Oscar Vergara Gorriz y Bittor Abarzuza Fontellas

Reparto: empleo, riqueza, tareas, poder

A través de cuestiones como la de la renta garantizada, los economistas capitalistas y sus ideólogos nos hacen cuestionarnos nuestras necesidades básicas, mientras que las herencias millonarias (fruto de una historia de desigualdades) y los sueldos abultados no solo no se cuestionan sino que se justifican.

De un tiempo a esta parte se está hablando del reparto del trabajo bajo un discurso que, a nuestro modo de ver, nos crea grandes dudas sobre su verdadera viabilidad. Un discurso que nos resulta en cierta medida conocido y que nos lleva a la socialdemocracia inútil y engrasada en el capitalismo llamado «de rostro humano». Un capitalismo en transición que parece necesitar cooptar, en su nueva crisis, elementos humanistas para vender más capitalismo.

En ese discurso, el reparto de empleo se diferencia del reparto de la riqueza, a la que se deja un poco aparte, como en un stand-by sin fecha de inicio. En nuestra opinión, mientras los sueldos multimillonarios de las listas Forbes y las grandes fortunas históricas no bajen hacia abajo, la reducción de la jornada de unos pocos trabajadores, a los que de paso se les constriñe el sueldo, tendrá poco empuje y sólo servirá para una reducción marginal de sectores ya de por sí privilegiados con respecto a otros sectores (los funcionarios, por ejemplo, cuyas condiciones mejores debían extenderse a todos los demás, dicho sea de paso). La gran masa obrera no parece ir, sin embargo, por el mismo camino al no contar con unas condiciones iguales. Pero no sólo los sueldos hipermillonarios deberían ser cuestionados, sino todos aquellos que fijan la estructura desigual de la sociedad de clases. Para nosotros, el reparto de los sueldos del propio Gobierno y las instituciones en Navarra ha sido decepcionante, poco ejemplar y se aleja del modelo de coherencia de un ex presidente de Uruguay, Pepe Mújica, u otros similares. No decimos que no haga falta un refuerzo de la asesoría Jurídica de la Mancomunidad de la Comarca de Pamplona, por ejemplo; pero si seguimos con sueldazos justificados por «derechos adquiridos» como dijo aquel, mejor será enterrar a Marx en un renovado congreso socialborbónico.

A través de cuestiones como la de la renta garantizada, los economistas capitalistas y sus ideólogos nos hacen cuestionarnos nuestras necesidades básicas, mientras que las herencias millonarias (fruto de una historia de desigualdades) y los sueldos abultados no solo no se cuestionan sino que se justifican. Estando los alquileres más económicos entre los 450-550 euros, decir como dice el consejero Laparra que la renta base foral de 600 euros es lo más de lo más en el Estado, nos parece bastante engañoso. ¿Se puede vivir con 250 euros? Menos asistencialismo de otros tiempos y más reparto. Y no se trata de repartir la pobreza, sino el trabajo, el empleo-riqueza. Es bastante significativo que en un tema crucial como este de la renta básica, el Gobierno de Navarra no haya dispuesto un proceso participativo; manera cómoda de elaborar sus cuentas según su modelo de clase, sin confrontación alguna. No somos números, somos personas. Cuestiones tales como la de obligar a los perceptores de la RIS a trabajar o formarse en donde a los gobiernos y al capital les vengan en gana, sin tener en cuenta los itinerarios laborales y formativos de los trabajadores, nos retrotrae a sistemas de servidumbre forzosa asimilables a la mili laboral; al régimen de ETT instaurado por CEN-UPN-UGT-CCOO que queríamos cambiar. O, de la misma manera, camuflar las cifras de empleo clasificando a desempleados que se forman como trabajadores en formación, que, para colmo, trabajan pero no reciben un salario en condiciones. Si lo reciben. Caso parecido al del reciente curso de bioconstrucción gestionado por el Servicio Navarro de Empleo y CENIFER, centro promovido por el Gobierno de Navarra, donde los parados y paradas a la postre no han recibido sino 8 euros en gasolina por todo, a pesar de haber realizado un trabajo impresionante. Todo ello forma parte, en nuestro parecer, de un régimen de precarización obligatoria, supuestamente pasado y que, insistimos, queríamos cambiar. Y otro tanto se podía hablar de la contratación temporal en la administración en Cultura, donde el trabajador no tiene opciones. Ya, tener que cobrar la RIS a través de bancos desahuciadores es del todo humillante y darle el dinero de la RIS a las empresas para que se ahorren en salario y seguridad social, más de lo mismo. Salvar el capitalismo.

Al fin y al cabo siguen siendo las élites quienes dicen qué, cuándo, cómo y quién. Y las clases medias, tan a gustito en el renovado régimen, amén. Desgajar el reparto de la riqueza del reparto del empleo es creer, a nuestro modo de ver inocentemente, que estas élites (los Ayerdi & Cía del TAV) ceden y donan pacíficamente y por convencimiento propio. Para no despistar con un proceso tipo socialdemócrata (que parece nos engulle a todos) habría que hablar de transformación y no de «cambio», que según la presidenta Uxue Barcos era «profundo». Nada más lejos de la realidad: se acomodó un sistema retributivo institucional según las necesidades monetarias exclusivas de los partidos y sus intereses y según las blancas justificaciones morales de cada cual, pero en realidad lo que se hizo es fijar y bien fijar el modelo de clases de un sistema bajo control de la alta burguesía territorial. Retomemos, pues, la transformación y no los cambios de imagen.

Otra cuestión de la que se habla menos es la del reparto de tareas. Aprendamos del feminismo en relación a la economía real de los cuidados y las tareas domésticas. Al igual, digamos, que nadie quiere fregar en casa y «todo el mundo» prefiere hacer la comida (es más creativo); está claro que hay que fregar y alguien tiene que hacerlo. Así que la solución pasa por la rotatividad: un día fregó yo y otro día tú. Y lo mismo con todo, dado que hay trabajos «de mierda» (perdón por el etnografismo de fábrica) que nadie quiere hacer. Y no porque, como justifican los sociólogos del sistema, sea propio de la pereza obrera, sino porque simplemente son unos trabajos de m.: trabajos en cadena, limpiar chapapote químico en secciones de pintura, el peligro de inhalación de gases químicos, limpiar el culo a los enfermos, los váteres, desratizar, la mina… Son el tipo de tareas que en los sistemas de valoración de puestos de trabajo y retribuciones, los especialistas en recursos humanos del capitalismo consideran fáciles, mecánicas, de poco valor añadido, para las que no se necesita apenas formación; en definitiva, sin prestigio social, frente a los muy valorados trabajos de médicos, profesores de universidad, empresarios, ingenieros, futbolistas o arquitectos. Pues, si son tan fáciles: que se reparta un poco de lumbalgia, escoliosis, silicosis, epicondilitis, condromalacias, asbestosis y mesoteliomas del amianto o los diversos cánceres por productos teratógenos etc. De esta manera y como rezaba el eslogan feminista: «si los hombres parieran, el aborto sería ilegal»; si se repartieran las tareas penosas y degradantes, los sociólogos burgueses, que nos dicen que esos trabajos los cogen los inmigrantes (como diciendo: ¡no veis que morro tienen los locales!), escondiendo lo muy mal pagados y en qué malas condiciones los ponen los empresarios; pues bien, si los expertos capitalistas trabajarán en esos trabajos, nos hablarían de inhumanidad y abolición de estas tareas. Claro, eso lo dice el gerente cuando necesita justificar una nueva automatización y el despido sin miramientos de obreros. El reparto de tareas, evidentemente, tiene implicaciones organizacionales y supone un acceso universal al conocimiento; no el sistema clasista de migajas de la universidad «pública» actual. En un escenario hipotético en el que todo el mundo tuviera sus títulos y satisfecho su deseo de trabajar en lo que le gusta, parece obvio que los trabajos de m. quedarían «vacantes» y habría que turnarse; pues hacerlos, alguien tiene que hacerlos. Que no sean los de siempre, a los que de tapadillo, se les bombardea con el mensaje «no servís más que para darle a un botón» (hablamos de la servidumbre de la automoción en Navarra y las diversas maneras en las que se le pone alfombra).

Todo lo cual, conlleva una paralela política para la igualdad, no solamente de género (a pesar de la evidente feminización de la precariedad) sino una política de desaparición de las clases sociales, de la que los partidos de izquierdas callan. Como en los Estados Unidos del feminismo corporativo de Hillary Clinton, ya no vale sólo el «techo de cristal», sino salir del «suelo pegajoso» de todos y todas. Techo de cristal, ¿no se ha convertido en un concepto tipo ideologema de clase? Curiosamente el segundo concepto nos es desconocido a la masa obrera gracias a la maquinaria mediática burguesa de Tele 5 & Cía.

Estos repartos suponen reparto del poder. Los poderes unipersonales con superpoderes y competencias divinas justifican sus sueldazos en nombre de la responsabilidad. Una entelequia ficticia de la ideología de clase. De lo que se trata es de repartir el poder y la responsabilidad social sobre el bien común, es decir, de fomentar el trabajo en equipo, cogestionario o autogestionario, por encima del régimen caudillista del sistema individualista burgués (lo llaman liderazgo, competitividad y toda la serie monótona y repetitiva del glosario ad nauseam de la globalización). Como mucho, la institucionalización de poderes colegiados; pero no de presidentes, ministros y jefes con responsabilidad suprema y supremacista. Lo que supone una democracia participativa a muchos niveles, con capacidad y poder para la gestión de la economía política. Esto es que, inicialmente, en un sistema de remuneraciones, todo el mundo debería tener tiempo para la política; permisos y licencias remunerados por asuntos de participación comunitaria. O todo el mundo debería tenerlo y no cobrar, entendiendo la equiparación de los sueldos de los políticos a los sueldos de funcionarios corrientes como otro tipo de bien social.

El reparto del empleo, la riqueza, las tareas y el poder no es una solución que parezca poder establecerse de forma fragmentaria o a salto de mata; es, a nuestro modo de ver, un modelo que entiende el sistema capitalista de clases como una dinámica interconectada. Ya propusimos a los compañeros y compañeras en los 80 y 90 la reducción de jornada y sueldo cuando empezó lo de las 35 horas, y la gente más consciente nos espetó: ¡y sus sueldazos!, ¿¡cuando se reducen!? Nuestra propuesta resultó patética. No volvamos a caer en el mismo error. Introducir medidas de reducción de jornada en los convenios sin introducir medidas de reparto de la riqueza y achatamiento de las retribuciones hacia abajo, no deja de ser una medida unilateral que carga, una vez más, sobre la buena voluntad de los trabajadores y trabajadoras.

Ya se ha dicho alguna vez: la izquierda, cuando llega al poder, cree que ganará votantes moderándose y acercándose a la derecha; cuando en realidad lo que acaba haciendo es política de derechas. Es lo que les pasa a Sánchez & Cía, que el aviso del lobo se repitió tantas veces que ya es poco creíble todo lo que dicen. El traje invisible del rey no existe.

Buscar