Iker Casanova
Militante de Sortu

Tiempos interesantes

Con esta expresión (Interesting times) resumía en Twitter Gerry Adams la situación generada tras el triunfo del Brexit en el referéndum británico. Adams usaba una locución en lengua inglesa que al parecer se inspira en una fórmula china de maldición: «¡ojalá vivas en tiempos interesantes!».

El filósofo Slavoj Zizek la usó para titular su obra '¡Bienvenidos a tiempos interesantes!'. Subyace en esta expresión el concepto de que la normalidad es aburrida (los pueblos felices no tienen historia) y de que lo interesante va asociado al riesgo. Pero los tiempos interesantes, los tiempos turbulentos, además de zozobras y peligros, también ofrecen oportunidades, porque son tiempos de cambio, son los momentos en que se hace la historia. No puede haber un cambio real sin su inherente periodo de tiempos interesantes.

El mundo contempla entre sorprendido y asustado el resultado de la votación en Reino Unido. El Brexit tiene elementos positivos y negativos y nos deja un sabor agridulce. Es indudable que el motor del proceso han sido las fuerzas de derecha, y su motivación principal es xenófoba, chauvinista, conservadora y aislacionista. Además, la ultraderecha tratará de capitalizar el resultado para fortalecerse tanto en Europa como en el Reino Unido. Pero al mismo tiempo, representa un ejercicio de empoderamiento ciudadano, de democracia real, un toque de atención popular a las élites y muy especialmente a una UE podrida asociada a una burocracia incompetente, al austericidio, a la negación de la soberanía de los pueblos o al tratamiento criminal a las personas refugiadas. El Brexit también abre oportunidades a Escocia e Irlanda y rompe el tabú de que no se puede salir de la UE ni de que nadie quiere hacerlo. Interesante.

Pero el Brexit es el enésimo capítulo que demuestra que estamos viviendo un cambio de era global. La quiebra de 2008 no fue una crisis pasajera sino un punto de inflexión, el inicio de una nueva etapa: el paso del neoliberalismo al ultraliberalismo. En 2008 estalló la burbuja de la globalización neoliberal y ante el pánico general, el capitalismo global aprovechó la situación para aumentar la tasa de explotación, mediante la «austeridad», el ataque a los salarios y la agudización de la precariedad. Mucha gente aceptó inicialmente esta política ultraliberal con la convicción de que era una medicina pasajera, amarga, pero que terminaría curando. Pero la recuperación no llega (porque no es una crisis sino un cambio de modelo) y el malestar se extiende. Ocho años después, la ciudadanía contempla agotada y enfadada el obsceno enriquecimiento de una élite cada vez más reducida y el empobrecimiento generalizado de la mayoría. Y junto a ello, la mezcla de maldad, ignorancia e incompetencia exhibida por las élites políticas. La miseria es la nueva normalidad.

El bipartidismo entra en crisis cuando uno de los partidos del sistema lo hace rematadamente mal antes de que la gente se haya olvidado de lo rematadamente mal que lo hizo el otro. En ese momento, generalizado en las sociedades occidentales, aparecen alternativas desde fuera del sistema que aspiran a llenar el vacío de referentes. Esos movimientos alternativos surgen a derecha e izquierda. Dado que los damnificados por el nuevo modelo económico pertenecen a la clase trabajadora, ambos bloques realizan un discurso dirigido a atraer a esa clase. La izquierda por convicción, la ultraderecha por oportunismo. También en los años 30 los fascismos utilizaron un discurso anti-oligárquico como señuelo para lograr el apoyo de la clase trabajadora y, tras eliminar a la izquierda, ponerse al servicio de la élite económica. El reto de la izquierda consiste en articular la lucha por la reconquista de derechos dentro de una lógica de superación de los problemas estructurales. Brexit, Grecia, Le Pen, Trump, Sanders, Corbyn, la huelgas en Francia… son episodios de esta batalla en la que se dilucida si el futuro es el ultraliberalismo gestionado por una derecha autoritaria y xenófoba o se logra un cambio de modelo más justo y democrático.

El Estado español fue impactado de forma particularmente brutal por el cambio de paradigma económico, debido a su carácter periférico, su debilidad económica estructural, la dimensión de la burbuja especulativa, el carácter corrupto de su élite política y la debilidad de su armazón territorial. Por eso, fue uno de los primeros lugares en los que se generaron reacciones que desbordaban los márgenes del sistema. Dos han sido fundamentalmente estas respuestas, el 15-M y el proceso independentista catalán. El 15-M fue un movimiento de regeneración democrática y empoderamiento ciudadano, espontáneo, transversal y original. Pero es difícil decir que tuvo éxito. Desaparecido como movimiento no parece que ninguno de los partidos políticos estatales represente su espíritu y demandas.

Podemos se postula como continuidad política de este movimiento pero no creo que a día de hoy esta afirmación sea correcta. A mi entender Podemos ha pasado por al menos cuatro fases. El primer Podemos es un movimiento de izquierda radical, en el mejor sentido de la palabra. Tras el éxito en las europeas trata de ensanchar su base y conecta con las sensibilidades del 15-M, resumidas en la demanda de un «proceso constituyente». Ante las elecciones del 20-D Podemos acentúa la transversalidad y rebaja a fondo la oferta transformadora. Y ante el 26-J se presenta como poco menos que un «catch-all-party» de centro izquierda que aspira a ocupar el lugar del PSOE. Si un proyecto transformador puede aspirar a ganar unas elecciones y para ello debe modular su discurso creo que debe hacerlo, siempre y cuando esa modulación no le lleve a renunciar a los elementos ideológicos centrales que le definen como fuerza de cambio. Pero si para ganar hay que asumir los pilares ideológicos del sistema que se dice combatir, no se gana aunque se saquen más votos, porque se termina por interiorizar, y por tanto reforzar, la lógica sistémica. La últimas y reiteradas alusiones al patriotismo español, la reivindicación de Podemos como fuerza de orden, los elogios al ejército y las FSE, la imitación al PSOE o la renuncia a la consulta catalana o a la República, hacen que la posibilidad de cambio real en el Estado sea cada vez más remota.

Los tiempos interesantes también están llegando a nuestro pueblo. Con menos ruido que en Cataluña o en el Estado aquí se están moviendo cosas. En Euskal Herria sí hay esperanza de cambio real. Y aquí Podemos también forma parte de esa esperanza, o así quiero creerlo, ya que de momento, está manteniendo un discurso más abierto a las políticas transformadoras y trata de distanciarse del nacionalismo español que está monopolizando el último tramo de la campaña de Pablo Iglesias. Si mantienen estos planteamientos se abren las puertas a grandes posibilidades de cambio. Las elecciones vascongadas de otoño no van a dar pie a una legislatura ordinaria, de gestión, sino de transición hacia un nuevo estatus político. Y un nuevo estatus requiere de amplios consensos. El reconocimiento de la identidad nacional vasca y el derecho a decidir están situándose ya en el núcleo de esos consensos.

Por otro lado, el nuevo estatus no puede dejar de lado la necesidad de organizar un modelo de sociedad más justo, tomando también la forma de proceso constituyente. Y, lógicamente, ha de articular las relaciones con el resto de Euskal Herria. Si EH Bildu es capaz de formular esta oferta con claridad, su capacidad militante, su solidez organizativa y su centralidad política podrán darle un papel muy relevante. Y no olvidemos que Arnaldo Otegi será la voz de este proyecto. Proyecto que también hoy puede fortalecerse. Vivimos épocas de cambio, se derrumban las certezas, abundan los peligros y también las oportunidades. Nada es imposible. El futuro está por escribir. Tiempos interesantes.

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