Iñaki Egaña
Historiador

Secuela de un secuestro

Hace pocos meses se ha cumplido el vigésimo aniversario de la liberación de un secuestrado vasco en Colombia, Asier Huegun. La prensa vasca, española e internacional, le dieron entonces espacio, ya que junto a Huegun, el ELN había arrestado a cuatro israelíes, una alemana y dos ingleses. Realizaban un trekking hacia la Ciudad Perdida, una zona arqueológica en Sierra Nevada de Santa Marta, cerca del Caribe.

Como era de esperar, Tel Aviv quiso poner en funcionamiento su séptimo de caballería para arrasar la selva colombiana, con el apoyo de Washington, mientras que Tony Blair y José María Aznar, que habían firmado junto a Bush el Acuerdo de las Azores para invadir y destruir Iraq, se mostraron sorprendentemente más cautos. El «no a la guerra», llenaba las calles de Inglaterra y España y ambos mandatarios vieron una vía de escape en la negociación para la liberación de sus súbitos. En cambio, lo del canciller alemán Gerhard Schröder, que por cierto había sido objetivo de ETA en Hernani en 2000, fue justo lo contrario.

Para el presidente colombiano, Álvaro Uribe, el secuestro fue una patata caliente. Llevaba un año en el cargo, prometiendo y ejerciendo mano dura, con la expansión incluida de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia, grupos paramilitares) y la ofensiva de la Primera División del Ejército colombiano, dirigido por Mario Montoya, contra las FARC y el ELN, que peinaba la selva de Sierra Nevada, donde se hallaban retenidos los ocho secuestrados. Y el rapto produjo un auténtico vendaval.

La petición del ELN para liberar a los ocho turistas no fue cosa del otro mundo: la revisión por una comisión internacional de los abusos militares y paramilitares sobre el campesinado indígena en la zona en cuestión. Y para ello realizó una petición asombrosa. Que esa comisión estuviera compuesta por tres vascos: Joseba Álvarez (izquierda abertzale), Joseba Egibar (PNV) y Sabin Intxaurraga (EA) y fuera notariada por GARA, EITB y Radio Euskadi. Y que liberaría a Huegun «como gesto de solidaridad con el pueblo que lucha por su soberanía e independencia». Álvaro Uribe la rechazó, arguyendo que no iba a permitir una «injerencia internacional en un asunto interno».

Luego, con las presiones y el contexto exterior, se deshizo y permitió que la Iglesia católica, con Darío Echeverri, un sacerdote de origen vasco, negociara con el ELN a través de dos presos de su organización, Francisco Galán (nombre de guerra de Gerardo Antonio Bermúdez) y Felipe Torres (Carlos Arturo Velandia). Francisco Galán fue excarcelado en medio del proceso, y en la última fase tomaron parte en las conversaciones para la libertad de los siete secuestrados (uno de ellos, Mathew Scott, logró fugarse), Antonio García (nombre de guerra de Eliécer Herlinto Chamorro) y Gabino (Nicolás Rodríguez).

De aquel secuestro, Asier Huegun compiló una joya de libro en forma de diario que vio la luz en 2012: “Kolonbian bahituta. 74 egun ELNren esku”, (Txalaparta). Un trabajo intimista en el que deslizó su asombro inicial y sus diferencias radicales con los israelíes −lo que llevó a que el ELN los dividiera en dos grupos separados, Asier y la alemana Reini Weigel, por uno y el resto por otro−. De hecho, Huegun y Weigel fueron liberados a los 74 días de cautiverio, y los israelíes Beni Daniel, Orpaz Ohayon, Ido Joseph Guy y Erez Altawill, junto al inglés Mark Henderson, a los 101.

El acontecimiento ha retornado a la actualidad por la película que ha realizado Mark Henderson, convertido en cineasta. El título “My Kidnapper” relata la odisea de cuatro de los secuestrados (ni Asier ni dos de los israelíes aceptaron participar en el documental), en el escenario donde ocurrieron los hechos, incluida la cabaña en la que pasaron las primera noches. En YouTube puede verse gratuitamente.

El film adolece, sin embargo, del recorrido en estos últimos años, sobre todo de las consecuencias del acontecimiento. Las microhistorias son absorbidas por las macrohistorias del momento. Y en lugar de una «precuela», el hecho merece una «secuela». Resultó que la batida militar dirigida por Montoya a la búsqueda de los secuestrados dejó decenas de cadáveres por el camino, atribuidos a miembros de las FARC y del ELN. También las AUC, que criticaban la inoperancia militar, hicieron de las suyas. Hoy sabemos, que la mayoría de los muertos no eran guerrilleros, sino «falsos positivos», enterrados de forma exprés en cementerios improvisados. Muchos de los «falsos positivos» corresponden a octubre de 2003, cuando el Ejército colombiano hizo más de 150 allanamientos capturando supuestamente a guerrilleros de las FARC y del ELN.

Francisco Galán y Felipe Torres, que abandonaron el ELN, fueron «recapturados» y encarcelados brevemente en 2020. El sacerdote Darío Echeverri fue nombrado secretario de la Comisión de Conciliación Nacional. Antonio García es en la actualidad comandante máximo del ELN en la clandestinidad y Nicolás Rodríguez, fue portavoz del ELN en las conversaciones de paz desarrolladas en Cuba, donde reside en la actualidad. A «Antonio» y «Camila», los que dirigieron el secuestro sobre el terreno, se los tragó la tierra. Al parecer, marcharon al exilio.

Y, entre las consecuencias relevantes, una de las notorias fue la que le ocurrió a Reini Weigel. Ya cuando su liberación, le acusaron de tener el «Síndrome de Estocolmo», ya que tanto ella como Huegun, habían mostrado empatía. Años más tarde, fue citada judicialmente en Leipzig para pagar el costo del helicóptero que le sacó de la selva. Ganó en primera instancia pero el Gobierno alemán recurrió y finalmente tuvo que pagar más de 12.650 euros. Los argumentos alemanes para cobrarle a Wiegel eran que se había adentrado en una zona de riesgo por su cuenta y que únicamente le imputaban los gastos mínimos que empleó su país en el seguimiento de su rapto. El caso creó jurisprudencia y, al día de hoy, el Gobierno alemán atribuye a sus ciudadanos secuestrados los gastos administrativos por su libertad.

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