacidad de ser comprendidos y apoyados.

Pero, ¿a quién se lo vamos a explicar? Es una pregunta muy compleja. Desde luego tendremos que explicarlo en casa. Nuestros escritos llenos de esas expresiones, y formamos con ellas el pensamiento mismo de nuestra gente. Así que deberemos llevar ese retoque de nuestro lenguaje a reuniones de todo tipo. También nos queda la tarea de ir de un partido político a otro para comunicarles nuestro nuevo lenguaje. Lo vistamos de nuevo, de rectificación o de simple advertencia sobre quiénes somos realmente. Hemos de asumir que cuanto mejor nos expliquemos más cerca estaremos del diálogo con ellos. No es la guerra sino el contacto, el lenguaje acertado lo que evita precisamente el uso de la enemistad.

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