Joseba Pérez Suárez

Te entiendo, Pablo, te entiendo

Se cuenta que un padre y un hijo paseaban por el bosque, cuando aquel preguntó al niño:

«Además del canto de los pájaros… ¿Escuchas algún otro sonido?».

«El de una carreta, contestó el pequeño».

«Efectivamente; y es una carreta vacía», añadió el padre.

«¿Y cómo sabes que va vacía si no la has visto?», preguntó el chaval sorprendido.

«Porque una carreta vacía hace mucho ruido y cuanto más vacía está, mayor es el ruido que hace».

Anda excitada la derecha carpetovetónica (es decir, desde una buena parte del PSOE hasta el extremismo de Vox y más allá) a cuenta del proceso de investidura del que apunta a próximo presidente del gobierno estatal. Profesionales de la política, de la judicatura y de los medios de difusión, opinadoras, tertulianos y desinformadores varios... gente, toda ella, agrupada en esa banda derecha del terreno de juego político, viven días de desazón y rasgamiento de vestiduras, mientras asisten a lo que interpretan como la dolorosa descomposición de su amada España, a cuenta de una serie de «cesiones al independentismo» que en toda tierra de garbanzos, democrática de verdad, no pasaría de ser lo que realmente es: el juego político normalizado sobre el que se asienta un proceso de negociación a la hora de conformar un programa de investidura.

Una parte, significativamente conservadora, del órgano máximo del poder judicial estatal, ese CGPJ que actúa como contrapoder bajo la absoluta dependencia de un PP que lo mantiene sin renovar desde hace más de cinco años y, por tanto, fuera de esa Constitución que dicen defender con uñas y dientes, se inmiscuye con absoluto descaro en un terreno que no le compete, tratando de condicionar lo que el voto ciudadano dejó más o menos claro. ¿Quién es la judicatura para entrometerse en una negociación entre partidos políticos? ¿Quién para rechazar una ley que todavía no ha sido ni formulada, ni redactada?

Ruge la caverna por una amnistía «que no cabe en la Constitución» y que seguramente tuvo que ser lo que llevó al ministro Montoro, en pleno gobierno de «M. Rajoy», a recurrir a la semántica para denominar a la suya fiscal como «proceso de regularización de activos ocultos», ya ves tú, sin que aquello incomodara lo más mínimo a las huestes de la derecha, ni, evidentemente, a todos los delincuentes fiscales que de ella se beneficiaron.

Todo un sistema político, el actual, soportado sobre la ignominiosa amnistía de una criminal dictadura, enfangada de sangre hasta el corvejón, que jamás tuvo que dar cuenta alguna de sus aberraciones. Una amnistía, aquella, que jamás podría haberse considerado como tal teniendo en cuenta que el Espasa define ese proceso como «olvido de los delitos políticos otorgado por ley o decreto a cuantos REOS tengan responsabilidades análogas entre sí». Nunca jamás, y para nuestra desgracia, el franquismo adquirió la condición de reo. Quienes ahora rasgan sus vestiduras por las actuales «afrentas» callaron como muertos ante todo aquello y continúan poniendo todas las trabas posibles, incluido el propio PSOE, a la investigación de una dictadura que, como ejecutora de crímenes de lesa humanidad, nunca debiera haber tenido acceso a amnistía alguna. Curiosamente, porque sólo en una democracia fallida como la estatal podría tener encaje semejante incongruencia, la más protestada va a ser la concedida a un gobierno elegido por sufragio popular y cuyo imperdonable delito consistió en la colocación de unas urnas para conocer la voluntad de su ciudadanía. Malos tiempos para el pacífico y democrático derecho a decidir. Y lo peor es que, de paso, esa amnistía dejará resuelto un problema para una derecha que, en caso de acceder al poder, tampoco sabría cómo solucionar el asunto catalán. El mismo Aznar, lo que son las cosas, indultó a varios reos de Terra Lliure tras pactar con Jordi Pujol su apoyo a la investidura del antiguo falangista. Cosas de la España cañí. Así que, como dice el refrán, «no quiero, no quiero, pero echadme en el sombrero». España es «así».

«Me avergüenzo de ser español», asegura ese conductor de carreta vacía que responde al nombre de Pablo Motos. Tiene que ser duro para quien se tiene por tal, sin duda. Así que, por una vez y sin que sirva de precedente, te entiendo, Pablo, te entiendo.

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