Josu Iraeta
Escritor

Señor trabajador

No es frecuente que yo lea atentamente artículos de prensa −no importa el autor−, ya que normalmente me limito a saltar de un párrafo a otro, tratando de extraer el «jugo» con poco esfuerzo.

Uno de los pocos que últimamente me he «tragado» entero, es uno publicado en zuzeu.eus, el artículo en cuestión, es una reflexión, una realidad que he analizado en varias ocasiones.

El artículo en cuestión nos dice que, es cierto que un importante sector de nuestra sociedad, con formación suficiente para observar, analizar y llegar a conclusiones certeras de la situación, de lo que está ocurriendo y lo que se presume puede llegar, parece estar levitando. Ajeno a su entorno, a la sociedad de la que es parte importante.

Sinceramente, tengo la esperanza –no la convicción− de que se sumen, de que dejen de ser espectadores en el naufragio general de valores en el que nos vemos sumidos desde hace mucho, muchísimo tiempo.

Hoy, ante el evidente desmantelamiento gradual del poder del Estado y de sus instituciones socio-sindicales, fruto inequívoco de la cruel y victoriosa ofensiva del «mercado» y la especulación financiera incontrolada e incontrolable, opino que nos están llevando −sin muchas sutilezas− a una situación que bien pudiera considerarse, próxima a la «década de los setenta» del pasado siglo.

No podemos negarlo, somos parte de un universo entregado al credo intangible del enriquecimiento, la competitividad y la satisfacción individual.

Esto que nos ofrecen, hace imprescindible el mayor desarrollo de las posibilidades «creadoras» del poder financiero, tecnológico e industrial de las élites. Lo que supone desembarazarse de las trabas del proteccionismo, del costo insoportable de los programas de ayuda social, y de las leyes «caducas» respecto a la seguridad del empleo.

Volviendo a las diversas élites que componen el famoso y repugnante «mercado» continúan afirmando que para crear nuevo empleo hay que liberalizar más la actual regulación del mismo, favorecer la competitividad de la industria mediante el libre despido, los contratos laborales por horas −incluso dos diarias− la deslocalización y el flujo de capitales sin restricciones.

Ya lo ven, una gran parte de la sociedad deberá analizar si su nivel de vida es el que «le corresponde». Una vez más nos encontramos ante la necesidad de ofrendar el modesto status social adquirido durante muchos años de lucha y trabajo, observando cómo las generaciones de vascos con mayor cualificación académica de nuestra historia, son abandonados en un «limbo» que conduce a un futuro más negro que oscuro.

Soy consciente de que la salida debe ser muy estructurada y que un sector de la sociedad, por importante que fuera su peso específico, no será determinante, pero, el acojonamiento y silencio de numerosos intelectuales ante esta sucesión de verdaderas catástrofes sociales, unido a su incapacidad de analizarlas sin recurrir a esquemas simplistas que apestan a pesebre, son –en mi opinión– no solo denunciables, creo que algo más merecen. No debiera extrañar pues, que esta actitud pasota y vergonzante sea recibida con aplauso en el ámbito intelectual de la derecha, sea esta, vasca o española.

Lamento decirlo, pero, creo firmemente en la depredación –uniformemente acelerada– y el envilecimiento de una parte de esta sociedad sin criterios. Tampoco quiero olvidar que el refugio en la ética individual no es suficiente. No es suficiente porque no permite «por sí solo» la elaboración de una estrategia articulada de resistencia y enfrentamiento, ante el futuro decadente que se aproxima.

Están consiguiendo que vayamos licuando la realidad y la noción de lo que es trascendente de nuestro propio horizonte como personas, como individuos. Nos alejan del progreso y la utopía puramente humanos.

Esto viene de lejos, no es fruto de un día, tampoco de una ni dos legislaturas, de uno u otro gobierno, desgraciadamente es mucho más profundo. Se está dando una metamorfosis escalonada de la sociedad en el Estado español, incluidos nosotros, los vascos.

Porque a pesar de cómo vendemos las bondades de nuestro tejido industrial, las nuevas tecnologías que se emplean y de la buena formación técnica de nuestra juventud, parte de la cual −hoy− está probando el clima del norte de Europa, no podemos negar que somos parte de los países pobres.

Pobres sí, pero integrados en el nuevo circuito de distribución de bienes y capitales, víctimas directas, con muchos miles de familias en situación precaria y un creciente sector de indignados ciudadanos socialmente desprotegido.

El sistema se defiende, es por eso que se aproxima «otra» e inevitable campaña electoral y el método no varía, vuelven a utilizar EITB de manera permanente e indecorosa, introduciendo el miedo como arma política, ante una sociedad que observa con incredulidad el bombardeo inmisericorde de cifras y datos que «demuestran» la bonanza económica fruto de su gestión.

Es ahí donde estos hábiles vendedores de populismo demagógico son vulnerables. La derecha –sea esta vasca o española− siempre basa su discurso en las bondades de su capacidad de gestión. Ese es el «ropaje» del que hay que despojar a quienes, una y otra vez, «olvidan» lo que han hecho y solicitan el voto para lo que «dicen» querer hacer.

El método no ha variado con el transcurso del tiempo. ¿Recuerdan a un laureado y poco escrupuloso ingeniero inmigrante llamado José Ignacio López de Arriortua y su célebre «señor trabajador»?

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