Antonio Alvarez-Solís
Periodista

Portugal

Fueron mis viajes a Portugal una de las experiencias que más me obligaron a considerar que el futuro de los pueblos ya no depende de unos irrisorios parlamentos y de otros campos donde los jugadores juegan en secreto la libertad, la justicia y la democracia si realmente este apelativo sigue teniendo algún sentido, aunque sea filológico.

Hacía media hora que amanecía el 25 de abril de 1974. Radio Renascença emitía el “Grândola, Vila Morena”, del cantautor comunista José Afonso: «En cada esquina, um amigo/ en cada rosto, igualdade». Desde el cuartel lisboeta de Pontinha coordinaba el levantamiento en todo el país el comandante Otelo Saraiva de Carvalho, al que me unió una inolvidable amistad desde que puse el pie en la Lisboa liberada apenas quedó abierto el paso fronterizo de Badajoz.

Y a qué vienen esos recuerdos ya viejos? Aunque en la historia no hay nada viejo. Un periodista al que no conozco escribe ahora acerca del encuentro entre el jefe del Gobierno español, Sr. Sánchez, y el jefe del Gobierno portugués, Sr. Costa. Ese periodista ha preguntado muchas cosas acerca de la postura del socialismo lusitano, puesto al servicio de la oligarquía que siempre ha vigilado esta terminal europea. Entonces era yo el periodista que preguntaba sobre la verdadera posición del socialismo, sobre todo del español, que en estas calendas está intervenido abiertamente ya por instituciones ultraconservadoras como la FES, fundación que lleva el nombre del presidente de la República de Weimar, Sr. Friedrich Ebert y que se impuso como deber «sagrado», entre otros fines, poner en marcha mediante un chorro de millones el socialismo anémico surgido de la reunión de Suresnes, bajo la batuta de Felipe González, que se comprometió a una desleal transición política en España y arrebatar el control de la izquierda al Partido Comunista, que había jugado un papel central en la lucha contra la dictadura franquista. No se debe perder de vista que el Sr. Ebert, durante su presidencia republicana de Weimar, fue declarado como traidor por muchos socialistas por apoyar la guerra del 14. Más aún, cuando el levantamiento anarquista de Berlín el Sr. Ebert  envió poderosas fuerzas armadas para hacer una represión brutal, represión que se repitió contra los Consejos Obreros del Ruhr. En total, el Sr. Ebert practicó 134 veces sus poderes especiales para barrer la calle.

Ahora ¿pueden explicarme los dirigentes del PSOE cómo su asociación, muy nutrida además de dinero criado en diversas cunas, puede liderar un verdadero cambio social? ¿No será más posible que ese socialismo siga desempeñando arteramente el papel de contención de un posible crecimiento de los radicalismos de izquierda en un Mediterráneo que ya se está perdiendo con grave riesgo para el Sistema? Grecia, Córcega, media Italia, graves problemas internos en el área eslava, países árabes y ahora posiblemente España y Portugal, con un porvenir muy oscuro? ¿De qué habrán hablado reservadamente los Sres. Costa y Sánchez, aunque el último haya destinado unas horas para la sesión fotográfica?

Voy a finalizar esta parte de mi papel añadiendo textualmente media página de “El pensamiento socialista”, la exhaustiva obra de Cole, que explica posiblemente este afán del Sr. Sánchez por formar un bloque sólido peninsular en que se resuelvan problemas que lastra al unionismo de Madrid: «Los movimientos anarquista y socialista españoles son difíciles de entender excepto con un conocimiento íntimo del pueblo español y de su historia. Entre anarquistas y socialistas los primeros son los más interesantes, los más encastados en la idiosincrasia española».

El socialismo español, en tanto que encontró expresión en el Partido Socialista Español, era un movimiento de criterio estrecho y poco original, que nunca llegó al corazón del pueblo y ni siquiera trató de elaborar por sí mismo la política y las formas de acción adaptadas a las condiciones del país como un todo. Fuertemente centralista y dominado por un partido centralizado y disciplinado que llevaba tras de sí a un movimiento sindical, el Partido Socialista español no logró encontrar lugar para los fuertes impulsos regionalistas y localistas que eran el factor dominante de la política obrera desde Catalunya hacia el sur y por este fracaso pareció con frecuencia, a los españoles que no pertenecían a la región central, un emisario de la centralización de Castilla más que como un movimiento liberador.

En uno de mis viajes a Lisboa me reuní en su casa con el almirante Antonio Rosa Couthino, retirado ya de la caza de comunistas y socialistas de izquierda que hizo uno de los cinco gobiernos –no recuerdo quién lo presidía– que se sucedieron vertiginosa y radicalmente desde el momento del levantamiento con gran apoyo de socialistas de izquierda y militares comunistas. En el otoño de 1975 Portugal estuvo al borde de la guerra civil, pero la intervención del SPD alemán y del PS francés, apoyados por un fuerte bloque conservador asentado en las provincias del norte del Tajo eliminaron a los militares comunistas que habían anunciado «la transición al socialismo». Fracasó esta intentona revolucionaria y los militares  procomunistas, fueron desarmados y licenciados. En este periodo se aprobó la Constitución «democrática» de 1976.

Pregunté a Coutinho qué había pasado mientras tanto con las extensas colonias de Angola y Mozambique, a las que el almirante facilitó la independencia como gobernador de las mismas, lo que le valió el calificativo de traidor por parte de la derecha lusa así como agrias condenas desde varios países europeos, incluyendo a sus partidos socialistas, que esperaban una «caza» a fondo de estos territorios. El almirante me dijo, si mi memoria aún funciona, que como comunista estaba obligado a proceder como lo había hecho, teniendo en cuenta, además, que la guerra que sostenía en ellas suponía una inicua matanza de sus soldados a los que la metrópoli negaba toda suerte de asistencia. Angola y Mozambique dejaron de ser el marco de la explotación que más beneficiaba a la gran Europa que al pobre Portugal. Coutihno me añadió una serie de razones que guardo en mi almario porque el buen periodismo es más rígido en la observancia de las intimidades que un ministro de la Iglesia o un notario haciendo florete.

Fueron mis viajes a Portugal una de las experiencias que más me obligaron a considerar que el futuro de los pueblos ya no depende de unos irrisorios parlamentos y de otros campos donde los jugadores juegan en secreto la libertad, la justicia y la democracia si realmente este apelativo sigue teniendo algún sentido, aunque sea filológico.

Lo que me pregunto es si el jefe del Gobierno español y el jefe del Gobierno portugués hablaron de portugueses y españoles o se hicieron una foto navideña para desear felicidad a quienes tan infelices nos hacen. El rostro del portugués me delataba una contención azarosa e íntima: la faz del español era alegre y con aire televisivo. Aún creo en la fisiognómica. Las Constituciones son cosa del pasado y tienen su valor bancario. Eso creo. Pero el hombre sigue estando ahí esperando que resurja la isla de San Borondón. Lo hace de vez en cuando. Lo que me apena es no haber puesto una rosa en los cañones de los fusiles, como hizo una camarera madrugadora como era Celeste Caeiro. Logró nada menos bautizar «A revolusao dos cravos». A ver si aprendemos.

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