Julio Urdin Elizaga
Escritor

Reencuentro con la materia

La materia en este sentido, es el a-fuera que constitutivamente hace posible existencia y no-existencia.

Que tienen en común una rata, un guante, el polen del roble y un tapón de botella formando una extraña composición a la altura de una alcantarilla en una ciudad norteamericana, y a la cual la filósofa Jane Bennett les adjudica tener vida propia, con ella misma, representante individual de la humanidad en su propia condición de existente. La respuesta no es otra que la del factor compartido de la «materia». Todos y cada uno de dichos «entes» cuentan, en la tesis por ella defendida, del «poder-cosa» latente en diferentes grados o condiciones de vitalidad. Al fin y al cabo, nos dirá, «el poder humano es él mismo una especie de poder-cosa», puesto que «es fácil reconocer que los humanos están compuestos de diversas partes materiales (la mineralidad de sus huesos, o el metal de nuestra sangre, o la electricidad de nuestras neuronas)». Aunque si bien, participando de un cierto distanciamiento puesto que tal y como afirmara con alguna antelación el también filósofo George Santayana, «sería insensato pedirle discernimiento a una piedra».

A tener muy en cuenta, no obstante, la distinción que dicha autora realiza entre cosa y objeto tomada de W.J.T. Mitchell, puesto que «los objetos son el modo en que las cosas se aparecen ante un sujeto –es decir, con un nombre, una identidad, una gestalt o patrón estereotípico […]-. Las cosas, por otra parte, […] [señalan] el momento en el que el objeto se convierte en el Otro, en el que la lata de sardinas mira hacia atrás, en el que el ídolo mudo habla, en el que el sujeto experimenta el objeto como extraño y siente la necesidad de lo que Foucault llama una «metafísica del objeto» o, más exactamente, una metafísica de esa profundidad nunca objetivable desde la que el objeto llega hasta nuestro superficial conocimiento». Pero nosotros, a decir verdad, no nos vemos, y dudo que alguna vez lo hayamos hecho ni lo vayamos a hacer, como un objeto más entre estas otras cosas que rodean, sirven y, en ocasiones, amenazan nuestra existencia. Hoy, tal vez, más que nunca.

Al objeto lo he buscado en el conocido fenómeno kitsch que trata fundamentalmente de la función de la cosa estética ideada para amabilizar nuestras vidas; en el utilitarismo ideológico en general aspirando a la pretensión de que nos sirva; y en la ambición bélica con su calculada probabilidad de destrucción armamentística que tal vez pueda afectarnos discriminatoria e indiscriminadamente. La materia en este sentido, es el a-fuera que constitutivamente hace posible existencia y no-existencia. Y desde este conglomerado de exterioridades consigue singularizarnos como diferentes de lo demás mediante la pertinente observación y consecuente extrañamiento. Ser «eres» con la dotación mental, cerebración, dícese ahora, suficiente como para crear una conciencia de las cosas que derive en espiritualidad.

En tal sentido, Santayana describiera en gradiente declinar la realidad del espíritu como esa «vida que mira por la ventana; [tras] haberse hecho el trabajo de la casa, que se hace mejor con máquinas». Visión antropocéntrica del domus y consiguiente dominio que habremos de arrastrar sin ningún tipo de remordimiento ni cura de humildad, conforme avanzamos del hogar al territorio compuesto de otras muchas materias con que tratar su progresiva conquista y colonización. Inicio de tratados, tratantes y tratamientos para nuestro sustento; el trato implica necesariamente la relación con una otredad, puesto que para todo intercambio se hace imprescindible un interlocutor.

Lo que a todas luces necesita, por ejemplo, la estrategia de un Putin que ha destruido todo puente de diálogo camuflando su élan imperial, congregado alrededor de un poder-objeto atómico, en nuclear cosa del nacionalismo rusófilo. Tal vez sea, por aquella también muy rusa ley química, enunciada por Mijail Lomonósov, en 1748, de que la materia no se destruye, sino que se transforma –vulgarmente dicha– (puesto que la masa puede transformarse en el espacio, o bien, en asociación con otros elementos, cambiar de forma, viniendo a implicar el que no pueda crearse ni destruirse, excepción hecha de los procesos nucleares devenidos con posterioridad). En todo caso  consecuencia de un congregacional agenciamiento del Shi, en la terminología apropiada por la filósofa norteamericana Bennett de la tradición china, «originalmente empleada en el vocabulario  de la estrategia militar […] para describir a un buen general que debe ser capaz de leer, y luego [manejarla en] una configuración de talantes, vientos, tendencias históricas y armamentos [puesto que] shi designa la fuerza dinámica que emana de una configuración espacio-temporal antes que de cualquier elemento particular dentro de ella». Es decir, todo un proceso.

Me ha extrañado no ver mencionado  hasta su último capítulo en el ensayo de Bennett, "Materia vibrante", al filósofo y matemático Alfred North Whitehead, autor de "Proceso y realidad" (en el cual se menciona frecuentemente al filósofo George Santayana; especialmente su ensayo Escepticismo y fe animal); sorprendiéndome gratamente la insistente referencia a un autor  alemán Hans Driesch, biólogo antes que filósofo, del que cuento casualmente con una introducción a la Metafísica que en su día me sirviera de moderna lectura de iniciación a la misma. También lo hace con los franceses Bergson, Merleau-Ponty, Deleuze, Guattari, Derrida y Latour. Todas ellas son lecturas, en cierta medida compartidas, aunque sin lugar a dudas no participadas, con toda seguridad, al menos por mi parte, en el mismo grado de comprensión. Y reflexionando sobre ello, me he dado cuenta hasta qué punto una cosa como es el objeto libro también forma parte de un universo más amplio, estando rodeado de todos los elementos que son innecesarios para esa biblioteca que hace visible la invisibilidad del pensamiento humano en este objeto primordial para el entendimiento ilustrado de una idea de lo, hasta cierto punto, comprensible y racional. Materia, en todo caso, de una próxima reflexión. Me da a la nariz, no obstante, que todo este esfuerzo por dar vida a la materia, animarla, desde las filosofías del materialismo tiene algo que ver con la trasnochada visión del mundo de las «esencias» que conformaran aquellos no menos míticos reinos del Ser en Santayana, si no fuera porque este filósofo, en línea con este materialismo vital de Bennett, dejara bien claro el que: «Las esencias son insustanciales: la psique, o la materia en otra parte, es la sustancia que labora. […] Así, los acontecimientos que tienen lugar en la naturaleza o en el discurso son todos generados materialmente».

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