Por la humanidad, contra el genocidio
Analizar lo sucedido en Gaza, con la puesta en marcha del supuesto plan de paz liderado por Trump, exige una mirada global a los trepidantes acontecimientos que se han venido sucediendo en el mundo en estos últimos meses.
En ese sentido, no conviene exagerar la influencia de la contestación global al genocidio como la causa de esta tregua, que es imprescindible para la supervivencia del pueblo palestino −para resistir es necesario existir−, pero tampoco debemos minusvalorarla.
No cabe duda de que la resistencia palestina y la firmeza del pueblo palestino durante décadas, negándose a abandonar su tierra, han sido determinantes, y también ha influido seguramente la presión popular en Israel para que se negociara la entrega de los rehenes.
Sin embargo, considero que el llamado plan de paz liderado por Donald Trump va más allá de factores locales y regionales. Creo, más bien, que es parte de un movimiento táctico global de las élites occidentales ante una situación que sentían se les iba de las manos.
No olvidemos que estas élites no son homogéneas −como tampoco lo son las fuerzas que se les oponen− pero parece bastante evidente que en los últimos años están apostando por una huida hacia adelante militarista −con el avance de la extrema derecha y el autoritarismo− así como por la militarización creciente de las relaciones internacionales y la economía global, como hemos visto estos días con el mega contrato de SAPA con el ejército de EEUU.
A nadie se le escapa, tampoco, que a esta facción autoritaria −ahora dominante en el norte global− le molesta el Derecho Internacional y están apostando claramente por su desmantelamiento, por ejemplo, ninguneando a Naciones Unidas, incluso permitiendo que se ataque y asesine a trabajadores de la UNRWA.
El estado de Israel es la punta de lanza de esta facción militarista del capitalismo occidental y la administración Trump su actor principal.
El genocidio en Gaza está concebido como ejemplo para el mundo de que todo está permitido y que todo vale contra quien se oponga a los planes de dominación de estas élites.
Su principal enemigo son las nuevas potencias emergentes que les disputan su hegemonía, especialmente China y las alianzas que va constituyendo en foros como la Organización de Cooperación de Shanghai.
El núcleo de su estrategia se basa en disputarle la hegemonía global, el control de los recursos y de las zonas estratégicas, así como en el mantenimiento de la dependencia económica norte-sur, utilizando cada vez más para lograrlo la fuerza militar, en la que todavía se siente superior.
Sin embargo, de manera imprevista, cuando las sociedades contemporáneas −sobre todo la juventud− parecían más desarticuladas, alienadas y adormecidas que nunca, surge un movimiento global que crece como un tsunami por buena parte del mundo y pone en cuestión todo esto, apostando contra el genocidio por la humanidad.
Se dirá que exagero esta reacción popular, pero nadie en sus cabales hubiera pronosticado hace un año que sucedieran de pronto cosas como las revoluciones de los Z, capaces de derribar gobiernos en tres continentes y con una proyección futura todavía imposible de determinar.
Tampoco parecía posible que se pudiera articular en tan poco tiempo un movimiento global de apoyo a Palestina tan masivo, transversal y organizado como el que estamos presenciando en los últimos meses en buena parte del planeta.
Se dirá que ambas cosas responden a lógicas diferentes, dependiendo también del lugar donde se producen, y es cierto; pero tampoco podemos olvidar las coincidencias y la retroalimentación entre ellas.
Los Z han actuado sobre todo en lo que se conoce como el sur global, poniendo en cuestión −y derribando en algunos casos− diferentes gobiernos, unos alineados con occidente y otros no.
Sus demandas de justicia social y contra la corrupción van directas como un torpedo contra la línea de flotación de los planes de dominio de las élites corruptas −también las del sur global− muchas alineadas con occidente como el caso marroquí o peruano, pero no necesariamente, como en el caso de Nepal o Sri Lanka.
Desde el punto de vista de las élites occidentales, la cuestión palestina amenazaba en convertirse en un elemento aglutinador de las protestas en Europa, con las huelgas en Italia, Francia y Grecia, o las acciones de desobediencia civil en Gran Bretaña o el Estado Español.
Así como el creciente interés de la opinión pública global sobre la flotilla y la aparición de líderes globales radicales como Greta Tumber.
Todo ello asustó a parte de las élites, que vieron en peligro sus intereses particulares, lo que forzó la necesidad de hacer algún movimiento para tratar de evitarlo.
Esto lo hemos visto también aquí, cuando distintas instituciones y organizaciones empresariales salieron enseguida en defensa de la CAF −desmintiendo incluso a la ONU− y denunciando la solidaridad con Palestina en cuanto se ponían en peligro los intereses corporativos que defienden.
Así surge el plan de «paz» de Trump. No se trata, por supuesto, de un cambio de rumbo estratégico sino de una jugada táctica que trata de desmovilizar las protestas globales sin poner en cuestión el dominio israelí sobre la población palestina colonizada ni su hegemonía militar en el área.
Un doble movimiento que trata de reactivar los acuerdos de Abraham −puestos en cuestión a partir del 7 de octubre− y anular a su vez la causa palestina como bandera de enganche de una situación preinsurreccional en determinados países que amenazaba con globalizarse.
Y como guinda del pastel, crear oportunidades de negocio en la reconstrucción de Gaza, convertida en un protectorado occidental con la connivencia de los reyezuelos y tiranos de la zona, bajo la mirada del gran hermano israelí que se reserva la última palabra en las decisiones importantes.
Ante esto, desde el bando de la humanidad, si queremos evitar que continúe el genocidio en Gaza −que como hemos visto nos atañe a todas−, debemos redoblar los esfuerzos de solidaridad con Palestina y enfrentar con decisión los planes genocidas y ecocidas del neofascismo global emergente, aunque haya que dejarse pelos en la gatera.
La huelga del día 15 puede ser el comienzo de un camino en ese sentido, que debemos apoyar en las calles, y también fortalecer las campañas de boicot y aislamiento a Israel presionando a nuestras instituciones y empresas con más fuerza que nunca.
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