Josu Iraeta
Escritor

Sufragio universal

Debemos comprometernos, sin compromiso no hay nada. El compromiso sirve, entre otras cosas, para aproximarse, para entenderse con el mundo, con la sociedad, con el prójimo.

Seguro que más de uno frunce el ceño al leerlo, pero lo cierto es que no son pocos los que defienden y argumentan, que la política, en su sentido más amplio y fundamental, no es otra cosa que la custodia de un modo de vivir.

La argumentación tiene largo recorrido pues, para la tradición política occidental, hasta la aparición del Estado y aún hasta la Revolución Francesa, la política era parte de la ética. La acción política custodiaba el «ethos», la forma de vida colectiva determinada por la religión, las tradiciones, los usos y costumbres, respetando todos ellos.

De hecho, y de suyo, en principio la política es pues, una actividad libre, abierta a todos. A ello responden las ideas naturales de libertad política y autogobierno.

Pero hace mucho tiempo que la acción política está monopolizada por el Estado, lo que condiciona la libertad política y diluye el autogobierno. En realidad, una de las notas características de aquel (el Estado) consiste, precisamente en monopolizar y orientar la actividad política. Es decir: no hay más libertad y actividad política que las que el Estado permite y «sólo» de la forma en que las autoriza.

Esta situación no sólo es real, también es triste y grave, pero no de generación espontánea. Somos parte de una sociedad que sólo utiliza brújulas que marcan un norte que mantenga la bonanza económica. Una sociedad que poco apoco va cediendo en sus principios y convicciones. Una sociedad que está aprendiendo a sentirse «cómoda» chapoteando en los establos de la sumisión.

Se debiera profundizar en la formación de la mentalidad sumisa, que es desde siempre materia de discusión. Por que lo cierto es que plantea problemas, formula interrogantes, además de posibilitar líneas que permiten profundizar desde un pensamiento crítico, en los procesos de formación. También en la opinión político–social. Es decir, eso que en una democracia formal como esta y cada cierto tiempo, se concreta en algo que pomposamente denominan, «sufragio universal».

Para combatir la sumisión con éxito, es necesario conocer y analizar la relación entre acción e información. La multiplicación de las mediaciones entre la ciudadanía y los procesos sociales. Las distorsiones mediáticas de la realidad. La compleja interacción entre sumisión y entretenimiento. La mercantilización de los sentimientos. Las contrapartidas psicológicas de la sobre estimulación informativa, etc.

Llegado a este punto, es desde el párrafo anterior, desde donde quiero reflejar y proyectar el valor, la importancia de la «desinformación» informativa. Porque resulta especialmente triste comprobar hasta dónde llega la manipulación respecto a la participación en los procesos electorales.

Mirando atrás, uno recuerda tiempos en los que –a quienes procedíamos del entorno religioso– nos sorprendiera y mucho, el que en alguna facultad y ante el simple hecho de que no funcionara la calefacción, hacía que la «asamblea de delegados» –en su reunión– decidiera que «nadie» asistiera a clase hasta su reparación. Sorprendía la agilidad y poder de la «asamblea de delegados».

Son experiencias que sin duda, enriquecen la formación de los jóvenes, porque entiendo que toda persona que haya participado –más o menos activamente– en algún momento de su vida en una asamblea plena, es decir, en un procedimiento de democracia directa entre iguales, conoce bien el valor político tanto del voto como de la abstención.

En épocas electorales –la última experiencia hace tan sólo un mes– siempre hay menciones en torno a la abstención, no obstante, no se menciona que la abstención electoral, o la abstención como acción política, es una opción que constituye e instituye el derecho democrático al voto. Es decir, que la abstención forma parte sustancial del ejercicio del derecho del voto.

Algo de esto aprendió recientemente el Sr. Pedro Sánchez en una sesión plenaria del Congreso, en su camino hacia La Moncloa, pero no es el único que está aprendiendo.

Digo esto, porque, opino que ha llegado el momento en que los vascos debemos preguntarnos con quien nos comprometemos, si con los que hacen la historia o con los que la deshacen. Porque de un modo u otro, antes o después, en política las siglas en moda pasan, pero los escombros quedan.

Evidentemente, es más cómodo quedarse al margen y mirar, desde el apogeo o desde la inercia, cómo la historia se hace o deshace. Pero teniendo presente también, que siempre ha sido considerablemente más expuesto y difícil «reeducar la inteligencia», como en ocasiones apuntó Marx.

Debemos comprometernos, sin compromiso no hay nada. El compromiso sirve, entre otras cosas, para aproximarse, para entenderse con el mundo, con la sociedad, con el prójimo. Claro que el compromiso tiene –desde hace mucho tiempo– mala prensa, no está de moda. El compromiso y objetivos son permanentes, son los medios los que evolucionan.

Quiero subrayar que no podemos pretender conseguir los objetivos primigenios, y continuar caminando por la «calzada romana» que nos ha traído hasta aquí, hasta hoy. Porque la historia se hace día a día, todos los días, y esa historia nos está obligando a adecuarnos. Estamos obligados a cambiar no sólo de calzada, también de calzado.

La izquierda abertzale no nació «sólo» para sufrir y llenar las cárceles españolas. No somos una cuadrilla de pusilánimes comparsas. La izquierda abertzale no nació con vocación opositora, no nació «sólo» para influir o colaborar, sino que nació con la vocación y voluntad de gestionar. Nació para convencer, vencer y gobernar.

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