Que no nos pueda la nostagia y la melancolía
Han pasado 40 años desde la matanza de 5 obreros en 1976, en Gasteiz, por la policía franquista. Desde entonces, año tras año, algunos sindicatos y movimientos sociales, hemos conmemorado esta fecha, no solo por lo que representa su épica de un momento crucial de nuestra historia contemporánea de la lucha obrera por la libertad de organización y la consecución de unas condiciones dignas de empleo, sino por lo que nos aportaba para seguir peleando en el presente contra la patronal y el capital.
Sin embargo, echando la vista atrás, quienes escribimos esta tribuna, con cuarenta años más a cuestas, tenemos la sensación de que en conmemoraciones como esta nos suele embargar la nostalgia y la melancolía. Para decirlo en una frase bellísima y muy acertada de Manuel Vázquez Montalbán, es como si pensáramos que contra Franco vivíamos mejor. Tendemos a idealizar circunstancias que acompañaban a aquellas luchas obreras y populares de entonces y a querer extrapolarlas al presente.
Hoy contamos con libertades sindicales y políticas de las que entonces carecíamos. Ello nos permite un grado de actividad en los campos institucionales y sindicales, además, por supuesto, del terreno siempre preferido por ESK, el de la calle, del que hace cuarenta años carecíamos. Esto nos permite que nuestras energías se concentren mucho más en los objetivos que reivindicamos. La responsabilidad de alcanzar dichos objetivos nos implica mucho más ahora que entonces, porque ya no tenemos que sortear permanente la represión.
Nuestros problemas, ahora, son de otro tipo. El sectarismo de antaño que era el pan nuestro de cada día de las débiles organizaciones con las que contábamos, estaba dominado por factores llamémosles, sin ninguna intención peyorativa, adolescentes. Cada organización, exagerábamos la vertiente ideológica en todo lo que hacíamos, porque creíamos que ello nos identificaba de verdad y siempre queríamos brillar más que las otras cuando lográbamos colaborar unitariamente.
Ahora, la división sindical está tan enraizada y dominada por los intereses propios de cada organización, que cuesta mucho, sobre todo en determinados sindicatos, descubrir en qué medida, dichos sindicatos se mueven en interés del mundo de la gente trabajadora y sus condiciones de empleo o en interés de la propia organización.
Antes, contábamos con una base estructural formada por la gente trabajadora, mucho más homogénea que ahora y, también, más combativa, porque se sentía a falta de libertad y muy explotada en sus condiciones de trabajo y en su vida cotidiana. Hoy estamos penetrados hasta los tuétanos por el individualismo, el consumismo y una ingente diversidad de circunstancias laborales y vitales.
Y no hablemos ya de los cambios económicos y tecnológicos que han trasformado nuestro mundo y nuestras vidas, desde las actividades más cotidianas que ya casi no se pueden desempeñar sin estar permanentemente en conexión con Internet y los móviles, hasta las esferas institucionales, donde el valor de la política ha llegado a perder su puesto que ha sido ocupado por el mercado globalizado, controlado por un feroz neoliberalismo que gestiona el capitalismo actual.
El capital y sus acolitos (las organizaciones políticas y sindicales que colaboran con él) nos dicen que, la alternativa de la resistencia, la rebeldía y la lucha, han pasado a mejor vida, que en este mundo tan complejo, ya no tiene cabida.
Esta inmensa mentira está siendo denunciada en la práctica por cada vez más personas. En todos los confines de nuestro planeta. Por multitud de gentes y colectivos de lo más diversos. Que defienden todo tipo de derechos, desde el derecho a su tierra y a un medioambiente más sano, hasta la igualdad de las mujeres, pasando por sus culturas ancestrales, etc. Nuestra desgracia es que, justo en el terreno en el que nos movemos el sindicalismo occidental, a pesar de la ofensiva salvaje que venimos padeciendo desde que surgió la crisis en 2008, que ha conseguido acabar con una parte de los derechos laborales conquistados desde hace muchas décadas, es donde menos actividad estamos demostrando.
Y volviendo a Euskal Herria, si somos sinceros, tenemos que decir que el problema lo tenemos dentro de nuestra casa. El déficit del sindicalismo y los movimientos sociales, ocupa, desde nuestro punto de vista, el primer lugar de la lista de problemas que tenemos que resolver. En la actualidad combatir el precariado, la nueva condición laboral y existencial a la que nos quiere esclavizar el capital y sus mercados, ofrece un campo de trabajo obligado e inmejorable. Porque la realidad del precariado extiende sus tentáculos a todos los ámbitos donde se mueve el día a día de más del 90% de la población.
Los sindicatos combativos, a los cuarenta años de la matanza obrera de Gasteiz, del 3 de marzo de 1976, tenemos que reconocer con humildad, que las condiciones para vencer nuestra nostalgia y nuestra melancolía, están dadas. Tenemos materia prima suficiente para seguir en la lucha, tenemos una coyuntura política idónea como no se producía en décadas, tenemos alianzas en los movimientos sociales de los que, a pesar de su debilidad podemos aprender muchas cosas y tenemos, por fin, una experiencia de trabajo en común que ha dado bastante de sí en el pasado, aunque ahora no atreviese sus mejores momentos. No desperdiciemos estos puntos fuertes poniendo por delante los intereses estrechos de cada organización.