Eneko Compains Silva
Profesor de Derecho Constitucional y miembro del Consejo Nacional de Sortu

¡Que ardan en la hoguera!

Quienes conocemos la cárcel sabemos que esta no arregla absolutamente nada. Es imposible reinsertar o reeducar a nadie en una trituradora de personas pobres

Que ardan en la hoguera!» Eso es precisamente lo que quieren decir, aunque no lo digan así, quienes defienden la cadena perpetua en pleno siglo XXI. Hasta tal punto es una auténtica salvajada que se tuvieron que inventar un eufemismo, «prisión permanente», y añadirle además un adjetivo, «revisable», con el fin de suavizarlo. Para algo bueno que tenía el Régimen que derogó la cadena perpetua en 1928, van y se lo cargan. Y es que ya se sabe: en España el progreso como el cangrejo, hacia atrás.

Lo que está sucediendo estos días de la mano de PP y Ciudadanos no es sino un excepcional ejemplo de populismo punitivo; y no es casualidad el momento elegido para ello. Justo cuando se abría paso en la sociedad un debate de marcado carácter progresista (tras el éxito de la huelga del 8M), explotan y manosean el atroz asesinato de un niño para cambiar por completo las coordenadas del debate público.

Así, en contra de la mejor tradición legislativa, han buscado hacer el debate en caliente, con el cuerpo del Pececillo prácticamente sin enterrar y pasando por encima de la opinión de su padre y madre, por puro interés partidista. No han tenido escrúpulos en utilizar a víctimas para las cuales la pena prevista nunca será suficiente; y han contado, además, con el inestimable apoyo de unos medios absolutamente domesticados que inoculan en la sociedad una insensibilidad que debiera abrumar a cualquiera. Lamentablemente «funtziona», que diría Perurena, ya que han conseguido cuando no convencer, sí generar dudas en mucha gente que está en sus antípodas ideológicas.

Y es por ello que escribo estas líneas. De verdad; creo que existen tantas razones para rechazar la cadena perpetua que no sé muy bien por dónde empezar.

Aclararía en primer lugar, eso sí, que su incorporación al sistema jurídico español no supuso una gran innovación jurídica, en la medida en que este ya era uno de los más duros de Europa y preveía un cumplimiento efectivo de penas de hasta 40 años, cuando el tiempo medio de cumplimiento de cadenas perpetuas en países donde está establecida es ostensiblemente menor (23 años en Francia y 20 en Alemania, por citar dos ejemplos). Es decir, que de facto ya estaba recogida.

Sin embargo, el hecho de regularla tiene un efecto político de primer orden, ya que consigue que en lugar de estar discutiendo sobre sistemas de justicia alternativos al fracasado sistema actual (que no reinserta ni reeduca a nadie), se esté discutiendo «entre Guatemala y Guatepeor».

En segundo lugar, es una medida absolutamente ineficaz para evitar estos crímenes, ya que tal y como muestran distintos estudios realizados al respecto en EEUU, no disuade a sus autores.
Y en tercer lugar, es una medida abiertamente contraria a los derechos humanos, e incluso, a la sacrosanta Constitución que los promotores de la medida tanto gustan de reivindicar para Catalunya o Euskal Herria. Como abertzale está feo que yo diga esto; pero como profesor de Derecho Constitucional no me puedo callar:

La cadena perpetua está en las antípodas de lo recogido en el art. 25 CE, que establece que el fin de la pena es la reinserción social del preso. Es, a su vez, una pena inhumana y contraria a la dignidad de la persona; vulneradora, por tanto, de los artículos. 10 y 15 CE. Y el hecho de que se haya regulado como una pena «revisable» no elimina tal carácter. Primero, porque esa revisión se realiza como mínimo tras pasar 25 años en prisión (en Suecia son 10 años y en Inglaterra 12); y segundo, porque la razón para revisarla es un requisito completamente ambiguo («que exista pronóstico favorable de reinserción»), algo contrario a la taxatividad de las penas y al principio de seguridad jurídica (art. 9.3 CE). Esto último lo entiende cualquiera que haya visto la genial película protagonizada por Morgan Freeman y Tim Robbins, “Cadena Perpetua” (o “Shawshank Redemption”).

Lo peligroso, además, es el precedente que abre. Si hoy se acepta la cadena perpetua, ¿qué impide aceptar mañana la tortura o la pena de muerte? ¿Qué diferencia sustancial (y no cosmética) hay entre la cadena perpetua y un campo de exterminio? Honestamente, ninguna, así que no queda otra que oponerse a esta aberración jurídica y humana.

Dicho esto, desde la izquierda no podemos limitarnos a discutir sobre las recetas de la derecha. Nos toca proponer.

Lo primero sería decir que esta política penal y penitenciaria no es sino el fracaso de la política social, así que frente a quienes proponen responder a la criminalidad de forma reactiva con lo que Bordieu llamó la «mano derecha del Estado» (más policía, más jueces, más cárceles y mayores penas), hemos de afirmar que la solución pasa por políticas de prevención y por fortalecer la «mano izquierda» (educación, cultura, protección social, etc.). Y es que está más que demostrado que apostar por el endurecimiento de penas llena cárceles, pero no reduce delitos. Por el contrario, quien apuesta por políticas de «mano izquierda» reduce criminalidad y cierra cárceles por falta de reclusos, como ya ocurre en Holanda.

Ya, muy bonito, pero, y entonces ¿cómo protegemos a la sociedad de violadores o asesinos en serie? ¿Qué hacemos con ese tipo de criminales? Se nos dirá; a lo que respondo afirmando que la venganza no es una solución y que ya es hora de generalizar los mecanismos de justicia alternativa (algo admitido para delitos leves).

Quienes conocemos la cárcel sabemos que esta no arregla absolutamente nada. Es imposible reinsertar o reeducar a nadie en una trituradora de personas pobres, así que carece de sentido que ese sea el elemento central de una pena dirigida a tal fin. El internamiento puede ser necesario, pero desde luego no en los centros actuales ni por el tiempo que se propone, que no hace sino causar daños irreparables en la salud del reo.

Para finalizar, decir que tengo muy claro que el horizonte debe ser una sociedad sin cárceles. Puede parecer utópico, pero precisamente para eso sirve la utopía, para avanzar. Y es que como decía Kropotkin: «No es posible mejorar una prisión. Salvo algunas pequeñas mejoras sin importancia, no hay absolutamente nada que hacer sino demolerlas». Así espero que se haga en la Euskal Herria del futuro.

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