Alfredo Ozaeta

Política de oficio

Cada vez más se escucha más la, en mi opinión odiosa, frase de: «es lo que hay» o «es lo que tenemos», como un ejercicio de resignación. ¡Pues no!

Es tal la degradación de la actual política en el Estado Español y la de sus actores principales, los políticos, que la consideración de estos como servidores públicos con marcada vocación de servicio a la sociedad, no deja de ser un sarcasmo o pura ironía.

Es importante precisar que no todos los políticos son iguales. Afortunadamente en nuestro pequeño país tenemos excepciones y ejemplos de personas trabajadoras, honestas que son y han sido capaces de sacrificar su propio bienestar y carreras personales, en muchos casos sus vidas, en beneficio de intentar conseguir una sociedad más justa, democrática e igualitaria. Por supuesto que estas excepciones también existen en el resto del Estado.

Para desgracia de la sociedad el ejercicio de la política ha derivado en una posibilidad de empleo o colocación en el sentido más servil. Puestos asignados a dedo donde hay posibilidades de enriquecerse y vivir bien sin esfuerzo, riesgo o sacrificio. Y con expectativas de beneficiarse de las puertas giratorias.

Los últimos esperpentos acompañados de sainetes protagonizados tanto por cargos públicos en el Estado español como por otros «asimilados periféricos» son un ejemplo más de la «normalidad democrática española». Lo que menos les importa es quien les ha otorgado la confianza y el programa que les han encomendado cumplir. Consideran que el cargo es suyo en propiedad, cambian de partido cual mercenario de bando. Son tan zafios que hacen que dimiten, por supuesto sin entregar el acta, para inmediatamente cambiar a otro «equipo» que les mejore la «ficha».

Pero que se puede esperar cuando en sus valores y prioridades está el vacunar a la policía antes que a formadores y educadores e incluso antes que a algunas especialidades sanitarias u otros colectivos como los autónomos u otros trabajadores que dependen únicamente de su trabajo y apenas tienen coberturas. No llegan a pensar, o tal vez no les interese, que con más cultura y educación en valores no haría falta tanta policía. No olvidemos que la mayoría de la clase política que nos está tocando sufrir, incluida la de nuestro particular «oasis», no dejan de ser obedientes mamporreros del fondo financiero o lobby de turno. Les marcan lo que deben hacer en lo importante, que son los dineros y el reparto de los recursos y les dejan hacer en lo «intranscendente» como son nuestras vidas. Solo hay que ver el progresivo empobrecimiento de la sociedad después de un año de pandemia y las deficientes y escasas medidas implementadas para afrontar las actuales crisis humanitarias y sociales. Y para las que están por venir.

Y no contentos con decirnos como y cuando podemos morirnos también nos quieren imponer donde y a quien tenemos que mostrar nuestro cariño o reconocimiento. Sus fascistoides y vengativas y conciencias no soportan que una gran parte de la sociedad reconozca el sacrificio y generosidad de los que han osado enfrentarse a su injusto sistema, dicen que es una ofensa a las víctimas, nada más lejos en la intención. Y lo dicen los que llevan décadas insultando nuestra inteligencia y cercenando nuestros derechos más elementales. Les molesta enormemente que a pesar de los desproporcionados, antidemocráticos e injustos castigos no hayan sido capaces de imponer un relato al que no le han faltado medios e ingentes sumas de dinero en su manipulación y difusión.

A menudo tenemos la tendencia de caer en el error de considerar muchos males como algo necesario para nuestra propia existencia. Cuantas veces cuando hablamos de determinadas instituciones, grupos, empresas u organizaciones las consideramos o definimos como «mal menor» o «mal necesario». Algo parecido empieza a ocurrir en el pensamiento de una parte importante de la sociedad acerca de la clase política. Y curiosamente son los propios actores políticos los interesados en crear y provocar esta corriente de opinión donde se les mida a todos por el mismo rasero, repartiendo la culpabilidad a todos ellos por igual cuando los responsables corruptos están perfectamente identificados. Una vez más la estrategia del ventilador.

Cada vez más se escucha más la, en mi opinión odiosa, frase de: «es lo que hay» o «es lo que tenemos», como un ejercicio de resignación. ¡Pues no! Para bien o para mal tenemos en gran parte lo que nosotros hemos querido. No podemos eludir la responsabilidad que nos corresponde en haber creído o vuelto a confiar en corruptos y mentirosos compulsivos. Tenemos que elevar nuestro nivel de exigencia y participación en las decisiones que influyen en lo verdaderamente transcendente para la humanidad: las vidas y el futuro.

Vienen avisándonos. Estamos ya percibiendo la perversión de su lenguaje, los rodeos que dan para no llamar al fascismo como tal, la manipulación de conceptos llenos de dignidad, y su uso torticero en los eslóganes electorales de las corrientes neoliberales. Es la antesala de la pérdida de derechos y bienestar social. Es necesario compromiso en todos los ámbitos y a todos los niveles para intentar reconducir el camino por donde nos quieren hacer transitar.

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