Joan Llopis Torres

Ramon Obiol Reverte y Leopoldo M. Panero

¿O sabrá el poeta otros extremos, de mares enormes, confusos, donde no se ve el horizonte? ¿Sabrá que todos los buenos marineros y él entre los poetas pasan los temporales en la taberna?

Después de todo, una metáfora es un paralelismo: Más allá del espejismo se encuentran el agua que calma la sed, las palmeras que dan sombra y las tribus trashumantes de todos los desiertos con sus ganados. Hablan a través de teléfonos militares de campaña mientras persisten en sus tradiciones llenas de rezos y sacrificios, sólo comparables al sufrir de un poeta. Dos líneas supuestamente hermanas, acercadas miserablemente unas veces por la obviedad; contrastando otras la imaginación del poeta sugerente y colorida, con la realidad. No tiene nada que ver que en ingushio, Ingushia signifique pueblo, y que en checheno, Chechenia signifique pueblo: Ingushia no es Chechenia. No son los desiertos africanos y también lo son, sino todos los desiertos de todos los pueblos supervivientes reales y ficticios con nombres diferentes y con todos los sufrimientos, sólo en el amor hay rendición y liberación a la vez, de la misma manera que no hay supervivencia sin sangre, sin luchar por cada palmo de arena y sin mártires.

Otros pintan acuarelas sencillas de arenas doradas y un mar azul bajo un cielo deslumbrado por un brillante sol surcado por una gaviota, con un pequeño velero frente a la línea del horizonte. En la playa siempre se ve aunque sin muchos trazos una ineludible figura. Los acuarelistas ignoran las playas desiertas sólo sabidas como contrabandistas por los poetas y los amantes.

Sea un hombre que ha entrado en las horas calurosas del día, buscando un respiro en unos almacenes con aire acondicionado y cafetería en una de sus plantas, «Oh sí, por favor, puede usted coger el ascensor si quiere»'; o puede que sólo le interese ganar tiempo mientras espera una amante ocasional o un amor para siempre.

U otro que sin abrigo, de espaldas a un viento helado que hiere, se dirige por el descampado lleno de chatarra y de piezas de maquinaria desguazada oxidadas más allá de los terraplenes y de las vías en desuso, sin saber si está huyendo, de qué huye, o sólo quiere llegar a algún lugar habitable y poder descansar, y si acaso, morir.

Es ineludible en los tiempos en que se cumplen las maldiciones y no se separan las aguas del mar que niega el camino a alguna esperanza, ni mucho menos a algún becerro de oro inexistente, mientras el pan de nuestros días ya ni siquiera nos recuerda el pan, ni se cumplen las promesas de bajar el precio de la sal, ya olvidadas las promesas, admirar a las personas que por encima de un poder arbitrario, caprichoso y cruel que recuerda al Antiguo Testamento, como es el poder de los prejuicios, escriben sobre sus sentimientos y, más sublime y más valiente aún, su poética es amorosa y escriben verso a verso sobre el amor. No sobre las guerras de los países caucásicos, sino sobre sus propios conflictos si lo son, o sobre su amor íntimo, si lo es. Estos poetas de excepción, son los únicos que saben que los prejuicios son el refugio de los cobardes y de los que se creen capaces de hacer crítica de poesía siendo incapaces de escribir un solitario verso y sólo pintar gaviotas. Sobre estos poetas, es obligado mantener un respetuoso silencio y hablar al mismo tiempo como si estuviéramos ante una zarza ardiendo, y claro, leerlos.

¿O sabrá el poeta otros extremos, de mares enormes, confusos, donde no se ve el horizonte? ¿Sabrá que todos los buenos marineros y él entre los poetas pasan los temporales en la taberna? 
Más allá del horizonte de las acuarelas se encuentran otros poetas y quizás los mismos: los Leopoldo María Panero (con «María» para diferenciarlo con insistencia de su padre, aquel poeta del Régimen), poeta maldito, personaje de "El desencanto de los Panero": «Voz en flor, aroma inusitado de la espada, ruinas que dan lugar a una flor». Dice el poeta iruindarra Alfredo Rodríguez que «La creación poética ha de ser siempre una revolución permanente».

Y sin embargo, juzgar a un poeta, a menos que sea sobre su cadáver o ante su estatua, es quimera sabiendo que en todos los juicios sin excepción el único culpable es el juez, y sabiendo lo que se sufre, uno tras otro, como en la libertad de los pueblos, en cada verso.

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