Joseba Pérez Suárez

Seguimos esperando

¿Podríamos imaginar a cualquier dirigente de Sortu haciendo bromas con el tamaño de cualquier persona secuestrada sin que se activaran todos los medios para incendiar la opinión pública?

Las revelaciones, por cierto nada sorprendentes, del antiguamente mando intermedio de la administración franquista, devenido, por arte de magia (¡oh, sorpresa!), en demócrata socialista de puño y rosa y finalmente en confeso terrorista, en una deriva posiblemente mucho más acorde con su ideología primigenia, y que responde al nombre de José Barrionuevo, ponen sobre el tapete dos cuestiones en absoluto baladíes, a pesar de que en el Estado español se constituyan en monedas de curso legal desde que el fallecido dictador asumiera la jefatura del mismo mediante cruento levantamiento militar: por un lado, la impunidad y la chulería de quienes hacen mangas y capirotes con las libertades individuales y la dignidad de las personas desde el poder establecido; por el otro, la vergonzosa falta de ética de quienes, obligados a denunciar y perseguir esos comportamientos, aplican distinto rasero cuando el delito les salpica a la cara. Gravísimas tropelías, la inmensa mayoría, todas ellas amparadas por una funesta y franquista Ley de Secretos Oficiales que se perpetuó para seguir escondiendo a la opinión pública toda la pestilente mierda que se oculta bajo las alfombras de los distintos gobiernos que en la España posdictatorial han sido.

«He pasado página, no tengo ningún cargo de conciencia. La sentencia que me condenó fue injusta» (“Vanity Fair”, 10-08-10). Así, sin pan para acompañar la ingesta de su «reflexión», se expresaba el criminal Barrionuevo con la chulería de quien se sabe impune desde su atalaya. Asume ahora que controlaba a esa cuadrilla de policías que se encargó de poner en jaque la vida de un pobre comercial que nada tenía que ver con lo que sus desalmados captores buscaban. Que fue él quien ostentaba el poder para prolongar el secuestro o darlo por finalizado, porque, en el fondo y aunque no lo manifieste, la vida de aquél pobre hombre le importaba entre poco y nada. Cuenta eso y seguramente, tras su cínica sonrisa, esconde mucho más. Y dice que carece de cargo de conciencia. La chulería del matón y la insensibilidad del psicópata en una misma persona. Pura mafia.

Otorgándole una importancia que en otras ocasiones desdeñaría, se apoya en la consideración de «guerra» que para ETA suponía su actividad violenta, para justificar una repuesta que considera de igual calibre. El papa Francisco lo rebate desde su encíclica “Fratelli Tutti”: «cuando hubo injusticias mutuas, cabe reconocer con claridad que pueden no haber tenido la misma gravedad o que no sean comparables. La violencia ejercida desde las estructuras y el poder del Estado no está en el mismo nivel que la violencia de grupos particulares».

Las afectadas poses y solemnes declaraciones de los Eneko Andueza, Denis Itxaso o Idoia Mendia de turno adolecen, por otra parte, de algo fundamental: la exigencia de posicionamiento claro y oficial, sobre todas estas cuestiones, a la cúpula directiva del partido al que pertenecen y el cuestionamiento, si este no se produjera, de su propia militancia en una formación política que sigue haciendo mutis, a fecha de hoy, sobre asuntos más propios del más abyecto de los regímenes políticos que del que se pavonea como referente democrático. La sinceridad de su postura requiere pasar ese cedazo.

Ante el ensordecedor silencio en los últimos días, de todos, socialistas y populares, quienes intervinieron en la organización, desarrollo, ocultamiento a la acción de la Justicia o definitiva exculpación de los autores de tan execrables crímenes, financiados todos estos, no se olvide, con los impuestos de toda la ciudadanía, con los que, por si poco fuera, algunos se permitieron engordar sus propios peculios particulares, seguimos esperando un pronunciamiento, creíble y sincero, de esa condena tan irrenunciable en otros casos, una asunción de responsabilidades, una petición de perdón a la ciudadanía de la que se dicen sirvientes y una colaboración para el esclarecimiento de los crímenes cometidos y ocultados a la larga mano de esa Justicia que se representa con los ojos vendados y que en el Estado español se ha preferido siempre interpretarla como ciega para todo aquello que interese a quien gobierna. Tal cual, por otra parte y en justa correspondencia, como se viene exigiendo a la izquierda abertzale desde tiempo inmemorial. ¿No es así? ¿O podríamos imaginar a cualquier dirigente de Sortu haciendo bromas con el tamaño de cualquier persona secuestrada y la dificultad de «acomodarla» en el maletero de un coche sin que se activaran todos los medios para incendiar la opinión pública? ¿Acaso si el autor de esas revelaciones cambiara el apellido Barrionuevo por el de Otegi, imaginemos, las reacciones políticas, mediáticas y hasta judiciales hubieran sido del mismo calibre que el manto de silencio con el que se cubren las del criminal almeriense? El terrorismo de Estado, mal que nos pese, sigue gozando, a fecha de hoy, de impunidad absoluta en el Estado Español y, lo que es peor, con la aquiescencia de un alto porcentaje de su ciudadanía. Es lo que hay.

Recurro de nuevo al papa Francisco: «no es posible decretar una reconciliación general pretendiendo cerrar por decreto las heridas o cubrir las injusticias con un manto de olvido». Somos legión quienes seguimos esperando a saber toda la verdad sobre los GAL.

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