Mikel Razkin Fraile
Sociólogo

Sobre el debate de la posesión de armas en los EEUU: más allá del dilema del prisionero

Soy de la opinión de que poco a poco algo está cambiado en la sociedad norteamericana para que de una vez por todas esta circunstancia se ponga en tela de juicio. Resulta complicado bajo nuestra forma de entender las cosas que sea más fácil conseguir un rifle en una armería que una caja de medicamentos en una farmacia o comprar una pistola con 18 años pero no consumir una cerveza en un bar.

La semana pasada volvió a ponerse sobre la mesa el debate de la posesión de armas en los Estados Unidos. Es algo cíclico, algo que sucede cada determinado tiempo… sólo hay que contar cuántas hojas del calendario caen entre matanza y matanza. La última ha sido en Florida, en la que un alumno expulsado de un instituto de la pequeña localidad Parkland, curiosamente calificada como una de las poblaciones más seguras del país, ha acabado con la vida de 17 personas.

Las manifestaciones políticas, las muestras de repulsa de la ciudadanía, las reflexiones al respecto, los análisis en los medios y el dolor de los afectados generan siempre el mismo intenso e infructuoso debate en los Estados Unidos sobre la necesidad de restringir la posesión de armas  de fuego. Pero el problema viene porque esta tenencia de armas es un derecho que recoge la propia constitución del país de la bandera de las barras y las estrellas. El derecho que tienen sus ciudadanos a portar una pistola es incluso anterior a la época de los cowboys y las diligencias, y para un estadounidense sería impensable que en un futuro cercano cualquier John Wayne pudiera tener problemas para desenfundar su colt.

«Nosotros el Pueblo (We the People)» son las primeras palabras del texto que Benjamin Franklin leyó el 17 de septiembre de 1787 en Philadelphia y que hoy en día es la constitución federal más antigua aún vigente en el planeta (la más antigua es la de San Marino). Y es ahí mismo donde aparece reflejado ese derecho a portar armas, en la famosa Segunda Enmienda, que reza así: «Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas».

Cualquiera con dos dedos de frente podría señalar que allá queda el siglo XVIII, que las condiciones en las que se gestó ese país son completamente diferentes, que la historia es evolución y es necesario que las leyes cambien, porque éstas están hechas para los hombres y no los hombres para ellas… pero no, estaríamos muy pero que muy equivocados. Así, el 28 de junio de 2010 la Corte Suprema de los Estados Unidos sentenció que ninguna ley estatal o local podría restringir el derecho a poseer o portar armas tal y como se reconoce en dicha Segunda Enmienda. Punto.

Aunque las caras de asombro que se nos queda por todas las noticias que nos llegan sobre este tema creo que son infinitamente mayores aquí en Europa que en el propio país en el que suceden estos sanguinolentos acontecimientos, soy de la opinión de que poco a poco algo está cambiado en la sociedad norteamericana para que de una vez por todas esta circunstancia se ponga en tela de juicio. Resulta complicado bajo nuestra forma de entender las cosas que sea más fácil conseguir un rifle en una armería que una caja de medicamentos en una farmacia o comprar una pistola con 18 años pero no consumir una cerveza en un bar. Y todo esto «dentro de los marcos que dicta la más estricta legalidad», porque si nos centramos en el mercado negro, el existente en los Estados Unidos es uno de los más grandes del mundo, porque dentro del hogar donde se desarrolla el liderazgo del capitalismo la oferta y la demanda no pueden faltar a la cita.

Pero si hay que establecer un antes y después, un cierto punto de inflexión en la forma de contemplar el tema de la posesión de armas en EEUU, ese momento fue la matanza de Denver (Colorado). En abril de 1999 un par de jóvenes, antes de suicidarse y sembrar el instituto Columbine de bombas, se liaron a tiros en este centro de educativo de la pequeña localidad de Littleton (Colorado) acabando con la vida de doce compañeros y un profesor. De esa masacre a esta última en Florida han pasado casi veinte años y miles y miles de muertos a manos de sus vecinos. Las mayores precisamente hace realmente poco: en Las Vegas en octubre de 2017 con 58 personas asesinadas y en Orlando en junio de 2016 con 49.

Pero si estas cifras nos parecen estremecedoras, atentos a las siguientes. Los números son escandalosos: En 2014 fueron 12.571 los muertos por armas de fuego, en 2015 la cifra aumentó a 13.500 y en 2016 a 15.079. La fuente de estas cifras es Gun Violence Archive, una asociación que publica periódicamente información relativa a este sangrante asunto. Los guarismos que hablan de los tiroteos con cuatro o más fallecidos en ellos hablan de 274, 333 y 383 casos en 2014, 2015 y 2016 respectivamente; esto es, una masacre al día.

Y una vez visto todo esto –lo que ocurre en el día a día y lo que dice la propia constitución de los Estados Unidos–, ¿los problemas que conllevan la posesión de armas en ese país tienen solución?, ¿es posible frenarlo de alguna forma? Para dar una respuesta a esta cuestión voy a centrarme en la Teoría de Juegos tratando de generar una analogía entre el conocido Dilema del Prisionero y la tenencia de arma en EEUU. Este juego fue diseñado por el matemático A. W. Tucker y su nombre viene del ejemplo que utilizó para ilustrarlo: un fiscal custodia a dos sospechosos de robo y los mantiene aislados el uno del otro, está seguro que han perpetrado el crimen, pero no dispone de pruebas. Habla con ellos por separado (no tienen comunicación entre ellos) y les ofrece un pacto en el que si ninguno de los dos confiesa les acusará de unos delitos menores y recibirán una pequeña condena por falta de pruebas, que si ambos lo hacen la condena será algo mayor, pero que si uno confiesa y el otro no (y ahí se erige el dilema) el colaborador recibirá un trato de favor y sobre el otro caerá todo el peso de la ley. En sí, este planteamiento muestra que el resultado del mismo estará determinado por el hecho de que cada personaje implicado tratará de resolver el dilema no sólo en función de su actitud frente a los hechos, sino frente a la que supone que tendrá su contrario en el propio juego.

Los resultados se describen en la siguiente matriz, siendo la cifra 1 la mejor de las posibilidades para cada uno de ellos y 4 la peor. En cuanto a los resultados que se generan, como he explicado anteriormente, si ambos confesaran serían encarcelados, pero recomendando una condena inferior a la máxima por haberlo reconocido (3). Si ninguno confesara, la Policía continuaría sin tener pruebas, y sólo podrían retenerlos un tiempo en la cárcel (2). Pero si uno lo hiciera y el otro no, el que colaborara tendría un trato indulgente al haber proporcionado pruebas para la acusación (1) mientras que sobre el otro recaería toda la culpa (4).

Dilema del prisionero:

Prisionero A guarda silencio y prisionero B guarda silencio: cada uno 3 meses de prisión (2). Prisionero A guarda silencio y prisionero B habla con la policía: prisionero A cumple 10 años, y prisionero B sale libre (1).
Prisionero A habla con la policía y prisionero B guarda silencio: prisionero A sale libre y prisionero B cumple 10 años (4).
Prisionero A habla con la policía y prisionero B habla con la policía: cada uno 5 años de prisión (3).

El mejor resultado común para ambos sería el 2, en el que ninguno confesara y por ello recibieran una pequeña condena. Pero el resultado final de este juego viene a señalar que, ante el miedo de ambos a que el otro lo haga (puesto que no han podido negociarlo previamente o no existe suficiente confianza entre ellos), el sentido común les empujaría a los dos a colaborar con la Policía con el fin de eludir la pena máxima (4) y así conseguir como peor resultado una condena inferior a ella (mejor 3 que 4). El dilema se encuentra ahí, puesto que en el caso de que uno confesara y el otro no, el primero acabaría libre (1) y el segundo se pudriría en la cárcel (4). Lo curioso es, en este planteamiento, que la colaboración entre ambos sería beneficiosa para el conjunto (2), pero la realidad y las condiciones reinantes les empujan a elegir una opción peor para todos (3) por culpa del miedo y la desconfianza.

Estas puntuaciones se asemejan a las del «Dilema sobre la posesión de armas de fuego en los EEUU». En este caso ocurre exactamente lo mismo que en el anterior. Para ello prácticamente solo hay que cambiar los nombres de los jugadores prisioneros A y B por ciudadanos A y B, así como las circunstancias que acompañan al juego. Como ya se ha señalado con anterioridad, el peor resultado posible sería el 4, siendo el 1 el mejor.

Tratando de buscar la mayor seguridad para uno mismo, ¿qué podría hacer un ciudadano si supiera que su vecino dispone de un arma? La lógica de la búsqueda de la mayor protección posible le llevaría a obtener otra. Recordemos en estos momentos la segunda enmienda: siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas. Este resultado viene dado en la casilla IV y tiene una puntuación de 3 para ambos individuos. Se trata de la tercera opción sobre cuatro posibles, pues ambos individuos serían poseedores de armas de fuego, algo que conlleva un peligro intrínseco como estamos viendo día a día. ¿Y qué hacer si la otra no la tiene? Existen dos posibilidades; disponer tú de una o no. Si portas un arma frente a alguien que no, te encuentras en una situación de superioridad frente a él (1 vs 4, armado vs desarmado). La segunda de las opciones (cuadro I) sería la del máximo beneficio común, que nadie poseyera armas (2), pero esa circunstancia acarrearía el peligro de que alguien se hiciera con una volviendo a la lógica del miedo y el temor al otro, a la búsqueda de una protección y seguridad satisfactorias para uno mismo y no para el conjunto de todos.

El mejor resultado para cada individuo sería que, teniendo la seguridad y la protección como factores fundamentales, uno estuviera en posesión de un arma (4) y que el resto no lo tuviera (1). Esto viene clarificado en las casillas II y III. Esta lógica viene dada de la simple conclusión de que si uno tiene un arma para defenderse y nadie puede atacarle con otra similar, ha de encontrarse más seguro y protegido (4). Igualmente una persona se encontrará más indefensa si quienes están a su alrededor están armados y ella no (4). Al hilo de todo esto también se pueden argumentar teorías sobre cómo cada vez las personas que poseen armas tienen cada vez más y más arsenales en sus hogares.

Dilema de la posesión de armas en EEUU

Ciudadano A sin arma y ciudadano B sin arma: ambos desarmados (2).
Ciudadano A sin arma y ciudadano B con arma: ciudadano A desarmado (4) y ciudadano B armado (1).
Ciudadano A con arma y ciudadano B sin arma: ciudadano A armado (1) y ciudadano B desarmado (4).
Ciudadano A con arma y ciudadano B con arma: ambos armados (3).

Bajo esta lógica queda claro que en todas las situaciones posibles los individuos se decantarían por la posesión de de un arma de fuego (3) aun cuando la carencia de ellas fuera un resultado mejor para ambos (2). Las razones que se esgrimen para ello son la falta de un consenso previo y la escasa confianza en el otro. Sería necesario una especie de contrato, algo establecido por las instituciones en donde se señalara un no rotundo a la posesión de armas de fuego en los hogares y al alcance de cualquier persona. Pero como hemos repetido, ahora mismo resulta casi imposible, puesto la propia constitución norteamericana señala lo contrario.

Lo que sucede es que los individuos atienden solamente a su propia conveniencia, y si para ello es necesario romper un bien común lo harán sin temor alguno anteponiendo su bien personal al del de los demás. La casilla I es la del equilibrio en el sentido de que existe un contrato social previo y una confianza en el otro –eso lo dicta la cultura– mientras que la IV es aquella en la que prima la desconfianza en el vecino y el individualismo frente al grupo, que es lo que verdaderamente sucede en los EEUU. La paradoja, repito nuevamente, se encuentra en que este resultado que dicta la realidad (casilla IV) es peor para ambos que el de señala la idoneidad (casilla I). En Europa sin embargo ocurre lo contrario que en los Estados Unidos; tenemos nuestro contrato, tenemos una cultura en la que, por decirle simple y llanamente, las armas son herramientas para la guerra y quienes las portan sólo son quienes han de vigilar por nuestra seguridad.

Conclusión: se ha abierto un debate en los EEUU como nunca se había generado hasta ahora, se han dado pasos en la administración Obama y ahora con la Trump para tratar de frenar todo esto… pero es insuficiente. Hace falta un cambio profundo y de raíz, y si la población estadounidense en general sigue disponiendo a su antojo de cuantas pistolas y escopetas desee (mientras continúe vigente la Segunda Enmienda), poco o nada va a cambiar. Los cambios cosméticos lo que hacen es edulcorar la imagen de uno, puesto que debajo del maquillaje no dejamos de ser nosotros mismos. Dentro de unos días abriremos nuevamente la prensa y nos encontraremos con una nueva masacre… y todo ello para mayor orgullo y gloria de Charlton Heston, el más famoso de los presidentes de la poderosa RNA, la Asociación Nacional del Rifle, que parece tener más relevancia que la vida de las miles de personas que caen a manos de sus vecinos.

«I´ll give you my gun when you pry it from my cold, dead hands (Te daré mi arma cuando me la arrebates de mis frías y muertas manos)».

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