Maitena Monroy
Profesora de autodefensa feminista

Salir de la violencia

En los últimos años vivimos unos 25N con declaraciones institucionales, mensajes y artículos que nos invitan a salir de la violencia. ¿A quién? Se supone que a quien esté inmersa en una situación de violencia, como si fuera una piscina a la que saltas sin saber nadar y sales porque alguien te tiende la mano para llegar al bordillo. Una violencia que, pese a ser narrada como algo ajeno, que la sufren las otras y la ejercen los otros, marca nuestra manera de entender el mundo afectivo y sexual, pero también lo público, lo privado y lo íntimo. En ese sentido, me ha parecido interesante la campaña de sensibilización realizada por Emakunde, poniendo el foco sobre el porno como escuela de socialización para la dominación, pero me resulta paradójico que la institución con mayor responsabilidad en las políticas públicas de igualdad no esté liderando, junto a la consejería de Educación, un cambio social y educativo que promueva una coeducación efectiva y una educación afectiva-sexual sin violencia. Ahora que se supone que tenemos una fuerte sensibilización con respecto a la violencia machista sería el momento preciso, ¿no? Sin embargo, parece que institucionalmente se centran más los mensajes en la sensibilización, en los enunciados, que en la actuación.

Sabemos que la mera sensibilización no es suficiente para desarrollar una conciencia crítica que se plasme sobre nuestras prácticas cotidianas. Los datos nos desvelan una realidad paralela a nuestra imagen de sociedad feminista, comprometida con la igualdad. Mientras el sistema y sus algoritmos se dedican a promover la escuela de la crueldad masculina, nosotras nos dedicamos a denunciar los efectos de dichos aprendizajes. Quizás no podamos evitar todas las prácticas que acaban destrozando vidas, pero sí podemos impulsar políticas de igualdad que aporten las claves para entender por qué a alguien le gusta violar a una mujer, compartir el vídeo de esa violación y que en grupos de WhatsApp con mil chavales nadie se altere, ni reaccione sensiblemente ante la violencia machista. O por qué las adolescentes reciben cada vez más acoso y violencia en las redes, en los inicios de sus relaciones sexuales o en la captación abierta para la explotación sexual, sin que parezca que se pueda hacer nada. Al respecto, hay algunos argumentos que plantean que «ellas quieren, les gusta someterse». Decidir o actuar en función de lo que sientes está sobrevalorado. «No podemos luchar contra aquello que sentimos», dicen, validando que cualquier sentimiento por mera existencia es algo aceptable. Es innegable que, si alguien siente algo, describe su propia realidad perceptiva; otra cosa es si ese algo debe ser atendido o validado como razonable. Sabemos que el sistema gasta ingentes recursos económicos y creativos para producir deseo. Por ejemplo, en la alianza capital-patriarcado hay mucha gente que siente placer y/o satisfacción comprando compulsivamente y eso no niega la propuesta imprescindible que desde el ecofeminismo nos interpela para dejar de consumir, de reproducir las lógicas y las prácticas que nos consumen. Es decir, que algo responda a tu deseo, a tu placer, no se corresponde inmediatamente con algo deseable. Digo yo que estaría bien en este ejercicio de salirnos de la violencia dejar de consumir los cuerpos y las vidas de las mujeres. Seguir soñando con una utopía posible, con un sistema público-comunitario de cuidados, con otras narrativas sexuales, con la máxima de nuestro cuerpo como territorio, no como lugar sagrado, sino como espacio de desobediencia al patriarcado, y no con el empoderamiento de inmolación transgresora que te permite mercantilizar con él como si fuera un elemento ajeno a ti misma. Resulta curiosa la señalada atención a lo que nos dice nuestro cuerpo, y luego pedir a algunas que se disocien de esta atención y puedan usar el cuerpo como una mercancía. Me resulta paradójico que tengamos, mayoritariamente, tan claro que hay que abolir el trabajo interno, que sostiene la explotación y esclavitud de miles de mujeres y, en cambio, una parte del feminismo considere, a su vez, que es posible regular la prostitución como trabajo. Los roles de género femenino y la subordinación están estrechamente ligados a los cuidados, a los afectos y a la sexualidad y, a su vez, diferenciados de aquellos que están vinculados con la posibilidad de proyectarse como sujeto de deseo. Cuando te mueves es cuando descubres a qué realidad estabas sujeta y quiénes te sujetaban a ella. Recientemente, una mujer me relataba la incomprensión que había manifestado su pareja ante una práctica sexual que a ella no le gustaba, alegando que «no entendía por qué a ella no le gustaba cuando a todas las mujeres les gusta». Que nadie que me esté leyendo se sitúe en una mujer con un perfil de desempoderamiento, era y es una mujer moderna, que está en un período de fragilidad que le ha permitido poner en cuestión lo que antes ni nombraba. No se acepta aquello que no se ha puesto en cuestión, ahí no hay elección. Para eso debería nombrarse, haber un abanico o, como mínimo, diferentes opciones entre las que elegir. Muchas mujeres son conscientes de las violencias a las que han sido sometidas cuando encuentran espacios donde compartir y cuestionar sus propias vidas. Donde la palabra de los hombres machirulos, aquellos que saben qué nos gusta a las mujeres, a todas las mujeres, no es palabra divina e incuestionable.

Cuando dejas de pensar en la violencia como algo ajeno y se vuelve lo que es, algo próximo, algo que no es de las otras, algo que no ha sido un episodio, entonces puedes descifrar la magnitud y la prevalencia de la misma. La violencia se hace biografía de la que muchas mujeres quisieran escapar, pero de la que no se puede salir mientras haya un sistema que a golpe de visionado permite, entre otras cosas, identificar sexualidad y violencia. Así que tenemos que invitarnos a «salir de la violencia» a todas las personas y dejar de verlo como algo ajeno. Quizás, entonces, podamos estar preparadas para exigir una vida libre de violencias.

Buscar